Flores amarillas
especiales
Thumbergia alata y también Ojo de poeta llaman a esta planta trepadora, tan sencilla como hermosa.
“Thumbergia alata, Thumbergia alata…”
Repetía una y otra vez el hombre detenido en medio de la calle desierta, la mirada fija en la enredadera que trepaba con sus flores amarillas por una cerca enmohecida.
Al verle, me detuve curiosa. Pensando en alguna utilidad medicinal, le pregunté: ¿Y para qué sirve?
Su figura anciana, algo encorvada y frágil, se volvió con una insospechada agilidad y clavó sus ojos en mí.
Por sobre el nasobuco, aquella mirada, clara, sin tiempo, era un dardo que acompañó su respuesta:
“¡¿Cómo que para qué sirve?! Para ser planta, para ser bella, ¿¡qué más hace falta?!”
Me dio la espalda y se fue calle arriba con andar lento, trabajoso, mascullando cosas que no entendí mientras sentía que me ardía la cara como si hubiera recibido una bofetada.
La escena que narro, absolutamente verídica, ocurrió en la mañana del 31 de julio, probablemente justo cuando Eusebio Leal dejaba el reino de este mundo.
He esperado para contarla porque me dolía demasiado hablar de Leal. Pero si al conocer la noticia tuve una certeza, esta se hizo aún mayor al enlazarla con lo sucedido a propósito del señor de las flores amarillas:
Eusebio no se ha ido, no se va. Continúa donde quiera que exista alguien defendiendo la belleza.
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