MIRAR(NOS): Aprendamos de los animales (Parte II y final)
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Nosotros, llamados seres humanos, ponemos más complicaciones a las cosas simples. A la sexualidad, por ejemplo, no encuentro una explicación razonable para que sigamos empeñándonos en las etiquetas y en las críticas despiadadas a quien sea, al que haga algo diferente a lo nuestro.
Para que se me entienda bien: ¿cuándo en esta columna les he dicho que soy homosexual, hetero o bisexual? Ustedes asumen que soy hetero porque les he hablado de mi hijo, pero una cosa no lleva a la otra. Tampoco en los animales, como les venía explicando desde el pasado viernes.
Los bonobos, que son los primates más cercanos genéticamente a nosotros, desarrollan una sexualidad y unos códigos de conducta sobre la base del respeto, aunque no sepan que de respeto se trata. Y hago un alto en el camino, porque el respeto debiera ser justamente así, de una forma inconsciente, de una forma natural, que funcione a pesar de nosotros mismos, de nuestros soberanos intereses y de nuestras individualidades.
Sigo con los bonobos; bien, el caso es que en una misma comunidad pueden convivir bonobos homosexuales, bisexuales y heterosexuales sin conflictos aparentes, con individuos de mayor o menor edad, y es la única especie, además de la humana, que copula cara a cara.
Asimismo, algunas parejas pueden ser duraderas, pero otros cambian de pareja sexual frecuentemente; las parejas homosexuales suelen adoptar y criar a miembros huérfanos o colaborar en la crianza con los grupos matriarcales; las hembras se masturban entre sí por diversión; las disputas jerárquicas entre machos suelen acabar en diversas caricias eróticas.
Gracias a las técnicas más avanzadas de ADN, se han encontrado águilas, gansos, cisnes, gibones, castores y distintas especies de aves, hasta ahora consideradas monógamas, con padres distintos a los que las cuidaban desde el nacimiento. Por ejemplo, un estudio de 180 especies de pájaros cantores socialmente monógamos descubrió que solo el 10% era sexualmente monógamo.
Las relaciones poligámicas también son muy frecuentes, y se producen en todas sus combinaciones posibles, como la poliandria (una hembra se relaciona con dos o más machos) o la poliginandria (dos o más machos con dos o más hembras). La poliginia (un macho con dos o más hembras) es la poligamia más común entre vertebrados, y es, por ejemplo, el «estilo de vida» del ciervo, capaz de reunir a su alrededor un auténtico harén. No obstante, también hay espacio para la fidelidad absoluta: el albatros jamás vuelve a emparejarse si muere su pareja, al igual que la cigüeña blanca.
Hoy no le pido que asuma una u otra postura. Siéntase libre, como los animales, de correr por la pradera (entiéndase, vivir la vida).
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