DE LA TELEVISIÓN: Lucha contra bandidos, segunda temporada
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Otra vez el reto de contar una historia de la Historia mayor. Partir de situaciones y personajes relativamente cercanos (hay todavía personas que pueden hacer el cuento, porque lo vivieron, porque fueron protagonistas o testigos) para recrearlos, sin pretender que se trate de un discurso definitivo, inobjetable.
«Basado o inspirado en hechos reales» es una denominación que pesa. Pero también «libera» de ciertos compromisos con «la verdad». La ficción histórica es el compendio de anécdota, análisis de un contexto e imaginación. Y es perfectamente legítimo un posicionamiento, un punto de vista.
No hay ficciones «objetivas». No se escribe una teleserie como se escribe un artículo de enciclopedia.
Ahí entran en juego la responsabilidad del que narra, su vocación ética y su capacidad para articular tramas interesantes. Porque el arte, incluso el más «comprometido», no debería permitirse ser panfleto.
La segunda temporada de Lucha contra bandidos narró una contienda a partir de los itinerarios particulares de un grupo de personas. Y esos relatos íntimos fueron aportando color y contundencia al gran relato.
Se intentó no «instrumentalizar» a esos personajes, no tratarlos como fichas de un juego previamente decidido. Por eso los pequeños acontecimientos del día a día (encuentros y desencuentros amorosos, situaciones humorísticas, proezas y deslices cotidianos) tienen en el entramado tanta importancia como los grandes sucesos (batallas, movilizaciones, ajustes de cuenta).
Los «buenos» y los «malos» —sin negar ciertos esquemas dramáticos— son personas, enfrentadas circunstancialmente por convicciones o intereses. El autor y los realizadores se permiten —porque tienen el derecho de hacerlo— poner en juego un sistema de valores para buscar la empatía del espectador. Pero incluso los mayores villanos de esta serie explicitaron contradicciones que los alejaron de la fácil caricatura. Y los héroes tampoco fueron muestra irreprochable de virtudes.
No hay que olvidar que el drama es conflicto y progresión. Y aquí no faltaron peripecias para mantener el ritmo y poner enjundia. Aunque algunas de las tramas tenían cierto potencial que no fue aprovechado del todo. La trágica división de las familias, entre los que apoyaban a (o eran) los alzados y los que los rechazaban o combatían, ofrecía mucha más tela para cortar. Un ejemplo: se resolvió el conflicto del agente Manjuarí con un abrazo con su enamorada... y se evitó la resolución (fuera la que fuera) en el ámbito puramente familiar.
Otras tramas y personajes quedaron vagamente esbozados. Pudiera achacarse al hecho de que se trató de una historia coral, era difícil seguirles la pista a todos. Pero si se plantea con determinada intensidad un conflicto hay que resolverlo a la vista del espectador. A veces no bastan las suposiciones o los sobreentendidos.
Y no habría que temerles a ciertos recursos «melodramáticos», por más que algunos los consideren excesivos. Funcionó con Yeyo, donde no se escatimaron sentimientos. Y hasta cierto punto funcionaron con las relaciones de Mongo Castillo con su consuegro, con su hijo y con el maestro, que fueron ampliamente abordadas durante la temporada. Hubo una escena ejemplar el día del nacimiento del nieto (emotiva hasta las lágrimas), pero extrañamos el gesto de agradecimiento que le debía el maestro al hombre que lo salvó de la muerte, exponiéndose él mismo a morir.
Una de las grandes fortalezas de la teleserie fue el altísimo nivel actoral, evidente incluso en roles menores. Y también la factura de la puesta en pantalla, muy por encima de lo que se logra habitualmente en el teledramatizado nacional.
A esos aspectos nos referimos cuando comentamos la primera temporada. Ojalá que RTV Comercial contribuyera a establecer estándares para la realización de telenovelas, teleseries y otros dramatizados en Cuba.
Pero el mérito mayor ha sido el de interesar a un público en episodios de la Historia nacional. La ficción en la literatura, la televisión o el cine no pueden ocupar el lugar de los de los ensayos e investigaciones, de la historiografía y el periodismo sobre temas históricos. Otra es la lógica, otro el acercamiento, otra la profundidad del análisis. Pero puede sembrar una semilla. Puede ser plataforma para el debate. Puede proponer un camino.
La segunda temporada de LCB se adentró en un paisaje complejo y ofreció su visión. Hay muchos otros pasajes y personalidades de nuestra Historia que ameritarían una teleserie como esta.
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