Fonst con la espada en la mano

Fonst con la espada en la mano
Fecha de publicación: 
19 Junio 2024
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Se traslucía cierta tristeza en aquel decir de Ramón Fonst Segundo durante la entrevista aparecida en Bohemia meses antes de su muerte, ocurrida en su Habana el 10 de septiembre de 1959. “Reté a duelo a más de cien adversarios y solo pude batirme una vez”, expresaba el primer campeón olímpico de América Latina, espadista victorioso de manera invicta en París 1900, nacido en nuestra capital el 31 de agosto de 1883. En la capital gala logró también el subtítulo entre los profesionales. En San Luis 1904 agregó otras tres preseas doradas.

A las preguntas sobre el origen de tantas disputas: “Siempre tuve la razón. Sin razón no sería capaz de batirme con nadie. Mis victorias despertaron envidias en algunos semejantes, y hablaron mal de mí, quisieron hacerme daño. Yo contestaba con un reto”.

Les mandó los padrinos a personalidades de Francia, Inglaterra, España, Estados Unidos, Bélgica y Cuba. Ocurría con frecuencia y fue en vano porque “... mis detractores respondían, pero retractándose, y me daban las más cumplidas satisfacciones...”

Al ser seleccionado para actuar en los Juegos Olímpicos de San Luis (1904), “algunos dijeron y publicaron conceptos que no me gustaron. No habían podido entrar en el equipo y me censuraban injustamente. Antes de partir, reté en una carta pública a aquellos resentidos y declaré que a mi regreso me batiría con cada uno de ellos. Gané varios premios en el certamen y regresé dispuesto a realizar lo prometido”. Pasó lo que él temía. Todos se rajaron. Le enviaron excusas junto a felicitaciones por los triunfos. “Y me quedé de nuevo con la espada en la mano”.

En 1935, durante los Centroamericanos de El Salvador, un periodista lo ofendió mediante artículo editado en una publicación del citado país. Salió a buscarlo. No pudo hallarlo. “Pero una mañana, supe que el tal Fray Nano se encontraba en Cuba, en la bahía, a bordo del buque Orizaba, y le mandé mis padrinos”. Tampoco logró desquitarse: el reportero jamás apareció.

Con el tirador francés Adolfo Kerchoffer sucedió peor. “Tuvimos diferencias en Francia; él llega a La Habana. Aproveché la ocasión para exigirle explicaciones o para que me acompañara al campo del honor”. El retado pidió disculpas en acta suscrita por representante del as. Mas a los pocos días, Kerchoffer volvió a difamar del esgrimista en varios lugares.  “Me enteré y envié de nuevo el reto con mis amigos. Le encontraron en el vestíbulo del Hotel Louvre y, en cuanto se lo plantearon, el hombre optó por ganar las escaleras. Y se esfumó”.

El maestro Rivas, coterráneo suyo, dijo sí para zanjar dificultades tenidas. Comienzan el encuentro. Ataques, riposta. De pronto, los jueces intervienen porque estiman conveniente suspender el lance. No hay vencedor ni vencido ni herida alguna. Fonst señaló acerca de ese combate: “Me alegré después de todo. Era una buena persona perteneciente a una época preferentemente caballerosa, nació en 1883. Hombre fornido, de brazos largos como ramas de almendro, su figura no se parece a otra en toda su dimensión. Aunque, ¿no es una tragedia que de cien retos solamente haya aceptado una persona y el duelo se convirtiera en frustración?”

Al leer su hoja de servicio en las lides del músculo, se comprende que era un genio de la esgrima; para muchos, el mejor de todos los tiempos. No me agrada absolutizar: está entre los grandes y es uno de los inmortales del deporte.

 

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