Contracrítica: Zona de interés y otras zonas deshumanizadas

Contracrítica: Zona de interés y otras zonas deshumanizadas
Fecha de publicación: 
28 Febrero 2024
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Mientras el mundo se conmueve con La sociedad de la nieve, que narra la tragedia de una deshumanización producto de la necesidad extrema; otro filme debería acaparar toda la atención de los críticos y de los medios. Se trata de la cinta Zona de interés, una propuesta de Jonathan Glazer que narra, desde un punto de vista original, lo sucedido en el campo de concentración de Auschwitz (o, mejor dicho, lo que pasaba afuera, a pocos metros). Y es que la obra se centra en los sucedidos nimios, intrascendentes, de una familia aparentemente normal que posee rutinas sin ninguna importancia, con la diferencia de que se trata del hogar de Rudolf Hoss, el conocido como “Animal de Auschwitz” un criminal de guerra nazi, que tuvo a su cargo el exterminio de 3 millones de personas a partir de métodos industriales.

La casa está separada por un muro del infierno del campo de concentración, los niños se bañan en un río contaminado por las cenizas de los crematorios humanos, la cámara jamás se adentra en la matanza, sino que se coloca a distancia y se enfoca en la felicidad y la vida tranquila de los Hoss. A menos de cien años de Auschwitz y cuando aún existe quien quiere blanquear el legado de los nazis, apostar por una película que muestre el holocausto sin cercanía, sin la habitual empatía y condena directa, puede resultar polémico. Pero esta idea obedece a cierta vertiente en el arte que busca cuestionar los relatos habituales y resignificarlos a partir de esencias que estén poco vistas y analizadas. En otras palabras, el director lo que intenta es conmovernos desde la intrascendencia, mostrarnos que el crimen es de hecho un suceso cotidiano que hemos normalizado demasiadas veces y que solo cuando se producen grandes conmociones y nos chocan en la cara estamos dispuestos a darles un color y una dimensión moral. Mientras el infierno esté separado por una pared, simplemente no existe.

Lo que no se nombra, lo que no se dice en los medios, lo que no está en el centro de una producción fílmica, no pasa a los tribunales éticos. Tal pareciera ser la denuncia de este artista que de hecho rescata el concepto de la banalidad del mal que estableciera Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén y que tiene que ver con la tecnificación del crimen o sea un fenómeno hasta entonces nunca analizado. Si hasta ese momento lo que se entiende como asesinar poseía una dimensión directa y violenta, ahora la tragedia puede darse a partir de aburridos mecanismos silenciosos que funcionan como la relojería de un sistema. Los criminales nazis se veían, bajo este manto, como inocentes que cumplían un deber ciudadano y de esta manera deshumanizaban su labor. La banalidad del mal está en quitarle toda la carga dramática al hecho y presentarlo simplemente como un deber cuantitativo que se cumple. En el propio juicio de Núremberg, el “Animal de Auschwitz” corrigió al juez cuando dijo exactamente la cifra de los asesinados y además protestó pues en sus palabras él estaba limpio, ya que nunca ejecutó a nadie directamente. El mecanismo es tan frío que usa en su defensa su propia eficacia y el hecho de que no toca a las víctimas, sino que las lanza en un abismo de muerte en el cual solo otras máquinas hacen la labor.  Por eso Zona de interés asume precisamente la importancia que aquí se le achaca.

Hay un tono irónico en el término Zona de interés que le da nombre a la película. Así era como eufemísticamente le llamaban los nazis al campo. De hecho, no se alude a la muerte, ni a la tragedia. Solo se coloca como ligeramente y sin querer un foco de atención. En esa intrascendencia que los alemanes le otorgaban al holocausto iba lo terrible del gesto, ya que los judíos, los comunistas y los discapacitados masacrados en los campos, eran menos que insectos. Y todo ello iba aderezado además con los elementos de una guerra de trasfondo en la cual se estaba definiendo la moral de la humanidad. O prevalecía la deshumanización o se intentaba algo nuevo y humanista, o triunfaba la banalidad de la mecanización o la especie tomaba conciencia de lo necesario y sagrado de la vida. Finalmente conocemos lo que pasó, pero es evidente que la lección no está del todo aprendida. Si se analiza bien, con el filme Zona de interés se está diseccionando el crimen y se le coloca encima de la mesa para su uso de manera racional. Para los nazis, los campos eran fábricas de muerte a partir de las cuales se extraían recursos que luego integraban las riquezas del Reich, desde joyas hasta dientes de oro, pasando por el uso industrial de los restos humanos. Por ende, el interés era en toda regla racional, lo que en esencia cruel, destructivo, oscuro y alienante. Por ende, para quienes creyeron que con la diosa razón la humanidad iba a vivir un periodo de bonanza, los campos de concentración son el mentís perfecto. Nada fue mejor luego de que se estableciera la industria.

Casualmente, en estos días tuve acceso de nuevo al docudrama del año 2000 titulado Núremberg, una producción norteamericana y canadiense que contó con la actuación estelar de Alec Baldwin en el puesto de uno de los fiscales principales del juicio a los nazis. La cinta pudiera verse como un complemento a Zona de interés, para poder comprender la magnitud de los hechos tratados. Sin en el filme del año 2023, el director oculta lo triste y terrible, en la cinta del año 2000 hay un interés por el tratamiento directo. Y es que en uno y otro acercamiento a la historia se pretenden efectos artísticos dispares en torno a hechos que no pudieran catalogarse de forma lo suficiente terrible en los anales de la historia global. Pareciera que ni el cine es capaz de darle una dimensión existencial a lo que cometieron los nazis. Pero lo que Zona de interés posee como obra superior está precisamente en que nos cuenta lo que pasaba del otro lado del infierno. Es como si alguien nos narrara los elementos cotidianos de la vida de Lucifer, a la par que sabemos que existen los lagos de lava hirviente. El reto es mucho mayor y la ganancia está en que el público puede acercarse de una manera casi minimalista a la inmensa historia de una tragedia como la del holocausto. De esta forma, se toma una conciencia más allá de la academia, una idea más allá de lo manido y se combate lo que en efecto fue una dimensión oscura de nuestra especie: la banalidad del mal que es capaz de justificar, tecnificar, perfeccionar la infamia. Núremberg nos sirve para ver al criminal siendo juzgado, pero Zona de Interés nos propone que busquemos al criminal, que lo nombremos nosotros y de alguna manera que nos convirtamos en jueces.

El gran arte, el de verdad, empodera a las personas, revive los mitos, establece marcos en los cuales la historia cobra una vida inusitada y útil a partir de la cual podemos tener una noción exacta de nuestra especie. El cine, aquejado por corrientes de moda que lo banalizan y que silencian su potencia, merece nutrirse con este tipo de obras que apuestan más por una transformación de las conciencias y por una participación activa de los espectadores. Es como los cuadros de la vanguardia pictórica que rompían con la línea para que las personas buscaran los contornos, armaran las historias y sintieran que el arte es algo más que un objeto de consumo al cual alguien le puso un precio.

La película a la vez es una forma de colocar el interés sobre temas que llevan dicho peso en la atención de la humanidad. Estamos demasiado tiempo en la banalidad cotidiana que puede dar paso a la tecnificación y al crimen. Las redes sociales no solo visibilizan lo más intrascendente, sino que justifican y establecen una normalización de las peores conductas. La dictadura del like y de la aceptación hace que los comportamientos más deleznables, los linchamientos, sean el pan nuestro. Sin en Auschwitz quemaban los cuerpos físicos, hoy se incineran las reputaciones, la moral y cualquier elemento de orden y de estructura que exista en la civilización. Es un estado perenne de caos que no de crisis creativa, de fin de la historia que no da paso a más nada y por ende de una desesperanza en los dispositivos de poder y de participación.

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En la actualidad, Gaza resulta la más deshumanizada de todas las zonas

Se trata de una oportunidad para reflexionar en torno a lo que somos y lo que podemos ser. La integridad de la especie se define a partir de los gestos más nimios ante las tragedias. Y bañarse en un río lleno de cenizas de cadáveres pareciera ser el elemento más macabro a la vez que ilustrativo del mensaje que encierra esta obra. El infierno se banaliza, se le intenta desenfocar, se le coloca en un tono distinto; pero sigue sonando con estridencia más allá de los muros del campo, se cuela en las habitaciones, vuela sobre las camas donde duermen los niños de la familia Hoss, se convierte en un espectro en toda la casa y hace de la escena algo que solo pudiera calificar como arte. Una belleza increíblemente triste, pero con el poder suficiente para despertarnos una conciencia poderosa, adolorida, una que vuelve de los estadios de inercia y que se une al despertar necesario de la humanidad. El arte como un vehículo no solo de cambio, sino de hallazgo de los mejores caminos a través de las evidencias gráficas de que el crimen ha estado siempre presente por mucho que se le niegue.

¿Hay acaso mayor ganancia para un filme que esta? No solo se hace una película que posee una belleza como trama y como construcción de la vida a partir de símbolos, sino que posee una utilidad en la política en el mejor de los sentidos. Si La sociedad de la nieve, que ha arrasado con la atención de los medios, versa sobre una desgracia que acontece por accidente y que muestra hasta dónde podemos deshumanizarnos para poder sobrevivir; Zona de interés es un punto de giro que nos dice que en realidad la banalidad del mal no requiere de justificaciones y que florece como resultado del descuido del bien a manos de las máquinas y de personas estúpidas. No existe en esta última propuesta fílmica una desgracia fruto de un accidente, no interviene la suerte, ni la mitología, ni la fe; todo se construye a partir del aparataje de la modernidad que además se oculta y se disfraza de moral y de deber ciudadano. He ahí la grandeza del arte como vehículo, como esencia de la transformación. Si la crítica se centrara también en lo que edifica, en lo que educa y es útil, tendríamos menos textos dedicados al morbo y más obras en la línea del estudio de la condición humana.

Zona de interés es una contradicción que a la vez que enaltece a la humanidad la derrumba en sus lados más flacos y usa ese dolor para buscar un horizonte que no sea el de siempre, el de la oscuridad y el desasosiego, sino el de la vida a la cual no debemos nunca renunciar como especie por muy duro que todo se torne.

 

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