Con la vida al hombro

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Con la vida al hombro
Fecha de publicación: 
15 Octubre 2018
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No importa que diluvie como si el cielo se hubiera rajado, tampoco que no haya electricidad y deban subir más de seis pisos por escaleras oscuras; de todos modos, ellos estarán ahí cada día con el botellón de oxígeno al hombro.

Y luego de sortear esos y otros obstáculos como perros furiosos o escalones rotos, llamarán puntuales a la casa donde un cubano espera por el oxígeno que le permitirá seguir alentando.

Eduardo Mario Blasco, chofer de la tripulación, explica que se subordinan a la Empresa de Gases Industriales, pero es el Minsap el que pasa el listado de los pacientes.

La flota de unos 15 o 20 camiones radica en Guanabacoa y, luego del matutino diario, parten repartiendo vida. «Vamos por toda la ciudad de La Habana y también Mayabeque, Artemisa, Güines».

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Eduardo Mario Blasco lleva seis años al timón de este vehículo.

Diariamente distribuyen una media de 40 botellones, «pero hay días de 60 a 70. Y lo mismo de noche que de madrugada. Yo he tenido jornadas de amanecer de un día para otro porque el carro se rompió».

Eduardo Mario lleva en este trabajo unos seis años, antes fue rastrero durante 30 años. A bordo del camión acondicionado para transportar los botellones van también dos estibadores jóvenes.

«En este trabajo no hay sábado ni domingo, periodista. Este de verdad que es un asunto de vida o muerte; si uno no va a cambiar el vacío por el lleno, sencillamente puede fallecer el enfermo».

Lo dice Danilo González, de 27 años, estibador.

«Es verdad que a veces a uno le dan ganas de quedarse durmiendo, de no salir a mojarse cuando está lloviendo, o de no coger esas escaleras con más de cien libras al hombro. Pero es una cuestión humanitaria, uno lo entiende bien cuando ve la situación de las otras personas que están esperando por ti».

—¿Y ha habido casos en que se crea una relación de amistad?

—Casi todos. Nosotros los llamamos por teléfono, por el de nosotros, pagando nosotros, para saber si podemos pasar, si la puerta está cerrada; porque el botellón hay que dejarlo al lado de la cama del paciente.

—¿Cuántas escaleras subes al día?

—Eso es incontable porque la gran mayoría de los pacientes nuestros están en Plaza, Centro Habana y Habana Vieja, donde más edificios altos hay. Si entre los que repartimos están cinco casas en bajos, son muchas. Todo es escaleras pa’ arriba cinco y seis pisos, porque tampoco hay muchos con elevador.

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«Cuando fallece un paciente, humanamente uno lo siente a veces como si fuera pariente tuyo, sobre todo si han sido años llevándole el oxígeno», afirma Danilo.      

—¿Y qué te dicen tus amigos de tu trabajo?

—Se quedan callados. Saben que soy estibador, pero ellos lo que no se imaginan es el trabajo que uno hace en verdad. El que te ve por la calle puede pensar qué tiene de duro si vas arriba de un carro por la calle, pero no es así. Tiene de duro, además del esfuerzo físico, que conoces historias tristes, y también el trato de algunos pacientes.

Aunque, como norma, se crean relaciones estrechas, casi de familiaridad, no falta, cuenta este estibador, aquel al que le llevas el oxígeno bien temprano y se disgusta porque quería dormir la mañana.

«A veces —agrega Danilo— hemos llegado tarde en la noche a una casa porque se nos ha roto el carro y cuando por fin llegas al lugar, después de pasar mil trabajos, te pelean, te dicen “pero estas no son horas de traer el oxígeno, tiene que esperar a mañana... a esta hora no se levanta nadie”.

«Y a uno como que le entra roña al oír esas cosas, pero tiene que reflexionar y decirse que así es este trabajo, en el que uno se preocupa por las demás personas, pero no siempre ellas se preocupan por nosotros».

Por suerte, situaciones como la narrada son las menos.

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No pocas veces los esperan como si fueran familia.

El chofer del camión recuerda que «tenemos casos en que el café y el agua fría no nos faltan. Uno va creando amistades, se va relacionando, y hay veces en que te regalan un pulóver, un pantaloncito...»

Todos los días del mundo

Eduardo Mario, el chofer del camión, comenta de posibles peligros en la faena: «La grasa es enemiga mortal del oxígeno. Los botellones no se pueden manipular ni con grasa ni aceite en las manos, nada que contenga grasa, porque cogen candela».

—¿Y usted ha tenido algún accidente?

—Bueno, un botellón que me cayó en un pie, pero son cosas del oficio... Porque yo no solo me quedo delante del timón, también los ayudo a ellos a descargar.

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«Para reparar el camión las piezas se dificultan un poco, pero usted sabe como es el cubano, remendando y remendando», asegura su chofer, Eduardo Mario.

«Los dos muchachos y yo también hemos formado como una familia. Somos vecinos, ellos viven al lado de la planta y en este trabajo, que es todos los días del mundo, aprovecho y les voy explicando cosas.

«Les digo que nosotros no repartimos madera, ni hierro, ni cemento; que esto es un trabajo que la persona lo necesita como asunto de vida o muerte, y por eso la responsabilidad con el trabajo es lo primero. Yo voy a cumplir 60 años dentro de poco, pero a ellos los vi nacer y los he visto crecer haciéndose buenas personas».

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