Fidel: Pensamiento iluminado, pionero de siempre
especiales

Inmerso en esa cruzada inigualable pioneril, accedí al IPVCE Vladimir Ilich Lenin, conocí a Tamarys, mi escudera fiel de estudios, compañera de cruzadas poéticas a cuatro manos y amiga incondicional hoy día.
Pero lo más importante, tuve mi primer y único intercambio cara a cara, por poco más de diez minutos, con Fidel.
Fidel, un hombre que, al igual que el Che, consideré paradigmático. Su irrupción en el Palacio de Convenciones aquel seis de julio no fue providencial. Fidel, aún me pregunto cómo, tenía el don de estar presente en todas las actividades, pendiente de la agricultura, la economía, la salud, la educación, la defensa de Cuba… y hasta de nosotros, los pioneros.
Y para mí, aun cuando no hubiese experimentado ese episodio único, ya el Congreso significaba sentir a mi organización desde otra dimensión. Abordar, analizar, intercambiar y conocer a una representación de pioneros de todo el país, con las inquietudes y problemas aterrizados a las circunstancias de cada territorio.
Lo confieso, el simple hecho de habernos hospedado en el Instituto Técnico Militar, antiguo Colegio de Belén, donde el líder de la Revolución cursó estudios, nadó, corrió, jugó baloncesto… implicaba traerlo a compartir con nosotros, a colegiar situaciones, a proyectar estrategias futuras.
Así, circulaba por mis venas ese pensamiento, dirigí la Comisión de Secundaria Básica con su ejemplo como bandera, con el orgullo de ser un pionero cubano, y sin la más mínima idea de que la vida me premiaría con estrechar su mano. Tamarys, una vez más en rol de portaestandarte, a mi lado.
Hasta que pusimos los pies por primera vez en el Palacio. Se rumoraba entre muchos la posible visita de Fidel. Los ojos tenían un brillo diferente, dormí poco la noche antes del plenario. Conversaba con el Rafa sobre la posibilidad de verlo de cerca, pues él orquestaría el debate en la sesión plenaria.
La sala uno del Palacio se me antojaba enorme, yo un pequeño liliputiense, como tantos otros niños y adolescentes expectantes. Presto a ocupar mi butaca en las líneas de avanzada.
Llegamos bien temprano, y de repente, un revuelo inusual se apoderó de muchos. Nos convocaron para una pequeña salita contigua a unos cuantos que, de cierta forma, orquestamos y encauzamos los debates: a Tamarys, el Rafa y a mí, entre otros. Entonces, de entre dos torres vestidas con guayabera blanca, apareció Fidel. Su imagen, imponente, vestido de uniforme, como si recién hubiese bajado de la Sierra Maestra a intercambiar con nosotros. Como pez en el agua, nos saludó uno por uno, y comenzó a hacer preguntas relacionadas con nuestras inquietudes y problemáticas pioneriles: “¿Ustedes saben que son el relevo, que sobre sus manos descansará en 30 años el futuro de nuestra Cuba? ¿Cuáles son los principales problemas que presentan para enfrentar los estudios? ¿Tienen buena ortografía, les enseñan esa materia y cálculo oral?
Así comenzaron a llover respuestas. Fidel es un visionario, eso es incuestionable. Para él, desde que la Revolución irrumpió en enero de 1959, o desde antes, los niños y los pioneros siempre constituyeron una prioridad, velar por nuestros derechos y nuestra formación.
Hoy, al cabo del tiempo, reconozco que he repasado cientos de veces aquel contacto único y memorable. Por extraño que parezca, dadas mis características de hiperquinético y muy conversador, en esa ocasión ante Fidel quedé petrificado. Pasaron tantas cosas por mi cabeza en poco más de cinco minutos, que no podría describir. De hecho, no pude exteriorizar ninguna mediante el habla. Sencillamente hipnótico.
Este sábado, Fidel cumple 90 años. Su ejemplo, pensamiento y acción, urge traerlos al presente más que nunca, iniciando ese rescate desde la vida pioneril. Mi mejor homenaje, regalo, felicitación, pasa por no olvidar jamás, por vivir enorgullecido siempre de aquel encuentro “entre pioneros” que me permitió el II Congreso. ¡Felicidades, Comandante!
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