ARCHIVOS PARLANCHINES: Escandalosa corrida de toros en el Latino

ARCHIVOS PARLANCHINES: Escandalosa corrida de toros en el Latino
Fecha de publicación: 
8 Marzo 2024
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Los diestros mexicanos iban a necesitar mucho más que experiencia para tratar de triunfar en Cuba.

Aunque el arte del toreo nunca tuvo en Cuba el éxito de las peleas de gallos, lo cierto es que las corridas, iniciadas en la temprana fecha de 1569, siempre le movieron en piso a muchos cubanos amantes del capote rojo, las banderillas, la muleta y el estoque. 

El especialista Miguel Luna Parra asegura que durante el siglo XIX existen concurridas plazas en el Campo de Marte, en la calle Águila, cerca del actual Malecón, y en Belascoaín, donde un concurrido ruedo se mantiene activo hasta finales de esa centuria. 

Gran notoriedad alcanza también la segunda plaza de la ultramarina localidad de Regla, abierta en 1866 tras la ruina de la primera, célebre porque Mazzantini torea allí en enero de 1898, para envidia de los taurómacos de Carlos III e Infanta, siempre listos para aplastar cualquier competencia.

Pero, el asunto no pasa de aquí. Las pugnas taurinas comienzan a decaer y entre 1899 y 1902 son prohibidas de manera rotunda por las autoridades interventoras norteamericanas junto a las vallas de los gallos. 

Una idea loca

Durante los primeros años de la neorrepública se autorizan aisladas exhibiciones en las que el sacrificio del bruto no está permitido y se le rinde homenaje a Lagartijo, Frascuelo, Guerrita y otros grandes del planeta de los toros.

Por fortuna, tal situación empieza a cambiar con la decisión de algunos empresarios de contratar a los célebres matadores mexicanos Silverio Pérez (Compadre Silverio) y Armillita (Fermín Espinosa) para que protagonizaran en agosto de 1947 un cartel de toros bravos en el Gran Stadium de La Habana (actual Estadio Latinoamericano) abierto un año antes.

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Vale apuntar que Silverio, apodado El Faraón de Texcoco, había sido inmortalizado por Agustín Lara en un célebre pasodoble (Monarca del trincherazo, / torero, torerazo, azteca y español. / Silverio, cuando toreas no cambio por un trono / mi barrera de sol).

Para empezar, los trajes de luces, de seda y cubiertos de lentejuelas color oro, son exhibidos durante varios días en la vidriera de la tienda La Filosofía, de Neptuno y Galiano, donde se pueden admirar la montera, el corbatín, la chaquetilla, con atrayentes hombreras, el taleguilla o pantalón de faena; y el capote de paseo, lleno de lujosos bordados. 

Y más tarde, los responsables comienzan a promocionar la bravura de los miuras y sotomayores contratados en la hacienda colombiana Aguas Vivas, unas bestias que, como mínimo, debían tener 370 kilos.

Toros juguetones

Para sorpresa de muchos, los trabajos de acondicionamiento del Coloso del Cerro se hicieron con gran rapidez y cuando se había vendido la casi totalidad de la boletería el ministro de Gobernación Alejo Cossío del Pino se aparece con una noticia capaz de alterar la paz de los cementerios.  

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Los toros parecían melancólicos y reumáticos.

Las funciones de los días 30 y 31 de agosto no serán oficiales, sino solo… demostraciones. En consecuencia, son vetadas las banderillas, las garrochas con puyas de los picadores se van al viejo huacal y la «última suerte», la de matar, queda rotundamente prohibida. ¡Casi nada!

Los voceros del gobierno de Ramón Grau San Martín aseguran que en la época del machadato fue aprobado un dictamen que impide matar a los toros y aunque varios leguleyos demuestran que tal decreto había sido derogado en 1940 se mantuvo el polémico fallo. 

Obviamente, el espectáculo resulta un bochorno, una engañifa para el público, a pesar del valor a toda prueba y la vergüenza profesional de los diestros mexicanos.

A lo deslucido de una fiesta brava sin estocada se suma otro desastre: la docilidad de la ganadería del sábado 30. Elio Menéndez comenta en el Juventud Rebelde del 28 de abril de 1991 que se trataba de «toros mansos sin remedio que, haciendo caso omiso de capas y novilleros, volvían al lugar de donde salieron como si quisieran proseguir una siesta interrumpida. Parecían melancólicos y reumáticos». 

Eladio Secades, por su lado, afirma en el Diario de la Marina del 31 de agosto de 1947:

«Toros en La Habana, pero nada más que a medias (…). Una bronca sin puyas, sin banderillas de verdad, y con una espada de madera adornada con papel de envolver chocolate reduce y relega la belleza de la institución al plano de la profanación… Los espectadores comprendían que faltaba algo, que faltaba mucho, que faltaba casi todo (…)».

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El Faraón de Texcoco tuvo que torear con una espada de madera envuelta en papel de chocolate

Durante la corrida del domingo 31, vista por las treinta mil personas que abarrotan el Latino, los puntiagudos pitones se sueltan un poco más y le permiten a Compadre Silverio lucirse con algunos capotazos temerarios que causan mucho furor en el respetable. 

No obstante, en el momento en que aparece el cuarto y último toro, y la lidia ya es válida, un torrencial aguacero pone fin al lance y el azteca no avanza en su intención de demostrar el porqué de su enorme fama. 

Tras el fiasco de la referida corrida de Compadre Silverio, y Armillita nunca más se intenta organizar en la capital un evento de grandes dimensiones relacionado con el toreo. La lección queda bien aprendida.

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Esta foto la donó a la Biblioteca Nacional un amante de los toros presente en la corrida.

 

 

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