El primer día
especiales
Yilian fue el lunes por primera vez a la escuela.
La familia se apretó el cinto y la niña inauguró su primer día de clases con tenis y mochila nuevos, y hasta felpitas de estreno para el pelo.
Sus parientes, numerosos —tiene un ejército de tías, tíos y primos—, no andan en la abundancia. Muchos de ellos viven juntos en un mismo techo en San Miguel del Padrón, donde tienen que turnarse para usar un único baño, sin agua corriente.
Estos datos son para que se entienda mejor por qué cuando la maestra inició el diálogo con el nuevo grupo de Prescolar preguntando cómo habían pasado las vacaciones y a dónde habían ido, Yilian se quedó callada.
En el aula, con las paredes oliendo aún a pintura fresca, se escucharon respuestas muy diversas: un niño informó que había ido a Varadero con sus abuelos; otro, que la pasó en casa de su papá en Bahía Honda y montó a caballo; el de más allá había estado bañándose en la costa todos los días; aquel, fue al campismo...
Pero Yilian no había ido ni al campismo, solo al Acuario, al parque y a visitar a una tía, porque su mamá no tenía vacaciones ni dinerito para vacacionar.
De merienda no llevó una latica de refresco, sino un pomo con jugo natural de guayaba que la abuela le había preparado al amanecer con el mismo empeño, o tal vez mayor, de quien alista el plato principal de un banquete.
En su mochilita mamá le había guardado, para que la descubriera ya en el aula, una caja de colores y unos plumones, además, claro, del lápiz para escribir, el sacapuntas y la goma. Un niño que se sentaba delante sacó un tablet de entre sus útiles escolares.
Sin embargo, allí estaba Yilian llevando el mismo uniforme nuevo, impecablemente planchado, que los otros alumnos. Junto a su silla estaba la mochila igual de nueva y bonita que la de los otros, y el orgullo que llevaba en la cara por estar, por fin, en la escuela y «ya ser grande», la volvían igual o quizás más linda que otros.
Tanto le habían hablado en casa de lo importante que sería estar ya en Prescolar, y luego aprender a leer, a contar y ser cada vez mejor, que su contentura era lo único que importaba, y «portarse muy bien para que no te regañen».
Alegrías como las de Yilian, aunque no haya ido ni al campismo, aunque no tenga tablet, habría que seguir defendiéndolas a toda costa; que es decir, proteger a capa y espada el derecho de todos y cada uno de los niños cubanos a su primer día de clases.
EN FOTOS: El primer día de clases en la secundaria Camilo Cienfuegos
Añadir nuevo comentario