Cuba: Faltar a la palabra empeñada ¿está de moda?
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¡Qué tiempos aquellos de los abuelos! A cada rato los recuerdo no solo por la gratificación personal de rememorar tiempos felices con la familia, sino también porque quien daba su palabra al asumir un trabajo la cumplía al pie de la letra, bastaba un estrechón de manos y quedaba cerrado el trato.
La palabra dada era la principal tarjeta de presentación, y no evoco que se firmara ningún contrato. Existía tal grado de confiabilidad, que ya con el hecho de expresar verbalmente el compromiso de ejecutar tal tarea, tal encomienda, era suficiente.
Así era el grado de credibilidad que emanaba de la imagen del operario, del albañil, del mecánico automotriz, del plomero, del zapatero, del herrero y de un sinfín de personas que tenían a bien ofrecer sus servicios y cumplirlos con calidad y en el plazo acordado.
Pero en los tiempos que corren, desdichadamente no podemos sentirnos con esa certeza de que lo pactado va a tener generalmente un buen final.
Y ciertamente, no es que haya ocurrido una degeneración genética en algunas personas y haya trastocado su respeto hacia quien le encarga un trabajo, no es nada clínico, pero sí de mucho menoscabo en su escala de valores éticos, de falta de consideración, y diría más, de dignidad deteriorada.
No prometamos algo que no sepamos si vamos a cumplir. Dicen que el tiempo da y quita la razón, pero no dejemos que la palabra ensucie la verdad y que nuestra auténtica tarjeta de presentación ante los demás sea una farsa.
Hace días que observo cómo, a pesar de un contrato firmado, el representante de una cooperativa automotriz va dando plazos y evasivas, y ya acumula nueve meses sin que haya cumplido con lo estipulado en la reparación de un automóvil.
Ante tanto incumplimiento, no cabría mejor medida que rescindir el contrato, no pagar por la exigua parte que ha hecho y hasta pedir una indemnización por el tiempo perdido; no obstante, la persona afectada le ha dado otra oportunidad para demostrar que aún se puede seguir confiando en el mejoramiento humano.
Preocupa constatar que confiar en la palabra empeñada se ha convertido en sinónimo de ingenuidad y de riesgo, en muchos casos.
Cada día nos encontramos con hechos como el de la cooperativa automotriz. Si repasamos rápidamente lo que ocurre en nuestro entorno, en nuestra vivienda necesitada de reparación postergada debido a la falta de un albañil que cumpla, o aquel vecino que optó por asumir él mismo los trabajos de plomería en su casa ante la mala experiencia con el fontanero, entonces concluiremos que quien toma con ligereza el valor de su palabra no sabe cuán letal puede llegar a ser en el respeto que le tienen los demás.
Bien valdría que en nuestra sociedad aboguemos por revitalizar ese concepto denominado “palabra de honor”, por cuanto representa como un pilar de integridad y coherencia, de respeto hacia los demás.
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Juan Carlos Subiaut Suárez
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