La Dra. Ivelyse, verde y rebelde contra la Covid 19

La Dra. Ivelyse, verde y rebelde contra la Covid 19
Fecha de publicación: 
12 Mayo 2020
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La Doctora Ivelyse Cabeza Echevarría no resultó ser exactamente lo que yo esperaba. Primero aparece vestida de verde olivo, no del verde tipo salón de operaciones, sino verde olivo de combatiente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y con grados de Teniente Coronel. Luego le pregunto si ha sentido miedo y con aquella espontaneidad que rompe todo el cliché del uniforme contesta:

“Chica no, porque yo pienso que estoy haciendo lo que me indican que tengo que hacer y no he sentido miedo. Incluso hay personas que tienen pánico, más allá del miedo, pero yo no he sentido miedo porque tomo las medidas. También ya yo tengo determinada edad, determinada experiencia y pienso que mientras tome todas las medidas de protección voy a estar bien, yo creo que en esta situación lo que hay que tener es mucha precaución y mucho cuidado en todo momento”.

Con sus 52 años, la cardióloga que dirigió a uno de los equipos médicos que ha estado enfrentando la Covid 19 en el Hospital Militar Dr. Mario Muñoz Monroy, es una mujer joven. Se graduó de medicina en el 1991, de pronto se le hace difícil decirme cuántos años tiene de graduada, evidentemente no se dedica a contarlos por días y meses, sino por aprendizajes y experiencias.

Como las que trajo de África: “estuve dos años cumpliendo misión en Angola, en una provincia que no era la capital y allí sí estábamos expuestos a cualquier cantidad de enfermedades, la tuberculosis, la malaria, la fiebre tifoidea, etc, etc y también muy atentos en cuanto al cuidado para no enfermarnos, porque estaba muy lejos de Cuba, lejísimo de la familia, de todo lo que uno conoce…”

Aquí la situación es distinta, “las niñas” están a menos de un mes y algunos kilómetros de distancia y eso ¡ay! Es lo que más se extraña: “Ya no son tan pequeñas, pero son mis niñas. Una tiene 12 años y la otra 27. A la de 27 yo la quiero mucho, pero a la que más extraño es a la de 12, porque es la que más me moviliza, la que me pone a hacer más cosas”.

Apenas habrá tenido tiempo de quitarse la escafandra obligatoria con que atienden a los pacientes, sean sospechosos o positivos y darse ese baño reparador del día número 14. Fueron jornadas agudas de recibir, ingresar, precisar si es positivo o no, clasificar, pasar a la sala correcta, atender los síntomas que van apareciendo.

“Un día no se parece a otro”, me explica. Yo que esperaba el cuento de una rutina, todavía tengo mucho asombro por delante: “cada día surgen situaciones diferentes y es extremadamente dinámico, porque nos levantamos, desayunamos y cada uno va hacia su puesto de trabajo que fue distribuido previamente y donde tenemos pacientes de disímiles condiciones y con disímiles patologías. Realmente lo menos que hemos tenido que enfrentar son infecciones respiratorias porque cada paciente viene con su patología de base y eso es lo que hace complejo el trabajo. Pacientes que habitualmente nosotros no atendemos, pacientes psiquiátricos, pacientes obstétricas, niños, ancianos encamados, todo tipo de pacientes, pero realmente el colectivo, a pesar de que somos de diferentes especialidades, hemos trabajado muy unidos, nos consultamos constantemente, porque quizás uno tiene más experiencia en un tipo de pacientes que en otros y esto ha fluido muy bien”.

Ahí sí estaba clara yo, verde y con púas tiene que ser guanábana, catorce días juntos, plantándole cara a la muerte, termina en familia: “Mi mayor preocupación, por ejemplo, era que íbamos a trabajar con médicos de otros hospitales. El núcleo mayor es de aquí, pero otros médicos, enfermeras, incluso personal de medios diagnósticos, vienen de otros centros, pero para nada, desde el primer día, como si toda la vida hubiésemos trabajado juntos”.

La jefa se ve contenta y cansada: “Afortunadamente, durante toda la estancia aquí ninguno de los compañeros nuestros presentó síntomas de ningún tipo, solo los propios del trabajo de catorce días intensos, cansancio, quizás un poquito de ansiedad, tensión, pero realmente síntomas que hagan pensar en la enfermedad, ninguno.

“Realmente, sabemos que la premisa es cuidarnos y entre nosotros mismos estamos pendientes de que el otro también cumpla con lo que está establecido, todo el mundo lo enfrenta a su manera, hay quien tiene un poquito más de temor, hay quien quizás es más osado, pero siempre hay otra persona que regula para que todos cumplan con lo que está normado, porque lo más importante, además de trabajar, es cuidarnos”.

En casi treinta años de ejercicio profesional, la doctora Ivelyse no había tenido que atender tantos pacientes ancianos al mismo tiempo. Ese ha sido quizás el reto mayor: “con ellos es diferente, por su condición física, por la fragilidad propia de la edad. Lo otro es estar lejos de nuestro medio y en esto estoy hablando en lo particular, romper la rutina esta de los hijos, la casa, el trabajo. Yo pienso que eso fue lo más difícil para todos. Pero nada, lo pudimos sortear, porque consultábamos con aquel y con el otro y de una sala a otra nos íbamos transmitiendo la información y todo se resolvía”.

La reconforta recibir las muestras de agradecimiento, las felicitaciones, por todas las vías: Facebook, Whatsapp, personalmente, por teléfono, la preocupación de las personas, no solo de la familia, las suyas y las mías, los aplausos y la decisión de portarnos bien y quedarnos en casa para que el sacrificio de la Doctora Ivelyse y sus compañeros no sea en vano ni eterno. La inspira y apuntala su voluntad ese otro batallón de valientes que está en la retaguardia y la hace sentirse una suertuda: “Mi familia entera, mi hermana, mi papá, mi mamá, mi hija mayor, todo el mundo. También tengo esa suerte, otros compañeros nuestros no tienen una familia tan numerosa…”

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