DE CUBA, SU GENTE: Blanca Luz, mujer perfecta cuyo único defecto…
especiales
En mi salida nocturna decidí olvidar ponerme zapatos. Los que me conocen lo suponen parte de un performance. Los que no, no preguntan.
Ella no preguntó. Pero se acercó para advertirme que no podía estar descalza en el lobby del Hotel Manzana.
—Subamos entonces al bar —le dije.
Se sorprendió un poco menos de lo que yo esperaba.
—Pero no te conozco… —replicó—. Además, es caro.
—Me llamo Diana. El único problema es si tú puedes —señalé a la recepción—. ¿Ya terminaste tu trabajo?
Me miró bien.
—Tu cara me parece conocida. Has salido en la tele o algo.
—Ajá. A veces.
—¿Y por qué estás descalza?
Le expliqué del performance del mapa vivo del cuerpo, de cómo es verdaderamente imposible construirle un rostro exacto al ser que amamos.
Algo de lo que dije la convenció. O quizás fue el hecho de que he salido en la televisión. Ya sabemos que los medios de comunicación legitiman. A veces me pregunto legitiman qué. Pero eso es Otra Historia.
En Esta Historia, ella fue a la recepción y cogió el teléfono. Discó un número y preguntó si había capacidad en el bar. Había.
Subimos.
Nos sentamos en el borde de la piscina. Era de última generación: piscina con vista al infinito. Vi una así una vez en Varadero. Pero esta era mejor; esta tenía por infinito el edificio del Museo Nacional de Bellas Artes, el Universal. Y al Capitolio. Un Capitolio castrado, sin el ángel que le quitó el huracán Irma. Igualmente Hermoso.
Metimos los pies en el agua y nos tomamos par de tragos de 7 CUC. (Era lo más barato en tragos de toda la carta).
—¿Por qué haces tú un performance a esta hora?
Le hablé del abate Aspagarus y de cómo había dejado su religión por enamorarse de una mujer de nombre Blanca Luz, una mujer perfecta cuyo único defecto era no haber existido nunca.
—No entiendo nada —declaró—, pero estoy de acuerdo con todo lo que dices.
Se abrió la blusa. Tenía un pecho plano, absolutamente andrógino. Y lo sabía.
Me contó que ese pecho plano le daba supremacía sobre los hombres. Que nadie nunca la había deseado. Jamás. Y que eso le daba poder ilimitado. Que se sentía en el Nirvana.
Como Eminem en una batalla de raperos.
Como los testigos de Jehová negándose a obtener una donación de sangre.
Era su arma. Su Lucha, pero en castellano.
Entonces le enseñé mi lucha. Mis libros publicados. Y los de otros.
Y el amanecer nos tomó mientras yo recitaba estos versos:
Vivía en aquel logar de cebolla un abbat
Que tenía por nombre Aspagarus
E dicen que era magro de carnos, alto
E que gustaba de artes e letras
E que tenía por maestro de ella a un cristiano
Viejo
E el tal abbat pasaba las semanas
Non rogando a dios le curias de male
Sinon faciendo un romanz e otro en buen
Castellano
E sospirando por cuanto mugier habia
E a todas las mugieres ponía por nombre
Blanca Luz
E Blanca Luz era el nombre de todas
Diana Castaños (La Habana, 1986). Licenciada en Periodismo. Graduada del Centro de Promoción Literaria Onelio Jorge Cardoso. Escritora de guiones infantiles para radio. Premio de Periodismo 26 de Julio en 2008. Ha obtenido el Premio Calendario 2016 por No hay tiempo para festejos, el Premio Memoria 2016 por Lo blanco más allá de la luz y el Premio Pinos Nuevos 2016 por Josefina. Es miembro de la AHS.
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