La cultura nunca será mercancía
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El arte y la literatura no son simple mercancía, aunque algunos los asuman como tal. Nadie duda de que hay un mercado para el arte, pero eso no significa que el arte pueda ser reducido a una expresión puramente mercantil.
Digo el arte y puedo decir la cultura, que es un concepto mucho más amplio y abarcador.
Cuba celebra este 20 de Octubre el Día de la Cultura Nacional, y los festejos implican a todos y cada uno de los cubanos. Por una sencilla razón: nadie que viva en sociedad puede estar al margen de su cultura.
De tanto decirla, parece ya una frase hecha, pero es una verdad como un templo: la cultura es la esencia misma de la identidad. Sin cultura no hay nación.
Por eso es vital defender ese acervo en los tiempos que corren, que parecen signados por el afán globalizador del gran mercado.
El mundo sufre ahora mismo numerosas guerras, muchas de ellas particularmente sangrientas. La mayoría se explican, a primera vista, en las contradicciones entre disímiles maneras de asumir y entender la política, aunque en el fondo, casi siempre rigen condicionamientos económicos.
Pero hay una guerra mucho más extendida (y efectiva): la de los símbolos.
Desde los grandes centros del poder hegemónico se «bombardea» con productos de la llamada cultura chatarra, diseñados para estimular el consumismo chato.
Pecan de inocentes los que creen que detrás de esa estrategia no hay una sólida columna de pensamiento. Los teóricos de esa globalización tienen bien claro el poder de la cultura.
La lógica es la del dinero (que es la lógica al final de buena parte de las guerras, por más que se expliciten los nacionalismos, la lucha contra el terror y los regímenes opresores).
Sin disparar un tiro, a golpe de «subproductos» de la industria cultural, van labrando un cauce propicio.
Y no se trata simplemente de la inocente y necesaria pretensión de divertir; al final se establecen paradigmas.
De ahí la importancia de la inmensa industria del entretenimiento, que va de la mano de un gigantesco aparato publicitario.
No es tan sencillo. No valdría la pena construir muros, que por demás serían también reduccionistas y de hecho, impracticables.
El más efectivo valladar de los pueblos es la promoción y defensa de auténticos valores culturales, que devienen garantía de resistencia y reafirmación.
Sin asumir torpes posiciones propagandísticas y doctrinales, que son por fuerza ajenas al ejercicio creativo, el arte y la literatura pueden y deben participar en el debate público.
Todo el patrimonio artístico no puede ser circunscrito a una función puramente ornamental.
Es cierto que Cuba tiene ahora mismo el desafío de solidificar una base productiva. La economía tiene que ser prioridad, pues deviene sostén del proyecto nacional.
Pero no solo la economía: la cultura no puede ser rehén de concepciones mercantilistas que, a la larga, la relegarán al mero divertimento.
De esa manera la entienden hoy por hoy algunos cubanos, incluso con responsabilidades de dirección. Creen, por ejemplo, que el arte es un asunto secundario, puro complemento.
Ciertas visiones consideran que no debería subvencionarse algunas propuestas culturales, porque podrían constituir una carga a la nación.
Que la cultura se autofinancie —piden algunos, ignorando que ese entramado es precisamente uno de los pilares de la soberanía nacional.
El disfrute del arte en todas sus expresiones tiene que seguir siendo un derecho. Nuestra gesta libertaria siempre bebió de las tradiciones de un pueblo creador.
No tienen sentido la prohibición o la imposición, o las visiones esquemáticas, utilitarias y chovinistas. La cultura es garantía de emancipación y libertad, como tan sabiamente expresó José Martí.
Gran privilegio el de este país: su mayor prócer es también uno de sus más grandes poetas y pensadores.
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