Si de culpas se trata, ¿qué lugar ocupa la familia?

Si de culpas se trata, ¿qué lugar ocupa la familia?
Fecha de publicación: 
25 Septiembre 2017
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Muchas veces, cuando los niños y los jóvenes se comportan de forma incorrecta en los lugares públicos, he escuchado frases como: «La culpa la tiene la escuela» o «los maestros no los enseñan».

De esta manera, si todo recae en la institución educativa, ¿por dónde anda el desempeño de la familia en la educación de los hijos?

En la época de nuestros abuelos el análisis era totalmente diferente. Muy al contrario de lo que hoy se dice, el hogar era considerado el espacio ideal para formar valores e incidir de manera adecuada en el comportamiento de los descendientes.

El ejemplo clásico es que «solo bastaba una mirada» para que los más pequeños de la casa comprendieran lo que los padres querían decir.

Esto marchó bien hasta hace algunos años, pues en la época del llamado período especial (a fines de la década de los 80`), la función educativa de la familia transitó a un segundo lugar, siendo la económica la fundamental.

Es decir, en el empeño por asegurar el sustento diario el aspecto educativo quedó relegado. La incesante y desesperada búsqueda de alimentos y otros medios indispensables para la vida condujo a una depauperación de la moral, los valores y trajo consigo otras consecuencias nocivas.   

Indelegable la función educativa

Desde hace algún tiempo, los investigadores y estudiosos de los temas relacionados con Familia y Juventud reconocen esta realidad.

En abril de 1995, durante una audiencia pública celebrada en el Palacio de Convenciones, con la participación de algunos intelectuales, entre ellos filósofos y pedagogos, y el propósito de debatir sobre la formación de valores en las nuevas generaciones, Cintio Vitier alertaba, desde su condición de presidente del Centro de Estudios Martianos:

«(…) ciertamente, no podemos descuidar una tarea educativa en la que tienen que unir sus esfuerzos todos los agentes civiles, organismos e instituciones de nuestra sociedad».

Agregaba, además, que esta inmensa tarea no puede ni debe ser responsabilidad exclusiva de la escuela, aunque tenga en ella su centro.

foto escuela cubasi
El maestro es el «espejo» donde, a diario, se miran los escolares. Un buen ejemplo es esencial para el trabajo educativo.

Y hacia ahí vamos. Nadie duda de la esencial tarea educativa que deben llevar adelante las instituciones escolares. Pero ¿dónde queda la familia?, ¿por qué, en ocasiones, pretendemos desentendernos de ella?

La filosofía marxista señala que la familia es la célula básica de la sociedad. No obstante, en el día a día de cualquier ciudadano, ese núcleo (salvo excepciones) significa centro, cobija, resguardo, consuelo, amor.

En este espacio sagrado de la naturaleza humana crecemos y nos desarrollamos y también desde que abrimos los ojos al mundo descubrimos la comunicación; aprendemos a amar; adquirimos las buenas o malas costumbres.

De ahí que su función educativa sea indelegable y al mismo tiempo importantísima. Lo que no se aprende en la familia difícilmente se adquiera y solidifique por otras vías.

Desde la visión de un educador

No porque hayan transcurrido algunos años desde aquella audiencia pública han dejado de tener vigencia las palabras del destacado pedagogo cubano Gilberto García Batista.

El Doctor en Ciencias Pedagógicas admitía, en aquella fecha tan lejana en el tiempo como el año1995: «La situación actual nos obliga a realizar un análisis crítico de nuestra práctica educativa a nivel de toda la sociedad que revele los problemas de diversa índole que tienen un carácter acumulativo y manifestaciones diversas en diferentes momentos y contextos».

Entre las dificultades —aclaró que no eran producto del período especial, sino que se habían manifestado en la sociedad anteriormente— mencionó el deterioro en el cumplimiento de reglamentaciones y normas de convivencia; el insuficiente desarrollo de hábitos de cultura social; el irrespeto a la autoridad de padres, maestros y otros funcionarios sociales; el vocabulario inadecuado y el lenguaje vulgar.

Asimismo, también aceptaba la presencia de conflictos familiares y la aparición al interior del hogar (sobre todo en el contexto del período especial y con posterioridad) de expresiones de individualismo y egoísmo, lo cual va en detrimento de la educación de las más jóvenes generaciones.

Sin embargo, ello no ocurre en la generalidad de los hogares cubanos, por lo que continúa siendo válido que la familia constituye el eslabón primario en la formación de los hijos.

Allí donde confluyen padres, madres, abuelos y tíos, entre otros, existe el caldo de cultivo apropiado para enseñar comportamientos ciudadanos que impliquen respeto, y otros valores necesarios que permitan vivir en comunidad, dígase honestidad, solidaridad, honradez.

Para nadie es un secreto que en la educación nada sustituye al ejemplo personal de quienes todos los días conviven con los niños, los adolescentes y los jóvenes. Por tanto, también debe existir correspondencia entre lo que se enseña en la escuela y en la casa, entre el decir y el hacer. Esto es fundamental.

Si el niño se acostumbra a escuchar mentiras, si ve que sus progenitores no cumplen con sus deberes laborales, cometen faltas de cualquier índole, si no respetan las normas de convivencia social —y podríamos poner otros tantos ejemplos—, cuando lleguen a la adultez actuarán de la misma manera.

En fin, el buen ejemplo es tan educativo como eficaz, tanto en uno como en otro espacio. De ahí que debamos dejar por sentado que la escuela no tiene por qué cargar siempre con todas las culpas.

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