Aunar voluntades: 40 años después de la palabra empeñada

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Aunar voluntades: 40 años después de la palabra empeñada
Fecha de publicación: 
18 Septiembre 2024
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Imagen principal: 

Foto: Habana Radio

Un mar revuelto y el Faro del Castillo de los Tres Reyes del Morro aparecen como carta de presentación de una obra que desde los comienzos promete ser a través de sus páginas la revelación de una suerte de epopeya por la persistencia de la memoria.

Aunar voluntades lleva por nombre el volumen literario que la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) y su Plan Maestro han regalado este septiembre a su más fiel devoto en esa especie de religión en la que convirtió su vida para volcarse de cuerpo entero al Centro Histórico: Eusebio Leal Spengler (1942-2020).


Foto: Aylín Herrera Reyes


Foto: Aylín Herrera Reyes

El libro, con prólogo de Anne Lemaistre, directora de la Oficina Regional de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), y editado por Ediciones Boloña, es evocación a los 40 años de la inclusión de La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones en la Lista del Patrimonio Mundial.

La ciudad capital cubana, que ostenta desde 1982 esa condición y la comparte con otros centros históricos del mundo, tuvo en Leal y sus colaboradores de la OHCH a puntales extraordinarios que creyeron en ella, en su belleza y en todos los valores ocultos que la urbe tenía que mostrar, a pesar de la destrucción a la que en determinados momentos estuvo condenada.

En Aunar voluntades aparece el Eusebio todoterreno, sumergido en la restauración del Palacio de los Capitanes Generales desde sus cimientos arqueológicos, y mientras descubría piezas las exhibía en albergues cañeros o en los exteriores de los museos, como muestra de la sensibilidad heredada de su maestro Emilio Roig de Leuchsenring.

Serían esos los primeros pasos en la protección y puesta en valor del patrimonio habanero disperso en muchos espacios de la capital que luego, con el Primer Plan Quinquenal de Restauración (1981-1985), tomaría forma y daría a las hermosas casonas del casco histórico un sentido útil y enaltecedor del espíritu de sus habitantes.

Los cambios son abismales: la calle Obispo se peatonaliza, la Casa de la Condesa de la Reunión se convierte en la Fundación Alejo Carpentier y se interviene la de los Condes de Jaruco en la Plaza Vieja; el panorama de La Habana Vieja es otro y así lo atestiguan imágenes y archivos de la prensa de la época.

Para que la ciudad y su sistema de fortificaciones, único de su tipo en América, integraran la Lista del Patrimonio Mundial fue preciso también contar con la disposición del Estado cubano, y aunque anteriormente se había declarado a la villa como Monumento Nacional, a pocos años de iniciada la obra restauradora se decidió en 1981 presentarla como candidata a ostentar la más alta distinción de la Unesco.

El libro refleja a la Iglesia de San Francisco de Asís, a la Plaza de la Catedral y a los planos de la villa como parte del impecable expediente que, conducido por Marta Arjona y presentado por Vicentina Antuña, llega al organismo que muy poco tiempo después dio el sí a la propuesta cubana.

La utopía se hizo realidad en diciembre de 1982, año en el que La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones quedaron declarados como Patrimonio Cultural de la Humanidad pero, más que un sueño cumplido, Aunar voluntades muestra que ese logro fue solo el impulso para nuevas batallas por la recuperación de los dominios citadinos.

Amadou Mahtar M' Bow, director general de la Unesco, llegó a la capital en 1983 y con su visita se lanzó la Campaña Internacional para la Salvaguarda de la Plaza Vieja, en crítico estado constructivo y con unas 200 familias que habitaban el lugar en las más precarias condiciones.

Nuevamente Eusebio a la carga, con un proyecto reparador de lugares y almas que devolvió a la urbe su esplendor sociocultural, económico,  administrativo y turístico, sin perder sus esencias históricas y sin renunciar a cambios necesarios en medio de la tensa situación económica de los años 90.

Palabra empeñada, palabra cumplida: así podría definirse desde entonces el quehacer de una institución y de un país para poner en alto todo aquello que de la historia se ha heredado, sin aspiraciones de encerrar a la ciudad en las paredes de un museo.

Un Centro Histórico diverso, participativo, inclusivo, sostenible y dinámico ha sido el resultado, aun en construcción, de una obra a la que se le puso manos y corazón con las voluntades aunadas de muchos.

La Habana Vieja se ha convertido desde entonces en el sitio donde en cualquier esquina habrá un concierto, una exposición, un emprendimiento, una obra teatral; es la ciudad de los niños y las aulas museo, de los jóvenes que se abren paso en la ruta de la restauración, de los abuelos que cuentan con espacios para mejorar su calidad de vida y de los visitantes que llegan a ella por primera vez para no desprenderse jamás.

Viene también este libro cargado de futuro, de sueños a corto y largo plazos que seguramente han de cumplirse pese a los retos económicos, ambientales y poblacionales de los que Cuba no escapa.

Su hijo más pródigo dejó una suerte de testamento en Aunar voluntades y con él el camino abierto para una obra que no debe cesar:  “(...) no tengamos una mirada nostálgica sobre la ciudad, sino una mirada proactiva, de participación responsable, al dedicarnos a conservar los rasgos de su identidad.

“Se tratará de aunar voluntades para el renacimiento de esta preciosa ciudad que hemos heredado y que con seguridad seremos capaces de salvaguardar para las generaciones venideras, a partir del rigor y la creatividad con que seamos capaces de asumir el desafío, porque ella no fenece en su terca voluntad de existir relatando el tiempo a manera de palimpsesto”.

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