Es posible, pero entre todos, luchar por una mayor igualdad y bienestar social
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Por más que organizaciones, gobiernos, y pueblos se unan entre sí para luchar por una justicia social, por más novedosas y excelentes sean las estrategias y acciones que se ejecuten, por más que los conceptos y teorías fundamenten una igualdad y bienestar social, las realidades desde diferentes latitudes y puntos de enfoque reflejan un desbalance serio.
Este 20 de febrero, Día Mundial de la Justicia Social, esperemos sea más que una ocasión y, por tanto, una fecha oportuna, para promover el cumplimiento de objetivos como: el empleo pleno, el trabajo decente, la igualdad entre los sexos, como también un acceso hacia el bienestar y justicia social para todos, una aspiración para todos.
Para este 2021, la Organización de las Naciones Unidas se propuso hacer un llamamiento en base a la justicia social en la economía digital, ya que con la expansión de la Covid-19 el teletrabajo ha cobrado fuerza, sin embargo, la brecha digital entre países desarrollados y subdesarrollados, respecto al acceso a internet, la disponibilidad de las tecnologías, y el uso de la información, ha vivido un mayor efecto de ensanchamiento.
La realidad a causa de la pandemia también ha puesto en rojo vivo el poco o nulo acceso a un sistema de salud digno y al alcance de cualquier persona, fenómeno que está presente tanto en América Latina como en los Estados Unidos, esa gran potencia económica del Norte, como en naciones europeas. La superioridad de la salud privada, que más que sanar y brindar un servicio justo y de calidad, priva a una gran mayoría de la propia vida humana.
Pero para encontrar y dale sentido a estos hechos, como deformidades, no hay que levantar la vista hacia muy lejos. No hay que cruzar fronteras terrestres como tampoco irnos lejos de nuestro círculo social diario. En nuestra cotidianidad, un día de compras hacia el agromercado, saca a flote, productos a alto costo, unos que ya están justo al tope y otros que ni se esconden por detrás de la fachada para poder saltar precios máximos.
Aunque parezca algo anacrónico en este texto, los precios del ajo y la cebolla, a 250 pesos una pata de cebollas y la cebolla por el mismo camino hasta los 300 cup, caen como acto de injusticia dentro la olla. Y no hay que esperar ni que coja buena presión, porque como acto sabotea al salario y le hace burla hacia un profesional, el médico o ingeniero, y le genera impotencia hacia el de la tierra, quien, bajo sol, hace crecer con sus manos esos alimentos.
Por un lado, el agricultor que se bate día y noche, que lucha contra condiciones del tiempo para lograr sus cultivos, que no cuenta con productos insecticidas por los canales formales y termina comprándolos al doble del precio, que también lucha contra semillas de no tan buena calidad, pero que a la larga tiene que cumplir con una producción, vive en pleno desafío.
Sin embargo, en el tramo del medio, ese que ni lo suda, ni le echa su gota de agua, salta como si fuera un trampolín sobre el alza de los precios y sobre el trabajo ajeno sin consideración al trabajo del hombre. La cadena del productor, seguido del comercializador, y del otro lado, el comprador, toda una trayectoria como bienestar social a la inversa y lo antónimo del trabajador decente.
Y no son menos importantes, otros entes injustos y vagos dentro de nuestro entorno social y económico, la larga cadena de coleros, acaparadores, revendedores, que no viven por un trabajo digno, ni valoran principios humanos ni en tiempo de crisis económica y sanitaria.
El llamado de Cuba hacia una vida más justa y la eliminación de una manada de lastre social es nuestra principal tarea, como también la de concebir desde niveles primarios como la familia y la escuela el engendro de un mejor hombre, porque nada es imposible.
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