Dime un piropo y te diré quién eres…
especiales
Hay excepciones, claro, pero la mayoría tenemos bien ensayada la sonrisa, las gracias, la carcajada, el parpadeo o el «revirón de ojos», según amerite la frase que nos dicen.
Sí, porque no faltan las groserías y las obscenidades, pero abundan los piropos de aquellos que te endulzan el día y te confirman esa verdad del tamaño de un templo: ¡qué lindas somos las mujeres cubanas! Y atrevidas y libres y seguras, de hecho, lo que para algunas culturas llega a ser considerado acoso, nosotras lo manejamos con la mayor soltura y ponemos cada piropo en su lugar, lo que implica, por supuesto, al autor.
A quién no le han dicho alguna vez en la calle frasecitas casi poéticas como «las tres mariposas, la del medio es la más hermosa»; picanticas: «mamita, si cocinas como caminas, me como hasta la raspa», «mira eso, tú con tanta carne y yo pasando hambre», o la preguntica capciosa «mami, ¿todo eso es tuyo?», a la que escuché hace poco responder a una muchacha de mi tierra: «mío y de mi esposo, porque nos casamos en comunidad de bienes».
Que sí, que respondemos sin miedo ni excesivo recato, podemos hasta ripostar un piropo con otro porque en esta isla se lleva la sensualidad y la sexualidad como la vida misma. También, claro, las mujeres cubanas no andamos con susto de que por llevar un escote muy pronunciado o una minifalda demasiado mínima a alguien se le ocurra que puede irrespetarnos o violentarnos impunemente.
Hace calor y hacen piropos en Cuba, quizás como una relación de causa y efecto en la que a algunos se les va la mano, pero a esos, cuando menos, ni los miramos y allí se quedan con su descompostura, haciendo el ridículo bien caladitos y tachados definitivamente de nuestra lista de opciones.
Piropos de doble filo
Sin embargo, esto del piropo tiene otras complejidades, pues entre los dos extremos que llamaríamos los agradables y los groseros, se escuchan otros como: «te lavo, te limpio, te cocino y te dejo pegarme los tarros», una afirmación francamente machista, apegada al criterio obsoleto de que esas labores son cosa de mujeres, una propuesta a la que una amiga doctora especialista en otorrinolaringología, con varias misiones en el extranjero y muchos años de experiencia profesional, respondería sin lugar a dudas: «seguro que harías todo eso porque no tienes dinero para pagar mis calificaciones como empleada doméstica».
Otro que se dice con las «mejores intenciones», pero no resulta, es aquel lacerante de nuestra solidaridad femenina: «esto sí es una mujer, no lo que yo tengo en la casa»; out por regla para la mujer cubana esa infeliz comparación, pues si algo se nos da bien a las mujeres es la empatía de género.
José Martí, un finísimo «piropeador» cubano, nos enseñó una regla de oro: «no empañes tu vida diciendo mal de mujer», lo cual deja completamente fuera de juego idioteces como: «niña, contigo hasta la luna, no por lo linda, sino por la cara de cohete que tienes».
Piropos de siete vidas
Esos son los que no mueren nunca y se agradecen siempre, piropos que le dijeron a mi abuela y seguramente le repetirán a mi hija, porque han hecho acopio de todo el sentido del humor, la perspicacia, la zalamería y la inteligencia de los cubanos y de algunas cubanas que, no vamos a esconderlo, también sabemos piropear.
Si «la mujer de Antonio camina así», seguro encontrará en la primera esquina quien le diga: «con la salsa que tú caminas y la cara de guanajo que yo pongo hacemos tremendo fricasé». Y seguramente esa será la parte en que «la mujer de Antonio» caminará más segura y desenvuelta aún, por obra y gracia del elogio.
«¿Ya llegó la primavera? Porque eres la primera flor que veo»; «Tienes los ojos más negros que una noche»; «Dios hizo a la mujer para que yo te conociera». Nuestras abuelitas escucharon galanterías como estas, que luego han cedido espacio a otras más terrenales, pero también lindas y reconfortantes.
En un sitio cubano, donde se propuso un foro sobre este tema, cierto joven compartió un piropo muy ocurrente: «¿Crees en el amor a primera vista o tengo que pasar de nuevo?». Es como para detenerse a conversar con quien se le ocurra al vuelo algo como eso.
Hace años, en la secundaria, organizamos una competencia de piropos entre muchachos y muchachas, y recuerdo que uno de los ganadores fue este cortejo metafórico: «Si tus ojos fueran piscinas, me tiraría del último trampolín de tus pestañas».
Y es que piropear es eso: cortejar, halagar, lisonjear, agasajar; el que no sepa hacerlo, que aprenda algo: calladito se ve más bonito… consejo de mujer cubana.
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