Balcones: Otra Habana más cerca del cielo (+ Galería de Fotos)

Balcones: Otra Habana más cerca del cielo (+ Galería de Fotos)
Fecha de publicación: 
25 Septiembre 2011
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Fotos: Armando Santana

 

Si uno anda por las calles habaneras sin alzar la vista, quedará siempre a mitad de camino, aun cuando llegue a su destino.
Pero si, a pesar del sol astillando la pupila o del reloj que galopa desenfrenado, el caminante se decide, sin perder el paso, a otear por encima de su frente, entonces puede toparse con otra Habana más cerca del cielo.

Es esa que se asoma a sus balcones, sobre todo si se trata de La Habana Vieja o Centro Habana, y que lo mismo anuncia cada detalle de lo que sucede en el interior de las viviendas, o que regatea hasta el más mínimo detalle a los curiosos, aportándoles así el mejor pretexto para fabular historias sobre quién podría alentar tras ese balcón tapiado de helechos y musgo, o cuál novela irrepetible se teje en la ansiedad con que aquella mujer rastrea la calle desde su balcón, esperando.

Los balcones habaneros son las cejas de la ciudad. Lo mismo pueden dibujarle  una expresión desenfadada o divertida, que enarcarse en rictus de tristeza y hasta de ira; amenazando incluso con desprenderse y caer como terrible maldición sobre los hombros del paseante.

También a tales balcones, que parecen hechos para aprender a volar,  se asoma y subraya la identidad de esta nación. Anida en ese "estilo sin estilos que a la larga, por proceso de simbiosis, de amalgama, se erige en un barroquismo peculiar…" al decir de Carpentier, y en el que las rejas y guardavecinos parecen querer jugarle una malapasada a los calendarios.

Reposan el jean y las zapatillas puestos a secar al sol de siempre, sujetos con habilidad a esa reja del balcón en que un antiguo herrero trenzó liras, hojas o mariposas, acompañado quizás por pregones también idos.

El guardavecinos, aquel nacido sobre todo a inicios del pasado siglo, cuando le retoñaron más balcones a La Habana, y era para delimitar espacios en balcones corridos, hoy queda sobre todo como frontera decorativa que justamente sirve para adornar el no-límite. Por sobre ese abanico forjado, donde han permanecido apresadas en el hierro mariposas inverosímiles y hasta contornos de aves, la vecina alcanza a la de al lado el buchito de café,  el poco de azúcar prieta o el platico con la mermelada de guayaba todavía tibia.

Igual por esa misma barrera se han lanzado al vecino de al lado, como cubo de agua sucia, las palabras más soeces; o, mordiendo cada sílaba, han sido proferidas los peores conjuros y hasta han dejado caer su paquetico misterioso con cascarilla y malos deseos.

Quien se decida a mirar por encima de su frente, descubrirá asimismo que no solo son rejas magníficas las que hoy delimitan los balcones. En contraste con la inspiración que hallaron en las herrerías antiguas Amelia y Portocarrero, sus émulos de este presente poca inspiración podrán encontrar en los enrejados más recientes. Y es que desde mediados del pasado siglo, también le han crecido a la ciudad enrejados que remedan jaulas de pollo o prisiones de máxima seguridad. Pero aunque afean y chocan con sus antecesoras de buen herrero; con tonos de sordidez igual hablan, testimoniando su tiempo, dejando ver u ocultando, como cualquier balcón que se respete.

 Los balcones de La Habana son reservorios de historias. Desde plantas como encajes en verde desbordándosele al vacío, el velocípedo que el niño estrenó en su primer añito –y ya cumple 18-, hasta la jaula sin pájaro, la palangana, y la cocina de gas que ya no cocina, pueden encontrarse apiñados en esos estrechos espacios, donde se apiñan historias de amor y desamor.

Porque pocos son los balcones sin su Julieta, aunque Ella lleve ahora prendido a los oídos el mp3 y la lycra al cuerpo. El, no será aquel que al decir de Martí "En el alféizar calado/ De la ventana moruna/ Pálido como la luna/ Medita un enamorado", pero igual estará también reclinado a la baranda, cazando la salida al portal de la vecinita recién bañada, para ofrecerle el último CD de hip hop, y de paso, también su amor. Será uno más, conformando  el mosaico de corazones que, presto a regalar besos o mordidas, desborda por los balcones, esas cejas de La Habana nuestra.

Comentarios

Ciertamente, la visión de los balcones regala una imagen diferente, repleta en general de ropas al sol y montones de enseres que tal vez no se utilicen más, aunque siempre le servirán a alguien. Y si en el balcón aparece gente, la imagen suele transmitir serenidad completa ... o el jolgorio de la fiesta que se celebra. La Habana es ciudad de columnas, como escribió Carpentier, pero también de balcones y tejados. Me gusta fotografiar balcones y tejados, en busca de esa tranquilidad que se respira por encima de las calles.
Precioso el post, preciosas las fotos... Shakespeare seguro se enamoraría de las Julietas actuales... o quizás solo se asustara. Al final creo que se maravilaría con estas cejas.

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