¿Matar la jugada y también el placer?

¿Matar la jugada y también el placer?
Fecha de publicación: 
8 Enero 2015
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Con su reportaje Un lugar para hacer el amor, publicado no hace mucho en este portal, la colega Yaima Rodríguez deja abierta una muy interesante puerta a la reflexión, y por ella intenta solo asomarse este comentario.

Le sobra razón a la reportera cuando asegura que muchos, sobre todo jóvenes, no pueden pagar los llamados hospedajes por horas, y a esos, a falta de un lugar mínimamente decoroso para tener relaciones sexuales, les quedan “…los parques, las escaleras oscuras, la playa y hasta el malecón”.

Sin pensárselo dos veces, mi abuela hubiera catalogado tales conductas como “una indecencia”. Pero hoy, con independencia de las implicaciones éticas o de buen gusto que pudieran o no acompañar el uso a veces sin mucha “escondedera” de un escenario público para intercambios sexuales, habría que meditar también sobre las implicaciones que ello puede tener para el placer, el real disfrute.

Según los expertos, el inicio de las relaciones sexuales en Cuba acontece en torno a la mitad de la adolescencia, y pareciera que cada vez hay más prisa, a la vez que una buena parte de los adolescentes cubanos dan inicio a su vida sexual en lugares como los descritos. Y es de suponer que luego de ese estreno, hayan continuado, por motivos de peso, léase de pesos, “apegados” a la naturaleza, los baños de un centro nocturno, los garajes, los solares yermos…

No es difícil suponer que en tales adversas condiciones, por muy subyugante que pueda ser el olor de la hierba húmeda, acercarse a un pleno disfrute resulte complejo, considerando también la falta de experiencia en esas edades.

Si a esos vientos en contra se agrega que muchos de los adolescentes y jóvenes están yendo a “matar la jugada”, como ellos mismos le llaman, entonces, la cosa se complica. Porque “matar la jugada”, “chocar la bola”, “ir a hincar” o a “dar un tarrayazo” como igual aluden al encuentro sexual, parece estar en una orilla algo alejada del intercambio, al menos, de afectos junto a la mutua entrega de fluidos corporales.

 

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Contar con lugares mínimamente confortables, ayudaría a practicar una sexualidad más allá de la
genitalidad, a vivirla también desde el erotismo, y si es a partir del nexo afectivo, mejor. (Foto: Aixa López)

El asunto no es ahora poner en el centro de la diana a las ya populares "descargas", como denominan a esos encuentros, sino dejar apuntados algunos perjuicios que puede causar no tener a mano un lugar medianamente decoroso.

Sucede que, según la psicóloga y profesora universitaria Celia Sarduy precisara a esta reportera para la indagación periodística Sexo y lenguaje de adultos, entre los jóvenes y adolescentes en ocasiones “el vínculo es instrumental, no de erotismo”. A ello, el también psicólogo Alain Dacourt Rodríguez, presidente de la Comisión de Educación Sexual en Cienfuegos, agregó que “entre los muchachos, la disfunción sexual más común es la eyaculación precoz, y la anorgasmia entre las muchachas, pero a medida que avanza la edad de los pacientes, se modifica este patrón”.

No es de extrañar que las condiciones inadecuadas de los lugares adonde acuden para sus encuentros sexuales, estén poniendo su granito de arena, y quizás hasta todo un peñasco, en estos resultados.

Sin sábanas no da igual

La colega Yaima citaba en el reportaje que dio pie a este material el verso de Benedetti “con sábanas qué bueno / sin sábanas da igual”, recordando que aun cuando algunos compartan con el fallecido poeta uruguayo ese punto de vista, la mayoría prefiere la sábana, en este caso, como símbolo de un mínimo confort.

No estoy muy segura que a estas alturas del juego, los más jóvenes sean conscientes de tal ventaja, tantas han sido las horas-parque, horas-garaje, horas-escalera oscura. Sin embargo, vale aclarar que aun cuando la tendencia a nivel mundial es a que cada vez con menos edad dan inicio las relaciones sexuales y Cuba no es ajena a ello, el abogar por condiciones mínimas no debería interpretarse como sinónimo de incentivar tales comienzos, a veces demasiado prematuros.

Lo cierto es que lo complicado de las condiciones materiales en que muchas veces tiene lugar el encuentro sexual, sumándole el que lo asuman como una simple “descarga” de fluidos corporales, sin la mediación de afectos, está conspirando contra el descubrimiento, aprendizaje y cultivo del erotismo, de la sensualidad, componentes muy necesarios de la vida sexual entre los humanos, que no se restringe exclusivamente a la genitalidad y que la distinguen de la sexualidad animal.

Acerca de este criterio, la doctora en Ciencias Pedagógicas Alicia González Hernández, psicóloga clínica de formación, y profesora universitaria de vasta experiencia, aportaba a esta reportera un interesante punto de vista, a partir de contrastar sus experiencias de juventud con las que viven los muchachos en el presente: “Lo hacíamos de una manera más madura, porque no era una entrega por presión del grupo, como a veces ahora sucede, sino al revés, la presión era porque no tuvieras relaciones sexuales. Eso nos ayudó a aprender un vínculo erótico de mayor riqueza”.

Se puede o no estar de acuerdo con la especialista, pero muchos de los adultos, sobre todo los mayores de 40 con quienes dialogó Cubasí acerca de este tópico, coincidieron en que como en sus años juveniles existían prejuicios en cuanto a la virginidad y estaban mal vistas las relaciones antes del matrimonio, los que se arriesgaban a infringir la norma “no lo veían como un deporte, como algo más, sino era tan importante, que nos lo tomábamos más a pecho.

“Como aquello entraba dentro de lo prohibido y no sabíamos cuándo tendríamos otra oportunidad, tratábamos de obtener el máximo, explorando, descubriendo. Y aunque la inexperiencia estaba ahí, buscábamos dejarle lugar a los juegos amorosos”, reveló una relacionista pública de 51 años, quien prefirió no se revelara su identidad.

Como una cosa es con guitarra y otra con violín, la hija de esta entrevistada, estudiante de una carrera técnica en la CUJAE, asegura que por no existir en la actualidad prejuicios y convenciones como las vividas por su mamá, “nosotros hoy nos sentimos más libres, más dueños de nuestros cuerpos, y cuando llegamos al matrimonio, o a una unión estable, que es lo más usado, lo hacemos sabiendo, después de comparar, que ese con quien nos vamos a unir es el que de verdad nos gusta. No hay malas sorpresas”.

Y las hubiera menos, incluso desde el primer encuentro, si, por una parte, la familia estuviera dispuesta a comprender que es mejor en el cuarto de la casa, con sábanas limpias, que en un parqueo de autos; y si también las políticas públicas, aun en medio de las carencias conocidas, asumieran que los cubanos de todas las edades no solo los jóvenes necesitan de lugares para su intimidad y no siempre pueden encontrarlos en sus hogares, porque a veces ni hogares tienen.

Al mismo tiempo, tal vez sería igual de beneficioso que la educación sexual recibida por los cubanos mediante diferentes vías, pusiera mayor énfasis, junto a la necesidad del uso del condón, en la importancia de los juegos amatorios, del erotismo y de todo lo que acompaña al encuentro sexual para hacerlo realmente pleno. Lo cual, insisto, es difícil de lograr a la carrera entre los peldaños de una escalera oscura.

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