Abre, que ahí viene el «almendrón»

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Abre, que ahí viene el «almendrón»
Fecha de publicación: 
2 Diciembre 2014
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Prestan un innegable servicio en el transporte público, pero no se puede soslayar que también muchos y no pocos, reiteramos dejan una estela de gases contaminantes, sin contar las frecuentes maniobras peligrosas de ciertos choferes, por lo cual representan un peligro en la vía.

Parafraseando el rítmico estribillo de «Abre, que ahí viene el cocuyé», al ver la velocidad que adquieren esos autos, dado el afán de sus conductores de sumar más clientes y engrosar sus ganancias, muchos decimos «Abre, que ahí viene el almendrón» y nos ponemos a buen recaudo lejos en la acera.

Se corre el peligro de que el otro similar que viene detrás, con el fin de adelantar e incorporar un pasajero más, incida en la provocación de un accidente de tránsito, como ha ocurrido en diversas ocasiones.

Llama la atención que vehículos con esa antigüedad, y a todas luces sin los requisitos técnicos para circular, sean aprobados al concurrir al chequeo para probar su estado en esas instalaciones llamadas popularmente por el nombre de «somatón».

También sería muy oportuno velar por el chequeo de sus conductores, en ocasiones choferes sin experiencia o propensos a pisar hasta abajo el acelerador e imprimirles más velocidad de la dispuesta en las regulaciones del tránsito.

Resulta frecuente verlos incumplir esas disposiciones, bien porque las desconozcan o porque les confieren poca importancia.

Al no contar con luces en el indicador que alerta sobre el paso a la otra senda, sacan furtivamente la mano y sin esperar que no venga otro vehículo, se pasan al carril paralelo.

Fe de ello pueden dar muchos choferes e igualmente pasajeros, quienes hemos sido testigos de tales indisciplinas, las cuales no llegan muchas veces a males mayores gracias a la destreza del conductor que ha tenido que hacer malabares al ver invadida la arteria vial por la cual circulan.

Lo escribo porque, urgida de llegar a mi lugar de destino, me subí recientemente a uno de ellos con el rótulo amarillo de Taxi.

Tras abonar 10 pesos, me bajé de aquel «Frankestein» con más de 60 años, salvado gracias a múltiples enchapes, piezas adaptadas y todo tipo de innovaciones.

El humo gris salido con profusión de su tubo de escape me hizo tapar la nariz ante tanta contaminación, amén del susto que pasé ante las transgresiones en la vía.

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