Liberar un libro: una idea que ¿contamina?
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No es secreto para nadie que en Cuba cada vez se lee menos. Y no es este un problema del Caribe, ni de Latinoamérica, ni siquiera de Occidente… es algo que pasa en todas partes. Por eso tenía mis dudas cuando recibí la invitación a participar en la Suelta Masiva de Libros del 6 de abril. ¿A quién le iba a interesar un libro dejado por ahí sabe Dios por quién?
Aclaro: no es que no me sumara a la «causa» automáticamente: desde que supe de la idea no dejé de maquinar en cómo hacer que más personas se enteraran. Cada día busqué en el librero y pensé en el mensaje que dejaría en la primera página del libro, algo para motivar a quien lo encontrara a leerlo y luego dejarlo libre en cualquier lugar.
La cosa venía por el precio de los libros. En otros países son muy caros, y eso condiciona hasta cierto punto el acceso a la literatura. Pero aquí ese no es el problema. Así que liberar un libro es más bien el deseo de compartir con un desconocido algo que ha provocado placer en ti. Una idea que contamina. Pero en el fondo… muy en el fondo… sabía que podía ser un fiasco.
Cuando llegué todavía tenía mi libro en el bolso, no me decidía por ningún lugar. La guagua en la que iba estaba medio vacía y estuve muy poco tiempo en la parada como para escoger un banco para «soltarlo». En el parque había muchas personas, pero ya no quedaba ningún libro, ¡todos los habían recogido! Los que allí estábamos secretamente intentábamos cazar algún libro que otro compartía.
La mañana fue linda, radiante, muchos libros, muchas canciones… Pero Borrador, de Serguei Lukyánenko, comenzaba a pesarme. Y lo dejé ir…
Parada de Coppelia. Banco de dos metros ocupado por seis personas (entre ellas yo). Saco el libro del bolso y lo pongo como si tal cosa a mi lado… No pasan treinta segundos. Me voy.
-¡Muchacha, se te queda el libro!
-Sí, lo sé, lo dejé a propósito.
Ahora sí, este hombre se asusta y el libro añeja. Tanto tiempo esperando el momento y ahora nadie lo va a recoger. Dejo pasar un rato que ahora valoro muy corto. La ansiedad no me deja esperar más. Hay una guagua en el medio, pero hago un esfuerzo y logro ver. En el banco ya no hay nadie. ¿Y el libro? Tampoco estaba…
Ayer regresé del Vedado con dos libros. De ninguno me quiero desprender, pero lo haré. Cuando los termine los soltaré en otra parada, quizás en un parque, o se los daré a la primera persona que encuentre al salir de casa.
Al terminar mi domingo yo tenía un libro menos, pero alguien, que quizá nunca en su vida ha comprado uno, ahora tenía el mío en sus manos… y se lo di a cambio de nada.
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OSMEL
BBeatriz
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