DE LA TELEVISIÓN: Bailando en Cuba, la gran final

DE LA TELEVISIÓN: Bailando en Cuba, la gran final
Fecha de publicación: 
23 Abril 2018
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Vamos a extrañar un espectáculo como Bailando en Cuba en las noches de domingo. Lástima que la Televisión Cubana no tenga la capacidad de mantener al aire permanentemente un programa con esta factura.

La segunda temporada de este concurso de baile tuvo una gran virtud: reunió a muchas de las familias cubanas frente al televisor domingo tras domingo. Habría que revisar los datos de la teleaudiencia, pero nadie pondrá en duda el gran impacto popular de la propuesta.

Más allá de algunos énfasis innecesarios (marcada tendencia al autobombo, sobreabundancia de información en cada programa) se ha demostrado que podemos hacer un gran show televisivo, que no desmerece ante lo que se hace ahora mismo en otras televisoras del mundo.

Y aunque se toman un tanto acríticamente algunos esquemas de la televisión más comercial, hay una vocación cultural de la que carecen buena parte de esos programas de competencia fuera de Cuba. Aunque aquí, a veces, nos pasamos y los vínculos con el entramado artístico y literario de la nación pudieron llegar a parecer forzados, como en el caso, por ejemplo, del programa dedicado a la poesía.

Hay que sacudir ese prejuicio con el espectáculo. A un espectáculo hay que pedirle que tenga buen gusto, buen nivel artístico, que no sea éticamente reaccionario. Y no mucho más. Un espectáculo, para convencer a potenciales críticos, no tiene que ser un compendio de referencias culturales.

Desde el punto de vista de este cronista, la decisión del jurado fue justa. La pareja ganadora fue la que lo hizo mejor a lo largo de toda la temporada. Y aquí necesariamente tendremos que caer en lo más polémico del concurso: esta no fue una competencia de bailadores: esta fue, decididamente, una competencia para bailarines profesionales. Como los que en definitiva ganaron.

Si algunos participantes sin previa formación llegaron lejos, esa circunstancia habla bien de las capacidades y el talento de esos concursantes, pero está claro que el despliegue técnico que las coreografías plantearon está más allá de las posibilidades de un buen bailador. Ni siquiera en las tan llevadas y traídas improvisaciones, que poco a poco fueron deviniendo casi demostraciones acrobáticas.

En definitiva, ¿por qué pedirle a un programa lo que otro programa ofrecía hace años? Los nostálgicos del mítico Para bailar necesitan otro espacio, no este. Y la confusión en buena medida la ha sembrado la propia promoción de Bailando en Cuba, que ha insistido una y otra vez en que defiende lo más auténtico de nuestros bailes populares, cuando aquí se trata más bien de la recreación espectacular (al estilo de cierto cabaret) de esa tradición.

Si bien los reportajes nos acercaron al patrimonio de los bailes populares en Cuba (algo muy plausible), en competencia se premió (por tanto, se exigió) un estilo, una técnica, un virtuosismo ajenos a las prácticas más convencionales. Convendría que los bailadores de todos los días no intentaran emular esos saltos sin haber recibido preparación previa.

De cualquier forma, insistimos, ha sido un buen espectáculo, que ha manejado con eficiencia los ganchos de siempre, los que siguen funcionando: la gala final fue un buen ejemplo.

Una última sugerencia para los organizadores: sería bueno que las reglas estuvieran claras desde el principio. Ir improvisando sobre la marcha (como al parecer sucedió aquí) no resulta serio, y pudiera crear confusión en el público y los propios participantes.

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