Entra, que estamos en familia

Entra, que estamos en familia
Fecha de publicación: 
15 Mayo 2015
0
Imagen principal: 

“Pasa mi’ja, entra, que estamos en familia”

Me invitó campechana Carmelina mientras abría la puerta de su hogar.

Y en verdad estábamos en familia, con la singularidad de que ese núcleo familiar lo componían exclusivamente la propia Carmelina y sus recuerdos de 77 años.

Hoy, el 19 por ciento de la población tiene 60 o más años, en el 39,8 por ciento de los hogares cubanos reside al menos un adulto mayor; y, como Carmelina, el 13,7 por ciento de los adultos mayores cubanos viven solos, conformando hogares unipersonales donde no todo marcha sobre ruedas. Sería mejor decir que marchan las cosas apoyadas en muletas, como la propia Carmelina, a quien un padecimiento en la rodilla izquierda la condenó a necesitar para siempre de apoyo al caminar.

Pero aun así, al clarear el día sale jaba en ristre a buscar el pan y el periódico, “y a ver si ha venido algo”. Se refiere a si llegó algún producto normado a la carnicería o a si han surtido algo en la placita que su chequera de jubilada le permita adquirir. En realidad, pudiera hacer el mismo recorrido a cualquier hora, pero los hábitos de toda una vida la siguen marcando.

alt
En el 2030, cerca del 30,3 por ciento de los cubanos serán de la tercera edad. ¿Están las familias y la sociedad realmente preparándose desde ya para lo que viene?

“Es que antes, cuando yo vivía con mi hijo, me gustaba que desayunara con el pan del día, y si podía echarle un vistazo al periódico antes de salir, pues mejor. Pero ya ve…”

Y sus brazos flácidos se abren queriendo abarcar el vacío del nido. Su hijo, Michel Daniel, decidió emigrar a Canadá instado por un tío paterno, y hoy, muy de tarde en tarde, Carmelina se sorprende con una llamada telefónica de larga distancia que le hace saber que por allá sigue haciendo mucho frío y que ‘vamos a ver si el mes que viene te puedo mandar algo’. Al mes siguiente, otra llamada será muy parecida.

Es innegable que las migraciones, lo mismo externas que internas, han vapuleado a la familia cubana, sobre todo en las últimas décadas. Y los adultos mayores son de los más golpeados, aunque no los únicos, por ese fenómeno. Sucede que es magnífico llegar a una edad avanzada, pero el saldo migratorio y la baja natalidad que afronta Cuba condicionan que en la actualidad sean más las personas mayores a cuidar que aquellas que las cuidan.

Se le llama “la crisis de los cuidados”, que no pocas veces desemboca en que una persona anciana cuide a otra de edad también avanzada. De hecho, el Censo de 2012 arrojó que el 16 por ciento de los adultos mayores cubanos tienen por compañía en su casa a otro adulto mayor.

Ese, felizmente, no es el caso de la vecina de Carmelina. Ambas son casi contemporáneas, con solo unos cuatro años de diferencia,  y gustan de enzarzarse en largas conversaciones después del almuerzo. Es en ese amplio paréntesis de comentarios sobre la novela, la boda de Ángel Luis y los precios de la leche en polvo, y todo cuanto aliente en sus realidades más inmediatas, cuando Carmelina supo que a pesar de que su amiga vivía con cuatro personas más, también sufría de fuertes ramalazos de soledad y desatención. Incluso, era víctima de malos tratos.

Claro, la señora no se lo dijo así, pero, con la voz casi en susurros y tapándose la boca con el periódico con que se abanicaba, le contó que en su casa la ponían a marcar en la cola del pollo, a cuidar al nieto, a escoger arroz, frijoles y a pelar ajo hasta que los dedos le ardían, y luego le pasaban por el lado sin percatarse de ella, sin siquiera saludarla al llegar de la calle o al levantarse. “Yo creo que a mi amiga su familia la ve solo cuando la necesita, pero el resto del tiempo es como un adorno, chica”, resumió Carmelina con esa sabiduría que solo da la escuela de la vida.

Aun cuando en el discurso se proclama la avanzada esperanza de vida de la población, y la longevidad, como una conquista social que nos asemeja a los estándares de países desarrollados; en la práctica, puertas adentro del hogar,  no pocas familias perciben a sus ancianos como una carga.

Y una mera carga no siempre es tratada de la mejor forma; de ahí que el maltrato hacia los ancianos se abra paso a veces de maneras muy sutiles que incluyen el maltrato psicológico y también financiero, así como las negligencias física y emocional.

Es muy probable que la amiga de Carmelina no lo sepa, pero el silencio prolongado a que la someten así como el imposibilitarla para tomar decisiones, son manifestaciones de ese maltrato psicológico que puede también comprender amenazas de abandono o de internamiento de asilos, sin olvidar el irrespeto al derecho de privacidad del anciano.

Una interesante investigación realizada por investigadoras del servicio de geriatría del Hospital Universitario Enrique Cabrera para caracterizar el maltrato de que eran objeto los adultos mayores llegados a esa institución -contenida en el número 3 del 2014 de la publicación periódica de Gerontología y Geriatría Geroinfo, que acoge el portal Infomed-, evidenció que los malos tratos a personas de la tercera edad “constituye un problema de salud”, y predominan los de orden psicológico.

altDe 533 pacientes de 60 años y más ingresados en dicho servicio durante el 2012, el estudio se concentró en los 274 que sufrieron algún tipo de maltrato.

A partir de las historias clínicas se supo que de ellos, la mayor parte, el 57,6 por ciento, fueron objeto de maltrato psicológico; un 42,7 por ciento fue maltratado desde el punto de vista financiero –mal uso de sus bienes por parte de otros parientes, incluyendo el manejo de su dinero- en tanto cerca de un 36 por ciento resultó víctima de negligencias en el trato. Sólo un uno por ciento padeció maltrato físico.

Ni mucho menos se trata de un fenómeno solo cubano, no por gusto las Naciones Unidas decidieron declarar el 15 de junio como “Día Internacional del No Maltrato al Adulto Mayor”, para intentar hacer más visible esa lamentable faceta de la vida familiar. Pero Cuba, junto a Uruguay y Argentina es de los países con población más envejecida en América, y dentro de 25 años será uno de los países más envejecidos del mundo.

Y si los malos tratos por parte de la familia a sus adultos mayores resultan dolorosos, más patético se torna el cuadro al conocer de la actitud de los propios ancianos ante tales comportamientos.

Como la amiga de Carmelina, la mayoría ni siquiera reconoce en esas conductas un mal trato y quienes se percatan de ello, prefieren silenciarlo y a la vez asumirlo como algo normal. “Es duro, pero yo sé que ella entiende –comentaba a esta reportera la anciana de 77 años sobre su compañera-  que  ya ella vivió, y ahora les toca a los más jóvenes. Y hoy en día la gente está muy ocupada con sus asuntos, no tienen tiempo.”

La investigación antes citada evidenció que más de la mitad de los viejitos estudiados, al 56,2 por ciento, adoptaban una actitud indiferente ante el maltrato, en tanto el 24 por ciento se comportaba de un modo pasivo ante el mismo. Solo el 19,7 adoptaba algún tipo de conducta activa frente a esos desmanes.

Sin la dosis exacta

La soledad de Carmelina es bien diferente a la de su vecina. Enviudó hace diez años y su hijo único decidió abandonar el nido siendo ya un hombre. Cuando él partió hacia Canadá de una manera intempestiva y sin aviso, su esposa decidió criar al hijo de ambos, de 9 nueve años, en la casa de sus padres, en Holguín, donde recibiría más apoyo y compañía. 

Así que la vieja Carmelina, quien ya se había visto sin la compañía de su esposo, la más importante para ella por el apoyo psicológico que le reportaba, se encontró de pronto también privada de la cercanía y el cariño de los otros seres queridos que le quedaban.

Solo acompañada por la depresión y una muy baja autoestima, para tener la mente ocupada decidió concentrarse en sus malestares, reales o imaginarios, y empezó a acudir al médico de la familia casi una vez por semana, y, lo peor, comenzó a tomar los medicamentos que cualquier conocido le recomendara para aliviar su depresión o ansiedad.

  El estudio Consumo de psicofármacos en pacientes de la tercera edad de la Policlínica  René Ávila  Reyes, de Holguín, realizado en 2009,  con mil 513 adultos entre 60 y 74 años, indicó que el mayor consumo se concentró en las edades de 60 a 64 años, predominando el sexo femenino. El meprobamato y el  clordiazepóxido se llevaron las palmas, con los consiguientes mareos y somnolencia como los principales efectos adversos.

Pero es sabido que no son las pastillas las que resolvieron ni resolverán las situaciones de signo negativo que hoy marcan la vida en familia del adulto mayor. Además, no todos los ancianos cubanos atraviesan situaciones como las aquí descritas. Los Círculos de Abuelos, las Casas del Adulto Mayor y otras muchas variantes comunitarias dan fe de cuántos rostros arrugados y sonrientes les acompañan.

En general y de cara a la familia cubana y sus embates, solo una dosis exacta de cariño y respeto puede ser garantía de felicidad para sus ancianos.

alt

Sin dudas, todavía no se ha escrito ni dejado el suficiente testimonio del importantísimo papel que muchos de los cubanos de la tercera edad desempeñan hoy en sus núcleos familiares. Porque luego de llegada la jubilación, no pocos asumen, porque lo deciden ellos mismos o porque les son impuestas, una relevante carga de tareas domésticas que incluyen desde acompañar al nieto a la escuela, llevarle la merienda, hacer el almuerzo, buscar los mandados, y a veces también ocuparse del aseo del hogar y la preparación de los alimentos. Esas anónimas ocupaciones que no les reportarán ni el más pequeño sitio en el mundo de la popularidad o la fama, pero sin las que la familia no puede sobrevivir.

La destacada psicóloga Patricia Arés Muzio, especializada en el tema familia, apuntaba en su artículo Una mirada al modelo cubano de bienestar que “existe un modelo cubano de bienestar que se ha incorporado con tanta familiaridad acrítica que ha quedado invisible a nuestros ojos o paradójicamente instalado en la voz de muchos de los que ya no están, luego de haberlo perdido, o de visitantes que viven otras realidades en sus países de origen. De la vida cotidiana en Cuba, por lo general se habla de las dificultades, sobre todo de índole económica, pero pocas veces se escucha hablar de nuestras bondades y fortalezas”.

Y entre estas fortalezas la también presidenta de la Sociedad Cubana de Psicología, apuntaba: “La familia cubana está tejida en redes sociales de intercambio, con los vecinos, con las organizaciones, con la escuela, con los parientes, incluidos los emigrados. Lo característico del modo de vida de los cubanos son los espacios de socialización, el tejido social que no excluye y deja sin nombre a nadie. Yo diría que la célula básica de la sociedad en Cuba, además de la familia como hogar, la constituye la red de intercambio social familiar y vecinal, ese tejido social en redes, representa una de las fortalezas invisibles más grandes que tiene el modelo cubano de bienestar, es ahí donde radica el mayor logro de nuestro proceso social, la solidaridad social, la contención social, el intercambio social permanente. Ese capital es solo perceptible para el que lo pierde y comienza a vivir otra vida fuera del país”.

Eso bien lo saben Carmelina, su amiga, y todos los cubanos de la tercera edad, aun sin olvidar sus pesares.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.