Moisés Rodríguez, vivir a través del humor

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Moisés Rodríguez, vivir a través del humor
Fecha de publicación: 
19 Abril 2025
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Imagen principal: 

Foto Cubaescena

A Moisés Rodríguez lo conozco de toda la vida. Y si me lee, puedo imaginar el gesto con que preguntaría ¿de dónde? Pero si le digo que soy la nieta de Eduardo y Rosa, la hija de Mayi y sobrina de Juanito, de allá de la Finca San Miguel, en Corral Nuevo, seguro entenderá: mucho antes de desternillarme de la risa con los disparates de Roberto el Loco, era famoso en los cuentos familiares de aquellos años en que su padre fue el pastor del Campamento Bautista y su casa el primer lugar donde mi madre y mis tíos, ya adolescentes, vieron televisión.

“Fue una infancia paradisiaca. Se trataba de una familia grande, ocho hermanos, todos con nombres bíblicos. Cuando se acababa el culto, la vieja mía recogía y, al llegar a casa, decía: ‘Me falta uno’. Era yo, que me había quedado dormido por ahí. Vivimos un pedazo del reino de los cielos”, así lo rememora. 

La Seña del Humor fue, cronológicamente, la segunda oportunidad para admirar la vis cómica de Moisés, pero envuelta en una propuesta escénica y textual donde la risa venía siempre conectada al pensamiento, para lo cual también le habrá sido muy útil la cuna: 

 “Nos desarrollamos en un mundo intelectual. Papá lo era, indudablemente, y mamá también, una persona muy aplicada. Siempre me gustó mucho aprender y fui buen alumno, hasta determinado momento. Nunca nos impusieron que estudiáramos algo específico, nos dieron libertad. Mis cuatro primeros hermanos se enfocaron en las ciencias; yo me aburrí de todo aquello de tornillos y tuercas. Siempre tuve un temperamento muy rebelde”. 

Y le duró hasta la Universidad esa inquietud: “Yo era muy loco. En el pre, los profesores estaban deseosos de salir de mí, algunos me daban hasta la asistencia para no verme. A la hora de elegir las carreras, no me llegó Historia del Arte, que era lo que yo quería, y elegí Economía Política, no sabía ni de qué iba, pero se estudiaba en el mismo centro de La Habana, frente al Copelia, y me servía para estar en la gozadera. Mis andanzas en ese primer año en la Universidad de La Habana fueron memorables, hasta que me cambié a estudiar magisterio, Español-literatura, en Ciudad Libertad”.

En esa vocación, no le falta a quien heredar: “Mi bisabuelo, Alfredo Ulpiano Cabrera, presidió dos clubes revolucionarios, en Cayo Hueso, y  fue secretario del club de la presidencia, del cual José Martí era el delegado. También se desempeñó como director de una fábrica de explosivos que surtía a los mambises. 

“Él era un intelectual que estuvo dos años estudiando en el seminario de San Carlos y San Ambrosio. Después lo dejó, se hizo pedagogo y fue inspector de enseñanza primaria. Cuando los españoles crearon los cuerpos de criollos al servicio de España, lo llamaron e intentaron convertirlo en voluntario. Se negó y al día siguiente partió con toda su familia para Estados Unidos. Fue amigo de Carlos Rolof, Tomás Estrada Palma, Calixto García, entre otros. 

“En la fábrica de explosivos hubo un accidente, salió muy malherido, fue a parar a un hospital. Allí lo visitaba un pastor y mi bisabuelo se convirtió al protestantismo porque le pareció que tenía más autoridad bíblica. En 1899, vino a Matanzas para fundar la iglesia presbiteriana. Todo eso ha ido pesando en mi formación, ha ido creando un acervo intelectual, espiritual, esa es la historia en la que me reconozco”. 

Además de profesor, Moisés ha ejercido como crítico de arte y artista de la plástica, pero el humor le llegó pronto y se robó el protagonismo, incluso más allá del ámbito profesional:

“Me descubrí humorista en la escuela al campo. Durante las noches, en los albergues nos aburríamos muchísimo, y empecé a hacer espectáculos unipersonales. La dirección del campamento vio en mí una opción de divertimento y luego me llevaban por donde estaban las otras escuelas. Eso era a pie, por las noches, acompañado por algún profesor, y así conseguí también una manera de embarajar para no ir al surco. Mi trabajo era crear cuentos, sketch, disfraces. Desde entonces, mi manera de relacionarme con otros ha sido a través del humor”.

Y efectivamente, ha sido esa faceta la que lo ha sembrado en el cariño de la gente, si bien Roberto podría considerarse su personaje má popular, no fue el que lo llevó a los medios:

“Desde principios de los 80 me inicié en la televisión, como parte de La Seña. Lo primero que hicimos fue una parodia del conocido programa 9 550. Gustó muchísimo y su director, Julio Pulido, siguió contando con nosotros; incluso, cuando Carlos Otero abandonó Sabadazo, a nuestro grupo lo llamaron para hacer las últimas 12 emisiones. 

“Trabajé durante casi tres años en el programa radial Alegrías de Sobremesa. Mi personaje se presentaba como ‘Constantín Quintero de la Barca, dramaturgo, gran histrión, y una clase de literato que le zumba el malangón’. Eran guiones maravillosos de Amed Otero Prado, y también algunos de Alberto Luberta. Resultaba un trabajo agotador que, a la larga, tuve que abandonar. Vivía una etapa muy convulsa, en los que me llamaban lo mismo para amenizar una peña que para comentar un juego de pelota en tono de broma, hice de todo”. 

Por motivos de salud ha tenido que disminuir el ritmo de presentaciones como humorista, pero jamás la creatividad:

“Se me ocurren disímiles cosas graciosas y las escribo; quizás algún día terminen en un libro. También estoy trabajando en una biografía de mi bisabuelo. Siempre me he vinculado a las artes plásticas y, para no discutir con mi mujer, me pongo a pintar. Ya llevo varias exposiciones, aunque carezco totalmente de formación académica. Mis amigos artistas me regalan lienzos, acrílicos, bastidores. No me interesa la figuración, voy por la tendencia expresionista, abstracta, gestual, intento siempre que sea una experiencia lúdica”.

Mientras, el Premio Nacional del Humor 2025, se dedica a disfrutar la felicidad que, por cierto, la tiene al alcance de la mano: 

“Me hace feliz mi familia, tengo dos nietos que son ‘mis reyezuelos’, para usar un término martiano, también mis hermanos, mis sobrinos. Como soy cristiano nato, dentro de toda mi locura, me alimenta tener una vida espiritual tranquila, apacible, desprejuiciada”.
 

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