MIRAR(NOS): La peor de todas, la distancia
especiales
La distancia física entre las personas no tiene nada que ver con la soledad.
Robert Pirsig
Nadie escapa de ellas, por mucho que quiera y, por tanto, que se esfuerce. Las dudas no nos dejan, son como un estigma inevitable, como una cicatriz que a las veces suele funcionar como recordatorio de nuestra nublada humanidad. Peor que la duda, la distancia: carcome los huesos y quiebra las voluntades más férreas.
Tengo amigos, como todos, que con una sonrisa de amargura emprenden relaciones a distancia. Se creen lo suficientemente fuertes al inicio, porque casi siempre el principio es la parte más fácil en cualquier trayecto. Conscientes o no de los riesgos, procuran seguir el curso de sus vidas, con la distancia de por medio, pero nadie es igual después de una separación.
Definitivamente, a kilómetros u horas de vuelo las relaciones humanas se quiebran o fortalecen. Por concepto, en cuanto a lo que a mí respecta, no sé si pueda. No es terror a tentaciones, ni cuestión de escaso autocontrol.
Aborrezco los atardeceres grises, como en estos días cuando está a punto de llover, y los aborrezco más porque se me parecen a los adiós o hasta luego que se viven a través de un cristal.
Cierto que ahora las nuevas tecnologías nos hacen el favor de aminorar desconsuelos, pero con todo y eso. Cierto también que algunos que juraron jamás involucrarse en estas situaciones límites se anotan en los listados de quienes esperan, con paciencia o sin ella, un regreso.
Nadie escapa del destino, porque como dijo un sabio, lo que te toca, te toca, aunque te quites, y lo que no te toca… aunque te pongas. No tilde a esta columna de pesimista, ni tampoco a esta redactora. De todos los pesares, los mayores son los del alma, aunque mal que bien la vida nos va enseñando a lidiar con los dolores, y se hace fuerte —podría asegurarlo— el que más tropieza.
En la vida todo es cuestión de perspectivas. Lo que está correcto para unos, no lo está tanto para otros, pero la subjetividad es realmente la protagonista. ¿Quién fue el primero en instaurar lo que estaba correcto y lo que no? Puesto que no lo sabremos con exactitud, tendremos, sin medias tintas, que odiarlo y bendecirlo de acuerdo al contexto situacional.
No me atrevería a asegurar para quién es más dura una partida. Hombres y mujeres, humanos en el sentido genérico, se vuelven indefensos, por la mitad, minimizados como a la menos nada cuando falta quien se ama.
Hago un alto para especificar que no me refiero, únicamente, a las relaciones de pareja. Todo esto que nos rodea ha propiciado separaciones de diversa índole.
Quien escribe tuvo que dejar la comodidad de su ciudad natal, donde todo me era absolutamente conocido, para instalarme (por cuestiones que no vienen al caso) en una ciudad de préstamo, que en aquel frío diciembre me recibió gélida y burócrata, como pasa con las capitales, sin avergonzarse de sus contrastes ni de sus cambios de humor a cada esquina.
En fechas señaladas, porque soy de carne y hueso (aunque a veces preferiría ser de cartón o de plastilina, mucho más moldeable), por supuesto que añoro una mesa gigante, como antaño, desde donde avizore a cada integrante de mi familia.
Y en eso despierto, sin llantos ni remordimientos… cada cual es libre de elegir, aunque a veces parezca que sucede porque fuerzas de lo esotérico controlan nuestras decisiones y los más intrínsecos e insondables pensamientos. Ser consecuentes con decisiones tomadas, pese a que involucren a otros, es la tarea de primer orden.
Probablemente la distancia que hoy usted vive sea temporal, y si no es así, le exhorto a que se conforme, a que no se lamente, no piense en hoy como un día menos, piense que es una oportunidad y que justo por eso, se le llama el presente.
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