Béisbol cubano: Mendoza, el gallo fatal
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El caso de Yunier Mendoza es el clásico del buen pelotero con mala suerte a la hora de integrar los equipos Cuba, que a lo largo de nuestras Series Nacionales exhibe ejemplos en todas las posiciones.
En su caso quizás haya sido ese precisamente su gran handicap, porque a un primera base se le pide cierto somatotipo y bateo de poder, lo cual no acompañaba al espirituano.
A golpe de memoria, luego de la época de Pedro Chávez en los años 60 del pasado siglo no recuerdo otro inicialista en el equipo Cuba por debajo de 1.80 de estatura, salvo las excepciones de Ariel Borrero y Danny Miranda, que tuvieron pasos bastante breves por el seleccionado nacional.
La estatura es importante sobre todo a la defensa en esta demarcación, porque eso permite un margen más amplio a los jugadores de cuadro a la hora de lanzar a la almohadilla, y aunque parezca que no, unos centímetros de más se traducen en unos cuantos outs de más, tomando en cuenta a dos jugadores de calidad pareja.
El otro requisito no escrito es el de aportar bastantes jonrones y empujadas, y aquí la única excepción que recuerdo es Luis Felipe Rivera, mucho más alto, pero no toletero de poder, quien integró el Cuba sobre todo por sus habilidades para embasarse y su velocidad.
Entre esas excepciones pudo estar Mendoza, a quien avalan su promedio ofensivo acumulado de .324 en 25 Series Nacionales, que se dice fácil, pero para nada es sencillo, y con la tercera plaza de todos los tiempos en el apartado de imparables (2 447), solo superado por Danel Castro (2502) y Frederich Cepeda (2491).
En cuanto a impulsadas, el número 18 de los Gallos demostró ser también valioso, pues tras el retiro de Eriel Sánchez asumió como quinto bate para proteger a Cepeda y llegó a ser incluso líder remolcador en la Serie 61.
«La Regadera trinitaria» bateó para .385 en la más reciente Serie Nacional, entre los más destacados del torneo, y ni siquiera fue llamado a la preselección nacional, lo cual fue la gota que colmó la copa de su paciencia.
Solo integró un equipo nacional en el año 2010, cuando lo convocaron al Torneo Interpuertos que se desarrolló en Rótterdam, un certamen de poca importancia, y en aquella oportunidad tuvo una muy buena actuación, así que tampoco había la justificación de que no rendía con las cuatro letras.
Fueron ocho las temporadas en las cuales el espirituano sobrepasó la marca de los 100 inatrapables, pero obviando esos apreciables números, en 1973 encuentros nunca fue expulsado, lo cual habla a las claras de su comportamiento ejemplar.
En un campeonato en el que se protesta hasta los conteos arbitrales, y sin olvidar que su plantel estuvo involucrado en no pocas reyertas colectivas, es de admirar que el trinitario mantuvo siempre una conducta modélica, y eso lo valoro muchísimo aparte de la simpatía que me despertaba por haber nacido en la ciudad donde pasé buena parte de mi infancia.
Por eso yo, que no tengo voz ni voto a la hora de escoger a los integrantes de nuestras preselecciones nacionales, al menos le puedo homenajear con unas líneas, que el gallo fatal se ganó a batazo limpio y con una ética admirable, además de mantenerse contra viento y marea apoyando a su provincia pese a saber que sería obviado para empeños mayores.
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Zarza
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