Verónica Lynn: “mis minutos de suerte”

Verónica Lynn: “mis minutos de suerte”
Fecha de publicación: 
28 Marzo 2014
0
Imagen principal: 

Icono de la escena cubana en sus diversas expresiones desde el teatro al cine y la televisión, así como en la docencia, la actriz Verónica Lynn, con más de cincuenta años de profesión, se nos presenta tal y como es: reflexiva, conversadora, temperamental.

De simple ficción a exitosa realidad

“Soy de San Diego de los Baños, Pinar del Río, pueblito muy pequeñito pero muy pintoresco, con las aguas termales tan maravillosas como cualquiera del mundo, no de Cuba, del mundo.

Jugaba sola con mis muñequitas, mis “cuquitas”, incluso le pintaba los vestidos y hacía mis obras, les ponía la voz, unas lloraban, otras reían, pero no sabía exactamente que estaba haciendo teatro”.

Esperanza

“Mi mamá era una mujer que adoraba a sus artistas cubanos, a sus novelas radiales, sobre todo era adoradora de Carlos Gardel. Nosotros le decíamos la viuda de Gardel. Pero de ahí a que una hija de ella se convirtiera en actriz… Era un momento en que la gente tenía conceptos muy arcaicos y mucho más ella que era una mujer pobre, su mentalidad era un poco estrecha, aunque luego aceptó muchas cosas, interiormente creció.

“Mi padre era un personaje interesante, leía hasta la guía telefónica. Pero tenía una filosofía nada práctica. Él decía que valía más un minuto de suerte que una vida de trabajo y se murió esperando el minuto de suerte. Entonces la que trabajaba y la que nos crió fue mi madre. La pobre, con una salud nada buena”.

“…y yo sigo pensando en ti”

“Pedro Álvarez1 fue para mí un hombre muy importante. Me enseñó a entender la política. Las primeras clases de socialismo las recibí junto a él. Nos quisimos  y respetamos muchísimo. Teníamos nuestras divergencias, desde luego, y también nuestras diatribas en el arte, como es lógico, pero tenía con quien conversar, había un diálogo”.

Escuela

“Siempre quise ser actriz de radio, cine y televisión, porque en los años 50 ya había llegado la televisión y los compañeros  me decían: Y de teatro, Verónica. Ah, sí, también… como si me decían de circo. Resulta que uno de esos compañeros, Alfonso Silvestre— que luego fue un primer actor de la televisión— iba a montar Amok, de Stefan Zweig, y le hacía falta la actriz. Me lo comunicó  y acepté. Ni pisé el teatro porque era “teatro arena”. Luego cuando conocí  que existía un sistema de estudio, una guía para el actor y su preparación, decidí que no iba  a tomar clases de cualquier persona. Recibí clases con el profesor  Andrés Castro y acabé de completar mis estudios con Adolfo de Luis”.

¿Por qué considerar que la actuación es adictiva como un vicio?

Es una maravillosa adicción (Se ríe). Las adicciones casi nunca son buenas.

¿Tiene algún vicio?

En algún momento determinado fumé, pero ya no lo hago porque sé que eso me hace daño, no es porque no me guste, fíjate. Es como una persona que trata de hacer una cura pero está ahí, latiendo. Esas son mis adicciones y el amor a mi familia, claro.

¿Qué representan para usted los premios y los reconocimientos?

Nada diferente, como lo es para cualquier artista, de cualquier manifestación. Es un reconocimiento que te hace tu país porque te lo has ganado y es siempre digno de agradecer. No sé si llega a ser vanidoso, pero eso gusta.

Dulce, cariñosa e irreverente

“No tengo ninguna actitud diferente ante los que me observan y me ven como artista. Hombre —vamos a ser sinceros— en mi casa me puedo poner brava y brava fea. En público, ante las cosas mal hechas también me pongo fea a veces, porque las cosas mal hechas no me gustan. No quiere decir  que yo sea perfecta, ni nada por el estilo, pero las indisciplinas sociales, la grosería constantemente en la calle me irritan. A lo mejor, en mi vida privada, en un momento determinado paso un poco la línea y me pongo un poco pesada, pero después yo misma me doy tres cachetadas y digo: nunca hay que llegar a eso, nunca.

“Dicen que es un defecto de los taurinos tener la lengua suelta. Odio la indiscreción, la aborrezco porque yo soy indiscreta, a veces. Uno debe saber conocerse, algo que ya debía haber aprendido, porque tengo edad para eso. Pero no siempre tengo el control y eso me molesta mucho porque, además, son hábitos, costumbres, conductas que se pueden corregir y evitar”.

No olvido, quizás perdono

“Soy enemiga de nadie. A mí no me gusta guardar rencores, ni sacar trapitos sucios. Eso te afea el alma, te la arruga, te pone agria. Yo olvido. Mejor, no sé si olvido, quizá perdono. A veces me encuentro con una persona— te lo digo porque me ha pasado— la saludo y después digo: Ay, pero si esta sinvergüenza me hizo esto y aquello. Pero se me olvida, no puedo vivir pensando en eso, ¿te das cuenta?”.

Ya se va aquella edad

“Cuando me paro frente a un espejo, me doy cuenta de la nueva arruga que me ha salido. (Se ríe). Claro, yo sé que me estás hablando de un espejo mágico. Puedo ser una persona dulce, una persona cariñosa… También puedo ser dura, irreverente, pero dentro de eso tengo una virtud: escuchar. No es que no sea conversadora, me encanta conversar, pero escuchar no es fácil.

“Cada vez que aprendo algo me doy cuenta de todo lo que me falta por saber y la mejor forma de emplear los años que me quedan es aprendiendo.

“Tengo conciencia de mi edad, lo que no pienso es constantemente en eso. Sé que ya no puedo bajar esa escalera de dos en dos, ni puedo subirla muy aprisa. Sé que no puedo limpiar la ventana de mi casa— yo vivo en un sexto piso— como lo hacía antes con un pie en la escalera y el otro puesto en el borde. Tengo conciencia que no me puedo vestir de determinada manera, pero tengo conciencia de que no me gusta, ¡ni me gustará nunca!, vestirme como una vieja, nada más que para personajes”.

 
Modestia

“Soy una gente tonta. No tengo grabado nada mío. Bueno, nada no, eso es demasiado absoluto. Pero no soy esa persona que todo, todo lo que ha hecho lo graba. Por eso te digo que soy algo tonta, porque esa es mi historia, mi pobre historia y creo que debía de pensar un poquito más en eso”.

Que las lágrimas no te impidan ver las estrellas

“He perdido mucha gente querida, sobre todo un sobrino de 24 años que era como mi hijo, murió en un accidente y eso es para mí, inolvidable. Ocurrió  en 1982 y cuando lo recuerdo me parece que fue ayer. También la pérdida de mi marido, la de mi madre, mi abuela y sobre todo mi abuelo, que fue la primera muerte de la que tengo conciencia. Sí, sí he llorado.

“Todo muere y se transforma y es bueno creer eso. Para los religiosos y para los materialistas por lo menos, no caes en la nada. No creo en el cielo ni en el infierno, pero me parece que sí existe algo. Imagínate: un ser humano que cantó a la vida, que rió y fue tronco de una familia se muere, materialmente se descompone y, ¿espiritualmente no queda nada? No puede ser. Bueno, yo no sé si existe un paradero o una terminal de espíritus (Se ríe). Una persona muere cuando la olvidas”.

La importancia de trascender

“Me gustaría que me conocieran como una buena cubana. Que me recordaran como una buena actriz. Es tan importante lo que tú aportas a la sociedad. De lo contrario se queda en tu casa, en tu núcleo, en las personas que formaron tu grupo social. Pero la gente puede trascender en su trabajo, sea un carpintero o un albañil, ahí es donde quedan las personas, pero quedan también en su función social y  profesional. Por eso me gustaría tener un poquito de eso, de alguien que luchó por esto, que quiere a su pueblo, que no fue una persona que luchara porque todo se quedara tranquilo, quieto, estático. Mis minutos de suerte me los ha dado mi vida de trabajo”.

1 El actor Pedro Álvarez, se desempeñó en la radio, la televisión y el teatro. Fue uno de los galanes más apuestos de la televisión cubana en los años finales de la década del 50 y los primeros de la década del 60.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.