Acordarse de Santa Bárbara cuando truena

Acordarse de Santa Bárbara cuando truena
Fecha de publicación: 
9 Enero 2018
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«Olvídate, que eso va a pasar. Los cubanos nos acordamos de Santa Bárbara na’ más cuando truena», escucho decir a mi vecino conversando con la esposa. No sé exactamente a qué se refiere, pero, de todas formas, el refrán sí que nos pega.

Es cierto que, como ya se ha escrito, los accidentes pirotécnicos son frecuentes en todas las latitudes, pero de seguro que el venidero diciembre, en Remedios abundarán barreras de seguridad, cordones, agentes del orden y quién sabe qué más para reducir la posibilidad de accidentes.

Pero no es este texto para comentar el lamentable suceso ocurrido en las parrandas remedianas, sino para intentar una aproximación a la percepción del riesgo que tenemos los habitantes en esta Isla.

De los fallecidos a causa del huracán Irma, ¿cuántos fueron por su negligencia, por no haber considerado con seriedad los riesgos a que se exponían?

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Y si la lupa se ubica sobre el tema accidentes del tránsito, entonces la cosa se pone de «apaga y vamos». En primera instancia, hay que anotar a los choferes y peatones temerarios quienes simplemente se consideran invulnerables, más rápidos y furiosos que Spiderman, más invencibles que Batman o Ironman.

En segunda, a los supuestamente «astutos» conductores que transitan sin que el vehículo cuente con las condiciones técnicas necesarias. No hace tanto, la Televisión nacional daba a conocer de una inspección sorpresiva a medio centenar de «almendrones», de los cuales menos de la cuarta parte estaba realmente apto para circular.

¿Los choferes percibían el riesgo que corrían y al que exponían a sus pasajeros, a los otros conductores y a los peatones? En este caso de autos de alquiler, estaban potencialmente canjeando vida por dinero.

Quizás todavía se recuerde aquella gasolinera santiaguera donde el combustible de una bomba rota corría por la calle y los vecinos, en vez de alejarse ante el riesgo de una explosión y un incendio —que luego acontecieron realmente por la chispa de una moto—, iban con cubos y depósitos varios a recoger gasolina.

Conozco de un edificio habanero en donde se ha extraviado la llave que abre los elevadores cuando estos se atascan. Y nadie hace nada, ni pasa nada. Todo el mundo continúa subiendo y bajando por el ascensor, a riesgo de quedarse trabados y tener entonces que esperar por la llegada del comando de rescate y salvamento de los bomberos.

Y hablando de edificios, los hay declarados inhabitables y, sin embargo, en algunos a veces continúan pernoctando personas. Es verdad que son muy grandes los problemas con la vivienda, pero no merece la pena vivir bajo un techo que en cualquier momento puede desplomarse y matar a los inquilinos. Si tener un techo es tener seguridad, en este caso la sentencia se vuelve en su antónimo.

En el amplísimo tópico de la percepción de riesgos cabe analizar, además de lo que es más importante —la preservación de las vidas humanas—, también lo que esas actitudes imprudentes, irresponsables, reportan en cuanto a sufrimientos, angustias de los accidentados y sus familias, así como pérdidas materiales y financieras para el ámbito personal y también para el estatal.

Ahora que terminó el año y otro comienza, podría ser momento para replantearse conductas y actitudes en este sentido. No es más valiente quien más pone innecesariamente en riesgo su vida.

Pero dentro de la idiosincrasia del cubano se apunta aquello de «ser el bárbaro», y tal convencimiento comulga, en ocasiones, con una baja percepción de riesgos.

A los medios de comunicación, a los mensajes de bien público, les correspondería una parte en este empeño de seguir abriendo paso a la sensatez y la responsabilidad.

Parece ser que, sobre todo en el caso de las nuevas generaciones, están haciendo falta nuevos códigos de comunicación que propicien la efectividad del mensaje.

Porque si quien emite el mensaje, en particular en el lenguaje oral, lo hace a modo de regaño o de orden, o tan fríamente que pareciera máquina, entonces no habrá empatía con el receptor. Y así, no habrá persuasión que funcione.

«Bajar a la base», «las masas» y otras formas semejantes de aludir a los destinatarios será difícil que consigan una identificación con sus destinatarios.

Cuba ha sido más de una vez mencionada como ejemplo del buen hacer de la Defensa Civil y de las autoridades del país en general, por su agilidad y eficacia en la protección de la población contra desastres y otros eventos climatológicos.

Abundan también campañas y acciones para disminuir los accidentes del tránsito, enfermedades prevenibles como las transmitidas por vectores, y otros muchos eventos que ponen en peligro la vida de los ciudadanos.

Pero ese acendrado humanismo mayores resultados tendrá mientras más decididamente le acompañe la voluntad personal de cada cubano movida por un acertado conocimiento de los peligros.

Es probable que los sociólogos tengan bastante que hacer en este campo de la percepción de riesgo de los cubanos. Habría que encontrar causas y motivos de tanto comportamiento temerario, de ese que solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena.

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