DE LA HISTORIA DEPORTIVA: Alegría, dolor, humor en la fiesta olímpica
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¡Silencio! Un hombre está sufriendo. Suframos todos. Howard Drew es uno de los corredores más veloces del mundo en los 100 metros planos, el uno para la inmensa mayoría de los expertos. Por ser negro casi no lo incluyen en la delegación estadounidense que compite en la quinta edición de los Juegos Olímpicos.
Ahora, golpea la puerta del cuarto donde lo han encerrado cuando falta poco para la final de la prueba reina. Grita, es la desesperación misma. Vencido, se deja caer más que sentarse en una silla. Un postrer esfuerzo camina hacia la furia: el puño da fuerte sobre la mesa. Entonces todo es debilidad, lágrimas rodando por su rostro, hasta quedar dormido por el dolor sobre una cama.
Su calidad obligó a traerlo, a pesar de la opinión contraria con tanto de odio del entrenador. No crean en la bondad de los directivos. Oiga a uno de ellos "defendiendo" al atleta: "Los triunfos nos hacen falta, hay que encabezar el medallero siempre. Quien tenga opciones de medalla tiene que ir a ganarla en Estocolmo, pese a que el color de su piel nos dé asco".
El instructor les había comentado a los más íntimos: "Casi prefiero a un extranjero más que a un negro como vencedor, aunque sea de mi equipo". La oportunidad le abrió la puerta. Difícilmente perderá la presea dorada; la plata y el bronce deben caer también en el bolsillo de sus muchachos: 5 de los 6 de la prueba reina son de USA. Puede dejar fuera a uno de ellos, a Drew, claro. Además, Lippincott rompió el récord mundial en la fase eliminatoria al recorrerlos en 10.6.
Decide rápido: lo encierra y se lleva las llaves del propio cuarto del corredor, poco antes de la lid decisiva, e informa a los jueces y periodistas que la ausencia se debe a una repentina enfermedad. El odio se ha impuesto en este caso. Maldito racismo, maldito capitalismo que lo promueve y en la etapa imperial lo exacerba.
El hecho no es causado por la personalidad enajenada de un técnico: sus raíces son más complejas. Esa visión enferma a gran parte del pueblo estadounidense y todavía lo infesta en lo esencial.
En aquella ocasión, cuando las bofetadas en ese sentido eran más burdas y duras en la etapa, nunguno de la dirigencia de la representación norteamericana ni de los organizadores del gran certamen de 1912 tomaron medidas ante la barbarie tan protestada por el dañado, ni hubo castigo alguno para el antihumano infractor del olimpismo.
Finalísima de los 100: ganó Ralph Craig (10,8), seguido de Alva Meyer (10.9) y Ronald Lippincott (10.9), los tres de Estados Unidos.
En el Ideario Olímpico de Coubertin se puede leer: "Es preciso recordar que los Juegos Olímpicos no son propiedad de ningún país o raza en particular, ni pueden ser monopolizados por ningún grupo. Son mundiales y todos los países han de ser atendidos por igual e igualmente todos los deportes tratados sobre el mismo plano, sin temor a fluctuaciones o caprichos de opinión".
De pronto un lector me pregunta: "¿Por qué no ha tratado un caso más famoso de racismo que ocurrió en esos Juegos, el del aborigen norteamericano Jim Thorpe?". Le respondo: Precisamente porque es más conocido y quiero profundizar especialmente sobre él. Lo haré en alguna de las ediciones próximas.
Interviene una alumna de la Universidad de las Ciencias de la Cultura Física Comandante Manuel Fajardo: "En esos Juegos participaron por primera vez las nadadoras. Profundíceme sobre eso". "Eso sí lo emprenderé enseguida", le digo y comienzo a cumplir.
Las sirenas arribaron a la magnífica fiesta en la capital de Suecia. ¡Qué bien! Cuando la mujer penetra en una obra la agiganta: las batallas olímpicas no han sido excepción. La más rápida en la piscina fue la australiana Fanny Durack con 1:22.2. En la semifinal le dijo adiós a la marca del orbe: 1:19.8 La siguieron su compatriota Wilhemina Whylie y la británica Jennie Fletcher con 1:23.4 y 1:27. El relevo fue para las inglesas con 5:52.6.; a continuación llegaron alemanas y austriacas. En clavados reinó la sueca Greta Johansson al acumular 39.9 puntos. Segunda, otra suiza, Lisa Regnel y tercera, Isabelle White, de Inglaterra.
Buen momento para irnos a otra piscina, la de Ámsterdam 1928. ¡Ahí viene un ciclón—nadadora: la germana Hildergard Schrader, en pos de quebrar la plusmarca del planeta en los 200 de pecho! Última vuelta. ¡Se le zafa un tirante de su trusa, parte de los senos al aire Pierde el ritmo pero no ceja y se impone con 3 12.6. Bajo el agua arregla el tirante y saluda después. Había roto la maca olímpica en un heat eliminatorio (3:11.2) e igualado la mundial en la semifinal. Si no hubiera sido por el percance, la habría mejorado.
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