Entrevista con René Portocarrero: De su rica y poética visión
especiales
Figura sedente y Retratos de Flora, de René Portocarrero.
Porque el tiempo desnuda recuerdos evoco a René Portocarrero, el artista que recreó a la mujer de mil formas y dejó de ella una inolvidable galería. Según él, su serie Retratos de Flora idealizó un personaje real y cautivante de su infancia.
Sin ajustarse a un estilo y resumiendo varios, entregó lo mejor de su apreciado arte. Lo entrevisté un día lejano y su imagen quedó prendida más que en la memoria, en el corazón. No sé si fue por el vivo interés que mostró en aquel encuentro, sus amabilidades y, en especial, el entrañable regalo que tanto valoro: su foto de niño vestido con disfraz carnavalesco.
Hablamos en su apartamento del Vedado, cerca del malecón habanero.
«El carnaval ha ejercido una fuerte atracción en mí. No sé si será que, precisamente, nací un 24 de febrero, en tiempo de carnestolendas. Esta motivación está muy relacionada con mi niñez. Recuerdo que a mí me disfrazaban todos los años. Eran trajes complicados, pero muy bien hechos.
«Además, el carnaval refleja el sentido estético del pueblo, su expresión artística. Y aunque en nuestro país no ha existido una tradición artesanal, la gente hace derroche de imaginación y fantasía en las comparsas, los trajes, y en las carrozas. Todo es muy universal; lo mismo mezclan un personaje con otro, una época con otra distante».
Personajes, aguada y tinta sobre papel, firmado y fechado 70, 48x62 cm
Su interés por la pintura mostrado desde pequeño fue muy bien aceptado por la familia que, además, estimuló tan temprana vocación. Las amorosas tías llevaron al Salón Nacional de Pintura y Escultura los cuadros de Portocarrero, quien por esa fecha tendría 12 o 14 años. Expuso junto a consagrados como Amelia Peláez, Carlos Enríquez, Lam y otros.
Su lenguaje en la plástica se nutrió del fovismo, el surrealismo, el impresionismo, el postimpresionismo y la abstracción en sus distintas variaciones. Él se consideraba, sobre todo, un pintor figurativo.
Al preguntarle sobre la importancia de la luz cubana en su obra, me explicó:
«Para mí, es fundamental el sol que, a determinadas horas, tamiza los colores. Mi hora preferida es el atardecer, porque es cuando el color está en su justo medio. Acostumbro a pintar por la mañana y en la tarde, pero hay épocas febriles en que realmente el tiempo no existe. Mi obra es la suma de muchos estilos y, sin dudas, como ha dicho Carpentier, impera el barroco que se aprecia en las catedrales.
Catedral en rojo. Obra de René Portocarrero
«Tengo influencia de artistas cubanos como Amelia, Carlos Enríquez, Abella. Con muchos de ellos tuve contacto directo porque fueron mis maestros. Asimilaron las tendencias de la Escuela de París, pero las llevaron a un arte nacional».
Claro que no podíamos dejar de hablar de sus famosas Floras, que tan espléndidamente recreó.
«Flora, la mujer con sombrero, es también una imagen infantil. Quedó fuertemente atada a la visión del recuerdo desde que la vi. Ella llegó un día a mi casa, envuelta en un conocido affaire, mi padre la defendía. Era una catalana muy hermosa esa que encontré un día llena de joyas que mi progenitor guardaba en la caja de caudales. Pinté muchas Floras, que la Revolución transformó en su contenido y que el tiempo ha universalizado».
Una de sus tantas Floras.
Vinculado a la generación de poetas del Grupo Orígenes, publicó dibujos en varias revistas literarias como Verbum, Espuela de Plata y Orígenes. Suyas son las obras Las máscaras y El sueño. También ejerció como diseñador teatral. Y durante un tiempo fue profesor del Estudio Libre de Pintura y Escultura.
En 1950 trabajó en la decoración de piezas de cerámica en el Taller Experimental de Santiago de las Vegas. Realizó murales como los de la cárcel de La Habana, el Hospital Nacional, y el titulado Historia de las Antillas, para el hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre.
Sobre aspectos de la santería afrocubana, presentó la exposición «Color de Cuba». Tituló Carnavales su serie inspirada en el tema de esos festejos. Muy apreciada resultó la de los interiores del Cerro. Por su cuadro Homenaje a Trinidad recibió el Premio Nacional de Pintura. El Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió una colección de 27 de sus ángeles pintados a la acuarela.
Portocarrero participó en la Bienal de Sao Paulo en 1957 y 1963, y en la de Venecia en 1952 y 1966. De su obra fue presentada en 1967 una gran exposición retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana.
Paisaje de La Habana, 1961.
Lauros recibidos: Premio Internacional Sambra, otorgado en la Bienal de Sao Paulo; Orden de la Cultura de Polonia; Orden Cirilo y Metodio, concedida por el gobierno de Bulgaria, en 1976; Orden Félix Varela, Cuba, 1981, y el Águila Azteca, máxima condecoración de la República Mexicana, 1982.
El extraordinario pintor René Portocarrero falleció en su querida Habana, el 7 de abril de 1985. Del artista queda la poética visión de una obra abarcadora cubana y universal.
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