Hugo: ¿Qué es ese invento: el cine?

Hugo: ¿Qué es ese invento: el cine?
Fecha de publicación: 
7 Abril 2012
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Esta película de Martin Scorsese nos ha permitido a los espectadores cubanos experimentar ligeramente qué siente uno desde su butaca ante un filme hecho en 3D. Salvando las planetarias distancias entre una sala equipada con esta reciente tecnología, en el Yara habanero, justo frente a la heladería Coppelia, uno puede sentir que vuela con la cámara desde lo más alto de París hasta zigzaguear entre pasajeros apurados y vendedores de la Estación de Trenes de París-Lyon, donde se desarrolla la historia.

El recurso se convierte en una especulación recurrente, sobre todo al principio y al final de la película, pero imagino que los espectadores del cine 3D le agradezcan al director de fotografía que les ofrezca un poco más de esas nuevas sensaciones.

La verdad es que estas chiquilladas se ajustan muy bien al sentido hondo de Hugo, que se detiene en los orígenes del cine de ficción, en la figura de Georges Méliès, en busca de los rasgos distintivos de lo que se conoce hoy como séptimo arte.

No por gusto el protagonista, un huérfano que mantiene en hora (clandestinamente) el reloj de Paris-Lyon, busca piezas para completar un robot mecánico que según cree, va a revelarle un último mensaje de su padre. Las piezas las roba de la tienda de juguetes de Méliès, ahora viejo y olvidado.

Scorsese cuenta su admiración personal desde ese niño, y nos aclara que todas las piezas que ha tomado de los grandes cineastas que le precedieron no fueron robo, que las nuevas generaciones no roban a las pasadas, sino que las legitiman, las hacen inmortales con sus préstamos, necesarios para crear una nueva obra. Es una hermosa manera de ver la historia del cine.

Pero este director sigue un poco más allá. Porque el robot que tiene Hugo después de reparado no escribe aún el supuesto mensaje de su padre. Necesita una llave en forma de corazón que tiene la nieta de Méliès, la niña, a su vez, la heredó de su abuela.

Cuando el autómata (el robot) comienza a dibujar la imagen fenomenal de Un viaje a la luna, se nos completa la idea: una película nace gracias a dos fuerzas, la de la máquina (el robot), los avances tecnológicos, la industria..., pero necesita de otra fuerza para funcionar: la de la sensibilidad del artista, su corazón.

Visto así, podemos entender por qué Martin Scorsese nos entrega una historia que se aleja polémicamente de las gramáticas trazadas por Hollywood para realizar un guión. Durante los primeros 20 minutos tendremos la sensación de estar montados en un tren que no lleva a ninguna parte, pues se ha descarrilado, donde intuimos finales solo hay continuaciones, y hasta creeremos que los personajes evolucionan como en una novela comercial francesa o como en el cine francés de peor calaña: como el antojo de su autor decide en esa página.

Pero luego nos iremos acomodando en la butaca de ese tren descarrilado que llamamos Hugo y nos dejaremos llevar: la historia no dejará de ser interesante. Todo se debe a que Scorsese ha querido hacer patente la definición de cine que traza la película.

El cine habrá sido hijo de la época industrial, como el padre biológico de Hugo fue un relojero; pero su verdadero nacimiento tiene lugar cuando encuentra su camino en la espontaneidad del arte. Es, como Hugo, hijo adoptivo de Méliès. Abajo las historias calculadas —parece decir Scorsese—, regresemos a la ingenuidad artística de nuestros fundadores, donde se encuentra la verdadera naturaleza del arte: el arte de divertir con una historia.

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