La despedida de un maestro
En la mañana de este lunes tuvo lugar en la sede nacional de la Uneac la ceremonia íntima de despedida al gran actor cubano Enrique Molina, fallecido el pasado viernes en La Habana.
Miles de cubanos, admiradores de su arte, tantos compañeros de trabajo, artistas como él, que lo acompañaron en muchísimos empeños creativos, tantos amigos hubieran querido estar en esta ceremonia, en esta despedida que debió ser, por el imperio de las circunstancias, íntima.
Pero los que acudieron fueron una representación digna de ese pueblo al que se consagró Enrique Molina. La familia convocó a algunos de sus más cercanos amigos y colaboradores, y aquí, en la que consideró unas de sus casas, donde libró muchas batallas y celebró muchas realizaciones, en su Uneac, junto a sus cenizas y sus fotos, se evocaron pasajes de su extraordinario itinerario, se habló del ser humano y del artista, se le recordó sencillo, jovial, intenso, emotivo, bromista, comprometido.
Como dijo Patricio Wood, su presencia fue un privilegio para las artes escénicas en Cuba... Y plantea una responsabilidad y un impulso para los que hacen y harán teatro, cine, radio y televisión en este país.
Frank Fernández tocó en su memoria. La música que Molina amó, la música que lo acompañó y la que Molina inspiró, como ese tema de Silvestre Cañizo, personaje inmenso, personaje arraigado en el imaginario de un público, de un pueblo. Enrique Molina ha muerto, pero su legado permanecerá. Comienza una nueva andadura. Es la posibilidad de los grandes artistas.
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Ramos
Roberto
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