ARCHIVOS PARLANCHINES: El Chino que construyó un avión y quiso… ¡volar!
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En mi libro Hijos de la luna (2013) incluí una semblanza sobre David “El Chino” Brufau, fanático de la aeronáutica civil y temerario aspirante a piloto, que está imperdible. Ya verán por qué.
Por cierto, el hallazgo de esta historia fue casual, un día estaba revisando la revista Signos de 1977, y de repente, me llamó la atención una crónica de Roberto Bueno Castán en el que recrea la vida de este descendiente de asiáticos, educado y laborioso, pero caprichoso y gritón como cualquier criollo cuando intentaban meterle una cañona.
Todo parece indicar que El Chino llegó a Cárdenas, aproximadamente, en 1936, y como era un gran soldador, armó un carrusel muy apreciado por los lugareños.
Era, según los que lo conocieron en persona, un tipo amulatado y “colorado”, con el pelo siempre revolcado. Vestía, a toda hora, un overol.
También sobresalió como chapistero, pintor y mecánico de automóviles y los clientes le llovían; pero, su gran notoriedad la alcanzó con los “inventos”.
Sin poseer básicos elementos teóricos, aunque dotado de una extraordinaria imaginación, se empecinaba a diario en darle forma a sus caprichosos proyectos, por lo que muchos de sus familiares y amigos empezaron a pensar en lo peor:
“Ese chino cada día está más arrebatado”, comentaban las personas que se reunían en las sobremesas de las casas, los cafés o las barberías de la localidad.
En su artículo de Signos, Bueno Castán comenta:
“Crítico con el precio fijado por los “talleristas” al alquiler de las bicicletas, se dio a la tarea de fabricar algunas, para hacerles competencia y así acabar con el “abuso”.
“Frente al escepticismo no disimulado y ciertas chanzas, El Chino emprendió la tarea. Al poco tiempo, sus bicicletas motivaban la admiración de los cardenenses que, entusiasmados, acudían a su taller de Souberville, entre Calzada y Velázquez, para su alquiler.
“Las suyas se diferenciaban de las producidas por las industrias especializadas por tener dos, tres y hasta cuatro asientos. Y eso fue, precisamente, lo que le encantó a la gente. Sin embargo, esta no fue su locura más notable”.
“¿Te enteraste?... El Chino está fabricando un avión…”
Al principio, no se creyó que fabricaría un aeroplano; no obstante, cuando Bermúdez prestó su ayuda en el montaje del fuselaje, y el aparato de El Chino comenzó a coger sustancia, la curiosidad se transformó en pánico, ya que el motor de carro instalado hacía presagiar una desgracia cuando intentara el vuelo.
Luego, el temor tomó carácter sensacionalista, pues se corrió la bola de que nuestro pichón de ingeniero había recibido el motor de un verdadero monoplano.
En la calle se escuchaban conversaciones como esa: “Ahora, quizás vuele…”, “Sí, aunque El Chino no sabe nada de eso…se matará…”
Al correr de los días, el amarillo concentró todas las miradas locales y cientos de chismosos se dieron cita día y noche en su taller, instalado ahora en Calvo entre Velázquez y Calzada.
-Chino, ¿tú crees que te den permiso para volar?, le preguntó uno de sus asistentes.
-Con permiso o sin permiso, yo vuelo... ¡seguro!
La ciudad de Cárdenas fue el escenario de los acontecimientos que aquí se narran. En la imagen, la Catedral, el edificio más emblemático de esa localidad.
Fue tanto el interés y la expectación despertada en Cárdenas y en varias localidades cercanas que los inspectores municipales se decidieron a actuar y visitaron a El Chino, a quien trataron de hacer desistir de sus propósitos. Este se negó con rotundidad.
Entonces, se le prohibió volar, pues no poseía licencia de piloto, ni remotamente tenía experiencia para tales acciones.
Poco tiempo después, comenzaron a propalarse las más inverosímiles historias, en las que El Chino aparecía, siempre, como un solitario héroe del espacio.
-Caballeros ¿se enteraron? ¡Anoche El Chino sacó la aeronave y voló!...
-Entonces ¡se mató seguro!...
-¡Qué va!... me dijeron que aterrizó en Cayo Hueso…
¿En que terminó, realmente, la historia del aeroplano de David “El Chino” Brufau? Bueno, sobre el vuelo el gobierno mantenía una discreta vigilancia, para evitar un lamentable accidente, sin embargo, no hizo falta.
Cuando todo parecía estar listo para el despegue y el vecindario sudaba frío ante la catástrofe inminente alguien hizo la observación de que el famoso avión no cabía por las puertas del taller de El Chino, ¡¡¡donde había sido ensamblado…!!!
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