ARCHIVOS PARLANCHINES: ¿Quién era Liborio?
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¡«Eso lo paga Liborio»!, se dice con frecuencia durante la república cuando alguien denuncia un fraude del tesoro público o se firma una nueva ley llamada a deteriorar aún más la siempre frágil economía neocolonial. Y, al momento, los ciudadanos menos favorecidos, que hacen del choteo y la trompetilla una válvula de escape en su lucha por sobrevivir, repiten a coro moviendo la cabeza: «Sí, ¡lo paga el pobre diablo que no sale de una para entrar en otra!».
Curiosamente, Liborio, uno de los pioneros del dibujo burlón en Cuba, y representante del pueblo cubano en las primeras décadas del siglo pasado, no es hijo de un artista de la plástica de nuestro país, sino del español Víctor Patricio Landaluze, pintor costumbrista y dibujante, fundador en La Habana del periódico satírico Don Junípero, quien, tras una larga convivencia entre nosotros, compite con cualquiera en sandunga y lengua suelta.
Más tarde, el matancero Ricardo de la Torriente retoma el personaje sin muchos escrúpulos, lo bautiza y, sin pérdida de tiempo, lo enfrenta a las grandes tragedias nacionales.
Por cierto, este caricaturista y activo periodista tiene una historia nada aburrida: emigra a los Estados Unidos en plena Guerra de 1895 y, tras vincularse a publicaciones independentistas muy mal vistas por los colonialistas españoles como Cuba y América, regresa a su patria y se incorpora a La Discusión, un diario de gran difusión, donde, con el nombre de El Pueblo, va perfilando al futuro Liborio, inspirado en la creación inicial de Landaluze y en un colono del ingenio Guerrero, que perteneció a su padre.
A continuación, funda el popular semanario humorístico La Política Cómica, indigesto para las clases poderosas y de un marcado carácter antimperialista, donde en 1904 aparece el definitivo Liborio, ya con el mote que lo distinguirá, acompañado, a ratos, por un perrito sato y juguetón, que lo ayuda a desempeñarse como un comentarista bien atento al acontecer político cubano.
Liborio es, en propiedad, un campesino blanco, cuarentón, pobre, con una nariz protuberante, gran bigote, largas patillas, camisa de campesino, sombrero de guano y un eventual machete en la cintura (a veces se fuma su buen tabaco), que exhibe una inteligencia natural.
En todas sus etapas, apunta con su dedo a la incompetencia de los funcionarios, a las malversaciones de los bienes de la nación por los pillos, a la acumulación de la riqueza en unas pocas manos, a la impunidad ante los delitos, al alto índice de analfabetismo, al bandolerismo, a las leyes absurdas y hasta ridículas, y a las pretensiones del Tío Sam de echarse al país en el bolsillo.
No obstante, cuando más se multiplica el guajiro es durante los procesos electorales para ponerles rabo a los «gallos» que nunca dejan de tocar los tambores de la demagogia y realizar tropelías.
Para hacer efectiva su labor enjuiciadora y expresar las peripecias, vicisitudes, penas y alegrías de la población, se vale, a veces, de un gesto sarcástico o socarrón que llama a la risa callejera o al análisis más agudo, aunque también puede mofarse de media humanidad usando unos versos críticos, pero algo ramplones, que les ponen ají picante a los charlatanes y falsos profetas. Logra, como nadie, resumir y darle voz a la opinión pública.
En un folleto editado en el Instituto de Literatura y Lingüística, Bernardo G. Barros, crítico cultural, indica: «Torriente constituye en Cuba un caso notable de popularidad, debido, más que a los valores artísticos de su labor, a la glosa semanal de los asuntos de la actualidad palpitante, que son el objeto de todas las conversaciones».
Esta décima, rescatada por Samuel Feijóo, acompaña en una ocasión a la legendaria figura, presente todavía en el léxico de los criollos más encanecidos:
A las puertas de la gloria
está San Pedro sentado
y ve llegar a su lado
a un hombre de cierta historia.
No consigue hacer memoria
y le pregunta con celo:
«¿Quién eras allá en el suelo?»
«Era Liborio mi nombre»
«Has sufrido mucho, hombre,
entra, te has ganado el cielo».
Se comenta que Liborio, imagen publicitaria de la cerveza La Tropical y La Política Cómica llega a ser tan poderoso, que Ricardo de la Torriente es visto por muchos amantes de las jaranas como el segundo presidente de la república; sin embargo, no le faltan nunca las acusaciones de ser, en el juego político, un cambia casaca, y de oponerse a los derechos de los negros y las mujeres.
De todas formas, para algunos, Liborio, cuya imagen nunca falta en las fiestas de disfraces y en los desfiles carnavalescos, es un tipo pasivo, dependiente y en extremo paciente, que se limita a ser un simple espectador ante los acontecimientos, carece de combatividad, y lleva a cuestas un bulto repleto de leyes antimasas e impuestos sin armar muchas broncas. Ciertos extremistas indican, incluso, que tiene un «miedo atroz» a rebelarse, pues es «débil y afligido».
Antonio Iraizos, citado por Julio César Guanche en el artículo «La cubanidad: Liborio es más complicado de lo que parece», leído actualmente en las redes, es concluyente sobre el tema: «A nuestro hombre lo vemos siempre poco optimista, infeliz, desatendido, ingenuo, inspirando lástima, nunca temor. Liborio, siéndolo todo, ha acabado de no ser nada. Y sin embargo, es el símbolo nacional…».
Luego del cierre de La Política Cómica y de la revolución antimachadista de 1933, se experimentan cambios importantes en Liborio de la mano de varios caricaturistas y, no muchos años después, el humorista gráfico Roseñada crea, en la revista Carteles, a Liborito, escéptico, pero con un criterio independiente, conocedor a fondo de los vericuetos de la sociedad y desprendido del entorno campesino, aunque en su indumentaria destacan la guayabera y el sombrero mambí.
Este sujeto se transforma en los años 1950 en Liborito Pérez, de la mano de Castor Vispo y del propio Roseñada, atrincherado ahora en las páginas de Zig Zag, un tabloide cultor del humor gráfico de amplia circulación. El tal Pérez, vestido de manera parecida a su antecesor, no tiene patillas ni bigotes y muestra una cara regordeta.
Dos cosas son comunes a estos Liboritos urbanos, según la historiadora Olga Portuondo: son irónicos hasta el cinismo y esconden tras una imagen de tontos una gran sagacidad y espíritu intuitivo.
Adelaida de Juan, por su parte, en su libro Caricatura de la república, editado en 1982, lo ve como un reflejo de la frustración de los ideales independentistas y del desánimo reinante en la Cuba de su tiempo, mientras que el creador Juan David lo define de manera tajante: «Es la estampa viva de la impotencia nacional».
Sea de una manera u otra, lo cierto es que el bueno y pacífico de Liborio es durante años el único bálsamo que tienen los sectores populares, cansados de la cháchara de los políticos y urgidos de un instrumento de denuncia que levantara ronchas. ¿Que nunca saca el machete? Es verdad, pero lo tiene en la cintura…
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