Denys Ramos: «Tienes que matar a tu personaje cuando acaba la función»
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A Denys Ramos nunca le falta el trabajo. Es uno de los actores más populares del momento, por su participación en decenas de series, telenovelas y programas unitarios. Pero siempre regresa al teatro.
«Voy a decir lo que dicen tantos actores: yo creo que el teatro es mi vida. Digamos que hago teatro porque cada vez es una experiencia única, y a mí no me gusta repetirme. Yo he tenido muchos problemas en la vida, muchos conflictos. Algunos se han podido solucionar, otros no tienen solución; y lo que me ha protegido, lo que me ayudado siempre, el lugar donde me he sentido en casa… ha sido el teatro».
—¿Cuándo decidiste que ibas a ser actor?
—Desde que era un niño. No me había dado cuenta de eso hasta hace poco. Cada vez que me hacían esa pregunta no sabía qué responder. Pero hace poco me di cuenta de que yo decidí ser actor cuando era un niño, lo que no sabía era cómo se hacía un actor. No sabía cómo se llegaba a ser un actor, no sabía si se estudiaba o no. Pero la decisión definitiva fue cuando entré en el taller de Adolfo Llauradó y ahí supe que existía la Escuela Nacional de Arte. Y me dije: esto es lo mío. Yo estaba preparado para estudiar Medicina, para ser científico, pata hacer algo que estuviera relacionado con las ciencias. Me fascinaban las ciencias, no la literatura. Y descubrí que a un gran actor como Adolfo Llauradó también le gustaban las matemáticas. Ahí supe que yo también podía ser actor.
—¿Qué edad tenías cuando integraste ese taller?
—Tenía 13 años. A partir de ahí decidí lo que iba a estudiar.
—¿Qué tipo de personajes no te gustan, no te seducen?
—Los que no dicen nada, los que son grises, los que no evolucionan. Esos personajes que están por estar.
—¿Cuáles son tus límites como actor?
—Yo creo que ninguno. Menos matarme y matar, creo que lo puedo hacer casi todo. Cuando era muy niño me preguntaba: ¿los actores se morirán de verdad? Pero (y esto puede sonar tremendista) a lo mejor pudiera morir sobre el escenario en la última obra que hiciera.
—No quiero estar yo en esa función.
—Sobredimensionamos la muerte. La muerte es una cuestión puramente física.
—¿Tú te llevas los personajes para tu casa?
—Por desgracia me los llevo para mi casa. Y no porque quiera, son ellos los que se van conmigo. Eso me pasa sobre todo cuando hago teatro. Mi mamá lo sabe perfectamente porque lo ha sufrido: cuando termino una función, a mí no se me puede hablar. Yo salgo, hablo incluso con las personas, puedo ser afable… pero en realidad no quiero saber nada de nada, nada de lo que hice. Cada vez que haces un personaje en el teatro, tienes que hacerlo nacer, pero también tienes que matarlo cuando acaba la función. Puede parecer un proceso simple (es el personaje, no eres tú), pero a mí me afecta mucho.
—¿Dónde estás más cómodo? ¿En la comedia o en la tragedia?
—A mí me fascina la comedia. Estoy loco por hacer algo que haga reír al público desde el principio hasta el final. Hasta ahora no he tenido la posibilidad. Y no sé hasta qué punto pueda lograrlo. No sé si tenga el talento. Yo no puedo construir chistes, pero si alguien me los construye, creo que sí puedo interpretarlos. Pero respondiendo la pregunta: la verdad es que no sé. Eso depende de la obra, de la propuesta.
—¿Qué te pone más nervioso: el público en un auditorio o las cámaras?
—El público, sin lugar a dudas. Un teatro lleno es realmente impresionante. El público puede llegar a atemorizar. Pero al mismo tiempo es una necesidad. De hecho, cuando estoy frente a una cámara, también necesito un público (en ese caso será el equipo técnico de la obra que esté grabando). El público (mucho más si no tiene que ver con el proceso creativo) es el que mejor juzga una actuación. Por otro lado, hay cosas que funcionan bien frente a una cámara y no tanto frente a un auditorio… Y viceversa. Es un misterio.
—¿Qué sientes el minuto antes de que comience una función?
—No puedo utilizar la palabra, porque es muy fuerte. Para que lo puedas escribir: es algo ambiguo, entre una excitación muy grande y un miedo avasallador. Placer y temor, al mismo tiempo. Hay que aprender a matar al miedo. El principio es el momento decisivo. No solo para mí, sino para casi todos los actores: romper el hielo es terrible. Y de esa ruptura depende la calidad de la función. Si no empiezas tan bien, esforzándote mucho es posible que te recuperes; pero una buena arrancada garantiza casi siempre una buena función.
—¿Y si surge un error, un accidente, un olvido?
—La verdad es que casi nunca tienes a nadie para ayudarte. Todo está en tus manos. Pero al mismo tiempo, un error puede ser también una oportunidad para crecerte. Yo, como actor, suelo poner todas las cosas en su lugar para poder desdibujarlas después. Yo sé muy bien lo que tengo que hacer, aunque me gusta jugar a que no parezca tan exacto, tan estudiado, tan preciso… Pero me gusta salir al escenario con todo calculado, incluso los posibles errores. Si noto que puede haber algún accidente, ya tengo pensada alguna solución.
—¿Hasta qué punto es importante para un actor la capacidad de imitar?
—Imitar es como mutar. En la actuación tiene que serlo. Si uno puede llegar a imitar en ese sentido todas las maneras de hablar, de gesticular, de moverse… podrías lograrlo casi todo en esta profesión.
—¿Y cuándo hay que parar de imitar?
—Cuando no hay verdad en lo que imitas.
—¿En qué momento eres más feliz?
—Cuando las cosas me están saliendo como quiero que me salgan.
—¿Y en qué momento eres infeliz? Aunque la pregunta parezca una obviedad…
—Puede que me identifique tanto con un personaje, que su devastación sea la mía…
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