Medicina cubana: Cuando la grandeza se llama Eric

Medicina cubana: Cuando la grandeza se llama Eric
Fecha de publicación: 
25 Mayo 2015
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Aunque la colaboración cubana para enfrentar el ébola en tierras africanas va dejando de ocupar primeras planas, el doctor Eric Larrazabal todavía se despierta a veces creyendo que está en Sierra Leona y deberá volver a la zona roja para seguir salvado vidas.

“Pasarán los años y nunca voy a olvidar esa experiencia; tampoco el rostro de aquella niña que fue mi primer paciente”

Y la mirada serena de 31 años de Eric Luis Larrazabal Hernández se nubla momentáneamente.

“Durante los entrenamientos todo parecía fácil porque no estabas de verdad en la zona de peligro. Pero en aquella primera ocasión -comencé a trabajar el primer día que abrió el hospital, y me tocó un turno de noche-, desde que me puse el PPE (equipo de protección personal), antes de entrar, la tensión aumentó, los nervios. Tenía muchas palpitaciones y estaba asustado sí. Pero al ver las condiciones en que estaban aquellos pacientes, todo eso quedó en un segundo plano”.
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El primer enfermo que debió atender fue precisamente aquella niña de dos años, que describe con el cabello suelto, repartido en cientos de trencitas. Sus padres ya habían fallecido a causa del letal virus, y ella estaba ya muy deteriorada, al punto de que su sistema nervioso había sido alcanzado por el mal volviéndola muy irritable, descontrolada.

Recuerda el médico que la niña, cubierta de fluidos corporales, gritaba, se zafaba el suero, abandonaba la cama y se acostaba en el piso. Los otros galenos que allí laboraban, evitaban tocar a los pacientes para reducir las posibilidades de contacto, pero Eric no dudó en limpiar y tratar de aquietar el cuerpo de aquella chiquilla sufriente, quien, a pesar de todos los cuidados, perdió la batalla.

Este médico camagüeyano, graduado hace cuatro años, nunca se había enfrentado en su natal Nuevitas, donde trabaja como Médico General Integral (MGI), a lo que vivió en Sierra Leona.

“A todos nos chocaron las condiciones en que estaban los pacientes. Aquí en Cuba hemos atendido muchos enfermos, pero nunca como nos llegaban allá: deshidratados, sucios de vómito, de heces… Vimos fallecer desde niños de meses hasta adultos mayores, y nosotros no estábamos acostumbrados a eso.

“Muchos de ellos, nos pedían, nos imploraban: ‘ayúdenos médico, no queremos morir’.

A ese panorama dantesco, agrega las difíciles condiciones de trabajo debido al enorme calor que sentían enfundados en el traje protector, que no tenía ventilación. “Solo podíamos permanecer cerca de una hora con él porque la temperatura subía casi a los 40 grados. Al instante de ponértelo ya estabas sudando. “

Después del susto

Precisamente ese tanto calor bajo el equipo de protección personal fue el causante de uno de los malos ratos que pasó este internacionalista cubano en Sierra Leona. Debido a la profusa sudoración, su mascarilla facial colapsó, adhiriéndosele al rostro de un modo que no le permitía respirar.

“El susto fue grande, pero traté de controlarme e ir rápidamente a la zona de descontaminación. Y con calma, porque en casos como esos, cuando más apurado estás es cuando más calmado debes actuar, primero me quité las gafas y luego la mascarilla.” Le llegó así la primera bocanada de aire fresco luego de unos instantes angustiosos.

Entre los tragos en seco de Eric durante aquellos seis meses, se apunta también la oportunidad en que enfermó de Malaria. A pesar de las altas temperaturas del país, el médico casi siempre andaba con mangas largas, para evitar la picadura de mosquitos que pudieran contagiarle la Malaria. Pero no pudo escapar.

Lo más complejo del asunto es que la sintomatología de esta enfermedad y la del ébola pueden confundirse en los inicios. Por eso, cuando Eric sintió el primer escalofrío que le recorría el cuerpo, mientras la cefalea y los dolores articulares lo iban invadiendo, pensó que le había tocado bailar con la más fea: el último baile.

Por eso, aunque pueda resultar paradójico para muchos, sintió una profunda contentura y hasta ganas de reír cuando el epidemiólogo le informó que sí, que su análisis había dado positivo… a la Malaria.

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Con voz pausada y ese decir impecable propio de los camagüeyanos, el médico sigue evocando su participación en aquel combate contra los espantos: “Realmente eso para mí fue una escuela. En el hotel donde vivíamos, yo estaba entre los cuatro más jóvenes, y todos los otros, mayores que nosotros, nos apoyaron mucho; todos nos cuidábamos los unos a los otros. A pesar de que éramos solo hombres los que estábamos allí, no participó ninguna mujer, en los seis meses nunca hubo un problema, una discusión…

Esperando

“Los hombres si tenemos miedo y lloramos. Lloré el primer día que vi fallecer un paciente –la niña de dos años-, lloré cuando falleció mi compañero, el enfermero Reinaldo Villafranca de paludismo, cuando enfermó de ébola mi otro colega, el doctor Félix Báez.

“Y muchas veces más lloré, no me da pena decirlo: al comunicar con mi familia aquí en Cuba, cada vez que dábamos el alta a uno que había sobrevivido, sobre todo si era un niño.”

Ese fue el caso de Daniel, con 17 años, quien gracias a la atención médica cubana logró escabullírsele al ébola. Como sus padres no lo consiguieron, él y su hermana Cecilia quedaron solos en el mundo y el muchacho decidió permanecer en el hospital, junto a los cubanos, trabajando como higienista.

Como medida para evitar contagios, el personal médico tenía prohibido darse la mano o abrazos. “Nos saludábamos con el codo, con el puño cerrado”.

Pero el día que le dimos de alta a Daniel sí nos abrazamos, y también a la hora de la despedida, cuando ya regresábamos a Cuba. “

A pesar de que los seis meses que estuvo el doctor Larrazabal no fueron nada parecidos a unas vacaciones y de que muy feas imágenes le siguen acompañando, también continúan junto a él las vivencias de la hermosa confraternidad que allí cultivaron los galenos cubanos.

“Pero aun así, volvería si fuera necesario, aunque siempre va a haber susto. El que diga lo contrario es un mentiroso”.

Como quien comenta una nimiedad, concluida ya la entrevista había y en el momento de la despedida, el doctor Eric me dijo, con esa sencillez que solo llevan los de alma grande, que hacía un par de días le habían llamado para conocer su disposición a partir a Nepal, “y aquí estoy, esperando”.

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