LA BIBLIOTECA: Ana Karenina
especiales
Recreación para un filme.
Ana Karenina es uno de los más célebres personajes femeninos de la literatura universal. Y quien dice la literatura dice el teatro, el cine y la televisión, pues la novela que protagoniza, escrita por el ruso León Tolstói, ha sido versionada centenares de veces.
El argumento, que tiene como en toda gran novela muchas ramificaciones, sigue fundamentalmente la historia de Ana, una mujer casada con un alto funcionario. Todo marcha según las convenciones hasta que ella se enamora de un joven militar y al final decide dejarlo todo por él.
La sociedad zarista no iba a dejar pasar por alto el «atrevimiento». Ana tiene que soportar el rechazo de su entorno, demasiado aferrado a estrictas normas de conducta (particularmente para la mujer).
La trama tiene como contexto el choque entre el conservadurismo y el liberalismo en la Rusia de finales del siglo XIX. El itinerario de Ana Karenina puede ser considerado una metáfora de esa colisión.
Pero eso no significa que sea una novela principalmente «social». Primero que todo es una historia de amor, marcada por las pasiones y las infidelidades. Es también una gran reflexión sobre la familia y el rol de la mujer.
Obra cumbre del realismo, Ana Karenina es un exquisito ejercicio estilístico. Un narrador en tercera persona ofrece uno de los más deslumbrantes y exactos retratos de un entramado social. Y la construcción de los personajes es modélica.
Otro de los grandes escritores rusos decimonónicos, Fiódor Dostoyevski, fue entusiasta al calificar la novela: «obra de arte». Hay que leerla...
PRIMERA PÁGINA
Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
En casa de los Oblonsky andaba todo trastrocado. La esposa acababa de enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo con él.
Semejante situación duraba ya tres días y era tan dolorosa para los esposos como para los demás miembros de la familia. Todos, incluso los criados, sentían la íntima impresión de que aquella vida en común no tenía ya sentido y que, incluso en una posada, se encuentran más unidos los huéspedes de lo que ahora se sentían ellos entre sí.
La mujer no salía de sus habitaciones; el marido no comía en casa desde hacía tres días; los niños corrían libremente de un lado a otro sin que nadie les molestara. La institutriz inglesa había tenido una disputa con el ama de llaves y escribió a una amiga suya pidiéndole que le buscase otra colocación; el cocinero se había ido dos días antes, precisamente a la hora de comer; y el cochero y la ayudante de cocina manifestaron que no querían continuar prestando sus servicios allí y que sólo esperaban que les saldasen sus haberes para irse.
El tercer día después de la escena tenida con su mujer, el príncipe Esteban Arkadievich Oblonsky –Stiva, como le llamaban en sociedad–, al despertar a su hora de costumbre, es decir, a las ocho de la mañana, se halló, no en el dormitorio conyugal, sino en su despacho, tendido sobre el diván de cuero.
Volvió su cuerpo, lleno y bien cuidado, sobre los flexibles muelles del diván, como si se dispusiera a dormir de nuevo, a la vez que abrazando el almohadón apoyaba en él la mejilla.
De repente se incorporó, se sentó sobre el diván y abrió los ojos.
«¿Cómo era», pensó, recordando su sueño. «¡A ver, a ver! Alabin daba una comida en Darmstadt...
Sonaba una música americana... El caso es que Darmstadt estaba en América... ¡Eso es! Alabin daba un banquete, servido en mesas de cristal... Y las mesas cantaban: "Il mio tesoro"...
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