Un premio para Carlos Díaz

Un premio para Carlos Díaz
Fecha de publicación: 
16 Enero 2015
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La noticia no debe haber sorprendido a nadie: Carlos Díaz merecía el Premio Nacional de Teatro hacía ya un buen tiempo. Se trata de uno de los imprescindibles de la escena nacional, uno de los más prolíficos directores, un creador con estilo (y eso no se puede decir de todos los creadores), maestro de varias promociones de actores… Carlos Díaz es, en toda la dimensión de la frase, un hombre de teatro.

Ya lo decía la actriz Verónica Lynn, presidenta del jurado que otorgó el premio: “Carlos es un teatrista integral, toda una institución, eminente pedagogo y renovador del lenguaje escénico criollo en varios aspectos, cuyos ensayos son clases magistrales y quien tiene la capacidad para reunir armónicamente generaciones de actores en las tablas”.

Tiene razón Verónica. No se puede escribir la historia de las últimas décadas en el teatro nacional obviando el legado de Carlos Díaz, desde sus primeras puestas, esa mítica trilogía de teatro norteamericano estrenada a principios de los años noventa.

Carlos Díaz es el puntal de una de nuestras más reconocidas compañías: Teatro El Público. En la sala Trianón, en pleno Vedado habanero, la agrupación mantiene una programación casi permanente, puestas que se extienden muchas veces por cien funciones. Largas temporadas, mes tras mes, en un país donde los estrenos teatrales duran pocas semanas en cartelera. Y lo mejor: casi siempre con buena acogida de público.

 

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“El Público es la compañía de Carlos Díaz —decía el director en una entrevista con este portal hace algunos años—, y también de los autores que hemos asumido. Pero sí, de alguna manera he querido ser en estos 20 años como la Madre Coraje y sus hijos en esta historia del teatro. Es arrastrar un carretón para llegar a lo que tenemos hoy”.

En la obra de Díaz pueden identificarse claramente dos tendencias: una, la de los grandes espectáculos, populares en esencia, pirotécnicos, con grandes despliegues y muchos actores en escena. La Celestina, Noche de Reyes, el mismo Decamerón que ahora mismo se presenta en el Trianón…

“Es que el mundo es un espectáculo. Para bien o para mal. De eso da fe mi teatro. Y el público, por otra parte, necesita del espectáculo”.

Otra línea, de puestas a veces más íntimas, de mayores honduras dramáticas, psicológicas, metafóricas, incluso, con cierta vocación experimental. Ahí está El Público, María Antonieta o la terrible circunstancia del agua por todas partes, entre otras piezas.

 

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Muchas veces esas dos tendencias se fusionan en montajes ejemplares: Calígula es quizás uno de los mejores ejemplos. O La puta respetuosa. O Las Brujas de Salem. O más recientemente, Antigonón. Puestas que se erigen en meridianos ensayos sobre los grandes temas de la humanidad, contundentes en sus implicaciones, muchas veces dialogantes con el aquí y ahora… pero que nunca le dan la espalda a esa espectacularidad que distingue buena parte de la obra de Carlos Díaz.

La belleza es uno de los presupuestos del director. “Aunque en estos tiempos hablar de presupuesto, en su otra acepción, puede ser complicado… Seguimos luchando por lo bello, por construir cosas que sean hermosas”.

No se trata necesariamente de la belleza sencilla y primaria. A Carlos Díaz le gusta el despliegue, el énfasis, el fuego de artificio. De cuando en cuando propone piezas esenciales, minimalistas en su concepción. Ya sabemos que es un director de amplísimo espectro. Pero algo casi siempre se mantiene inalterable: el sentido del humor, un humor a veces corrosivo, sarcástico, muy incisivo. Y otras veces más abierto, desternillante. Esa voluntad de desdramatizar casi todos los textos, incluso los más solemnes, se explica por una visión lúdica del acto escénico, que no significa que se abandone la capacidad de cuestionar.

“Yo creo que en el mundo hay demasiado drama, un exceso de drama. Me interesa otro punto de vista para hablar de la realidad. En mi primera juventud (porque ahora estoy en la segunda), traté de ser una persona muy trágica, muy seria, muy trascendental y me di cuenta de hasta dónde estaba cayendo en el ridículo”.

Carlos Díaz es además un hombre generoso. Su compañía ha abierto sus puertas a jóvenes directores y dramaturgos, en una apuesta decidida por la renovación permanente de la escena cubana.

 

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El Premio Nacional de Teatro es un importante reconocimiento institucional. Pero Carlos Díaz ya tiene el galardón mayor: un público fiel y numeroso, muchos amigos y colaboradores, una obra viva.

“Yo no creo que yo provoque. Más bien quiero pensar que divierto. Quiero que la gente sea feliz. Y hasta desde la angustia puede uno divertir. (Siempre que se trate del arte, del teatro, por supuesto que no me refiero a la angustia de la guerra). Creo que cuando uno divierte al público, de alguna manera también lo puede educar”.

Carlos Díaz ama su teatro, con todas sus fuerzas: “Todas mis obras son buenas. Hasta los hijos más feos de uno, son de uno. Y si hay que cuestionarlos, pues eso se lo dejo a los críticos, a los funcionarios, al público… Yo he aprendido a querer mucho todo lo que he hecho”.

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