Miami-Dade: ¿Tiro al blanco?

Miami-Dade: ¿Tiro al blanco?
Fecha de publicación: 
24 Noviembre 2015
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Empezó diciendo que, mientras seguimos las noticias sobre los atentados en París, «un siniestro mortal tiene lugar en Miami-Dade».

Y luego recalcó: jóvenes, en su mayoría negros, «son asesinados o heridos en una cantidad alarmante».

Señaló el caso del colegio público Miami Northwestern Senior High, donde solo este año han perecido cuatro de sus estudiantes.

El último de ellos, Johnny Lubin, un adolescente de 15 años, quien cursaba el noveno grado.

La Junta Editorial pregunta: ¿quién podría estar tan furioso con un niño de esa edad para matarlo disparando desde un automóvil?

Y añade un dato también preocupante: el agresor, o los agresores, que siguen libres, probablemente no son mucho mayores.

Cuando Johnny fue atacado el miércoles, marchaba hacia su casa por la acera, se le aproximó un vehículo y desde su interior le dispararon.

Quien lo ultimó, aún se mantiene libre, al tiempo que se desconocen sus motivaciones para hacerlo.

Al caracterizar a la victima, fuentes periodísticas locales hablaron del «popular estudiante y jugador de fútbol americano».

Un portavoz de las escuelas públicas de Miami-Dade, Albert Carvalho, advirtió que cuando los niños regresan hacia sus viviendas después de las clases, «hay muchas veces peligro para sus vidas».

Carvalho visitó el jueves la escuela Miami Northwestern para consolar a estudiantes y maestros intranquilos.

A su edad, comentó el editorial, no se supone que la muerte pueda estar tan cercana.

Pero, subrayó Carvalho, «estos asesinatos le han cobrado un alto precio a nuestra población estudiantil».

La situación va tan lejos, que el Distrito Escolar puso luz roja a la disposición sobre los niños suspendidos y dejados en la calle, medida tenida como exitosa en los primeros meses del año actual.

Sin embargo, no conveniente para los estudiantes de barrios marginales. ¿Debido a qué?

La prueba está en la ya citada escuela Miami Northwestern.

Hace algo más de seis meses, en mayo, el estudiante Joewaun Coles, de 15 años, falleció cuando lo alcanzó una bala en el exterior de su domicilio.

Cerca de este un grupo de hombres enmascarados abrió fuego contra personas que jugaban en el patio del inmueble.

Alrededor de 150 días más tarde, el tres de septiembre, Randall Dwaine Robinson, estudiante de 17 años, fue herido de muerte en la acera de su vivienda.

Cuatro días después, a Maurice Harris, también de esa edad y discípulo de la Northwestern, lo ultimaron a una cuadra de distancia del sitio donde murió Robinson.

Carvalho formuló un sombrío pronunciamiento: estoy cada vez más cansado de visitar en hospitales a estudiantes heridos,  y en funerarias a padres de luto que perdieron a sus hijos.

«He estado tantas veces en el Centro de Trauma Ryder, que dejé de contar en la 45, hace dos años», dijo.

¿Dónde está la culpa?, indaga el editorial, y se responde a sí mismo: exceso de armas en la calle, o desprecio extendido hacia la vida.

¿Cómo —añade— se puede detener esta ola de violencia? Si es de raíz, llegando a cambiar su tan ensalzado modo de vida, y no solo en Miami-Dade.

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