CRÓNICAS BIEN CORTAS: Como en familia
El padre de mi pareja estuvo ingresado por sospechas de dengue (por suerte, sospechas infundadas) y le correspondió un cubículo donde estaban otros dos pacientes. Llegaron él y su mujer como se llega a un lugar nuevo: silenciosos y expectantes. Pero no había pasado una hora y ya estaban conversando animadamente con los enfermos y sus familiares.
Pasaron los días y la familiaridad creció. Ya no solo hablaban y se participaban historias y buenos deseos, sino que se brindaban (y aceptaban) agua, jugos, galletas, comidas… Todo el mundo estaba al tanto de los padecimientos de todos, del tratamiento que seguían, de su evolución. Compartían noticias buenas y no tan buenas. Se tuteaban, se aconsejaban, se reían juntos y se consolaban. Se saludaban con besos, como si se conocieran de toda la vida.
Llegó el momento de partir y la señora de al lado le deseó una buena recuperación al enfermo. Y se le aguaron los ojos: «Lo bueno del alta es que te vas para tu casa, lo malo es que dejas atrás a gente que te ha cogido mucho cariño».
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