CRÍTICA DE CINE: Marguerite et Julien
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Ha habido culturas que no asumen esto como tabú. Pero son las excepciones que confirman la regla.
Si eres ser humano del siglo XXI, es bastante probable que condenes hacer el amor con tu hermano. Puede ser que si es un primo segundo… y no se vieron mucho de niños… y para colmo él es modelo de la marca L’Oréal… Pero primero te aseguras de que sea primo segundo. Mejor si es primo tercero.
O al menos eso es lo común. (Lo digo porque los conozco —a ustedes que me leen— y sé que enseguida habrá quien me escriba a mi correo contándome una historia de cómo se enredó con su primo hermano, etc.).
Volviendo a la película. Siglo XVI. Historia real. Marguerite y Julien Ravalet realmente existieron. Y realmente fueron asesinados por el incesto. No mataron, en cambio, al hijo de esa relación. Pero a ellos sí. Los ahorcaron.
El tío de estos hermanos, que nacieron y se criaron en un castillo de Francia, en la cuna más dorada que puedan imaginarse, tenía un alto cargo eclesiástico de la época. Cuando Marguerite y Julien son condenados, los padres le piden al tío que interceda por ellos. Él responde: «no puedo. Es que… si fuera cualquier otro delito..., pero con el incesto no puedo interceder. Dentro de cien años, dentro de doscientos o incluso mil años, el incesto será algo condenable».
Así que ya lo saben. Mientras leen estas líneas, hay en Francia una tumba con la siguiente frase escrita en la lápida: «Aquí yacen Marguerite y Julien, dos hermanos. Usted que pasa por aquí no pregunte por qué murieron. Siga su camino y rece por sus almas».
No es la primera vez que la historia de los hermanos franceses que fueron ahorcados en la Francia de 1603 ha querido ser llevada al cine. En 1971, Jean Gruault escribió para nada más y nada menos que François Truffaut un guion que contaba esta historia.
En esta ocasión, la tragedia la retoma Valérie Donzelli, quien escoge a Anaïs Demoustier y a Jérémie Elkaïm para interpretar a los hermanos Ravalet.
Pero el problema de la cinta de Donzelli es que no se decide por un tono. Lo mismo es formal y moralista que vanguardista e irreverente.
Tampoco asume ningún género en concreto. Lo mismo es comedia, que un drama, que un filme romántico. Lo mismo está cargado de formalismos que de cursilerías. Es por eso que termina siendo una película insegura de sí misma, que vuelve una y otra vez sobre sus pasos.
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