El poder de las palabras
especiales

Imagen tomada de https://www.portafolio.co
Hay una frase popular que dice “somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos”. No sé de quién será, pero es tan cierta. Habla de medirnos, de tomar una pausa, sobre todo cuando nos sentimos desbocados, porque al calor del momento podemos llevarnos por los impulsos y luego cargar para siempre con un discurso que quizás no es totalmente ajustado a lo que sentimos o queremos sino resultado del furor.
No obstante es muy común encontrarse con situaciones de esta especie de violencia invisible. Están por todas partes las personas que reaccionan así ante el mínimo estímulo sin evaluar el poder de las palabras que hieren y crean abismos, subestimando la capacidad destructora que habita en lo que se dice con fiereza.
De esa agresión que no deja moretones sus huellas son difíciles de curar, y son esas respuestas incomodas que provocan altercados. Los ejemplos sobran y pueden gestarse con cualquier escenario: quien se entretiene en la calle y tropieza con otro, quien recibe un mal vuelto por error del cobrador, quien llegó tarde a su trabajo porque se le fue la guagua. La vida está repleta de contextos de frustraciones y deslices, y lo común es la verborrea desmedida, las palabras feas, subidas de tono, las ofensas.
No importa el nivel cultural sino la inteligencia emocional para salir de la incomodidad de manera civilizada. Y no se trata solo de insultos o gritos porque la violencia discursiva puede ser sutil y, por lo tanto, también peligrosa. A veces llega disfrazada de sarcasmo que al mismo tiempo degrada; o es el comentario pasivo que socava con tremenda facilidad, ya sea con la descalificación “tenue” o la humillación.
Dicen los que saben que detrás de esa violencia verbal hay un secuestro neuronal porque cuando nos sentimos atacados, frustrados o heridos, el sistema límbico —que es el centro emocional del cerebro— declara una emergencia y toma el control; y de inmediato la amígdala —que es nuestra alarma de peligro— activa mecanismos para luchar o huir. Por consiguiente, con tal mejunje de sensaciones la corteza prefrontal —lo que nos hace razonar, ser empáticos y controlar los impulsos— queda prácticamente a la deriva, como si se desactivara por la alta presión.
Es por eso que en esa desconexión del razonamiento es muy probable que se articule un discurso visceral, no meditado. Y no es que el resto del tiempo escondemos lo que en realidad sentimos, pero muchas veces no hay necesidad de dañar, y siempre que pensemos podemos medir y hablar con total control de las palabras. En ocasiones es el miedo quien habla, o el dolor, la molestia, la rabia, y así es muy fácil que sean disparados proyectiles emocionales.
Las heridas verbales pueden durar toda la vida y doler muchísimo porque las palabras impulsivas no caducan y suelen atacar la identidad. Sí, en un altercado que comienza con la crítica de un hecho es muy común que se reprochen las características personales, y a veces tanta descalificación se convierte en profecía. Además, son imposibles de olvidar, serán palabras recordadas a cada rato.
Si por un lado es improbable no sentir el deseo de responder ante un asunto que afecta, la alternativa tampoco es convertirse en un robot sin emociones, sino en hacerlo de manera consciente. La diferencia está en los tiempos que nos tomemos para reaccionar y responder, no de manera automática sino de manera sensata.
¿Es posible? ¡Por supuesto! Lo recomendable para actuar con el menor índice de arrepentimiento posible sin daños desmedidos es desactivar esa violencia impulsiva. Es difícil, pero conviene a todos tomar una pausa para responder. Esto es clave.
Asimismo, los psicólogos recomiendan cambiar de pronombre y en lugar del “tú” acusador usar el “yo” vulnerable para expresar lo que se siente. Estaría bien preguntarse qué se necesita en realidad porque usualmente detrás del discurso impulsivo se esconde una necesidad no expresada, acumulada. Es bueno recordar que las palabras no se las lleva el viento, tienen efecto y consecuencias. Siempre podremos elegir si queremos ser conscientes y respetuosos, salvar relaciones o sembrar discordia y dolor.












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