Michel Herrera: saxo, corazón y joven jazz (+ FOTOS y VIDEO)

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Michel Herrera: saxo, corazón y joven jazz (+ FOTOS y VIDEO)
Fecha de publicación: 
4 Febrero 2014
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Imagen principal: 

 

Fotos: Cortesía del artista

 

Michel Herrera es uno de los rostros jóvenes del jazz cubano. El saxofón  y su pasión por la música, en especial por este género son sus credenciales. El artista, que aún no llega  a los 30 años está considerado entre los mejores instrumentistas de su tipo del panorama nacional y ya cuenta con dos álbumes. Además de componer y crecer con su obra propia a Michel le interesa apoyar a los jóvenes músicos que- como él ya experimentó- inician su vida profesional y necesitan una orientación extra a lo que les brinda la academia.

 

Aunque no se puede decir que se trate de una casualidad Michel confiesa que la música le gustaba desde niño, mas no era una prioridad. Él practicaba taekwondo y fue por su mamá que comenzó en este mundo, primero, con el piano, con siete años.

 

Fue también su mamá la que lo inclinó por el saxo, ya que era el instrumento preferido de ella, y así Michel se convirtió en el primer músico de la familia. “Una vez que comencé las clases y que probé con el saxofón sí me enamoré completamente de él y supe que me dedicaría eso”, comenta el artista.

 

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¿Por qué el jazz?

 

Creo que el interés partió precisamente de los festivales JoJazz, donde ya habían participado músicos jóvenes, pero mayores que yo, por ejemplo, Rolando Luna y Yasek Manzano. Yo tenía algunos patrones en el saxofón como Germán Velasco y César López. Yendo a los conciertos me di cuenta de que yo también quería estar allí, sobre el escenario.

 

Para mí lo más atractivo del jazz es que siempre puedo mostrar mi creatividad porque es un género que me permite improvisar y mostrar mi personalidad, musicalmente hablando.

 

En el jazz hay que aprender a escribir para muchos instrumentos, hay que orquestar y eso me motivó, además de la química que se crea entre el público y el músico durante un concierto. No hay palabras y no precisamente hay baile, es un intercambio de experiencias espirituales, de sensaciones, es identificarse con la música y cada cual lo percibe a su manera. Para mí el jazzista es una suerte de sicólogo musical, eso me resulta muy interesante.

 

El jazz exige sacrificio y demanda un estudio de mercado. Este es un género que se tilda de elitista, por lo que un artista debe conocer los códigos del público para hacer un jazz más “digerible” que llegue a la gente. Esa es la línea de mi trabajo. Sin bajar la calidad o la estética de mis composiciones me gusta hacer una música que la gente disfrute, que sea consumible.

 

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Sin embargo el jazz nació como música popular…

 

Así mismo. En sus inicios era un género bailable, la gente en Estados Unidos bailaba rag time, blues, etc., siempre ha sido una manera de expresión. Al mismo tiempo, muchos de los músicos que actualmente hacen jazz tienen altos niveles de formación, vienen de lo clásico.

 

Hoy día el jazz es una gran fusión de estilos y géneros. No todo el público llega a “comprender” todas las vertientes del jazz. Claro, esto ocurre también con otros ritmos en el mundo. Creo que de forma general no existe una cultura ni un conocimiento sobre el género jazz ni sobre los artistas que en él trabajan.

 

¿Crees que en Cuba sucede esto del desconocimiento?

 

Cuba es uno de los países donde se desarrolla un movimiento de jazz auténtico, que tiene seguidores. Aquí se consume jazz y hay público para cada artista, todos llenan los lugares en los que tocan, pero en el mundo no es un género de masividad.

Actualmente no llena estadios como el pop, el rock, la salsa o el R & B. Antes sí sucedió, por ejemplo Miles con Davis, que supo encontrar los códigos de los diferentes tipos de públicos. Por eso es necesario, como ya decía, hacer un estudio de mercado para saber con lo que se identifica la gente.

 

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Como creador, ¿te influye lo que quiere la gente a la hora de componer?

 

No. Mi objetivo es encontrar una línea que identifique mi sonido. No pienso en componer para complacer al público, pero sí en hacer un producto capaz de llegar a públicos diversos. Una obra no consumida no tiene el mismo valor. Creo que hay que componer con todo el nivel estético requerido y lograr que la gente, mientras suena el tema, se sienta feliz, en armonía, cómodo. De eso se trata el jazz.

 

Cuando dices que el jazz te ayuda a mostrar tu personalidad, ¿qué rasgos tuyos crees que quedan al descubierto en el escenario?

 

Creatividad, comunicación espiritual, interacción con los músicos que me acompañan… y creo que esa magia queda en el auditorio. Trato siempre de que cada tema tenga un discurso distinto y que refleje diversos sentimientos.

 

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Aunque trabajaste con varias orquestas cubanas antes del JoJazz, fue este festival lo que te lanzó al mundo del jazz.

 

Gané en 2005 y 2006 el premio JoJazz de interpretación y composición, respectivamente. Antes había tocado con Azúcar Negra, Pachito Alonso, Buena Fe, Los Papines, Decemer Bueno… y de ellos aprendí cómo dirigir un grupo, cómo llevar una disciplina, pero fue definitivamente el JoJazz lo que me hizo sumergirme en este mundo. A parir del concurso, Gloria Ochoa, quien dirigía en aquel momento la colección del Joven Espíritu del Jazz Cubano en la disquera Colibrí me impulsó mucho y me dijo que mi proyecto tenía futuro para un álbum.

 

Casi todos los temas del disco ya los tenía hechos. Ese concurso fue la puerta para plantearme una carrera en solitario. Creo que el JoJazz nos da la oportunidad a los jóvenes músicos de enfrentarnos a un público que no es la familia o los conocidos sino espectadores que nos miran con otros ojos, que nos evalúan, que deciden si gustas o no, es un público real.

 

Luego, haber sido jurado del concurso JoJazz fue como completar un ciclo en tu vida, ¿no?

 

Ya son cuatro años que soy jurado del concurso. Para mí es algo mágico porque me veo reflejado en esos jóvenes competidores y al mismo tiempo constato que existe una continuidad en el movimiento de noveles jazzistas cubanos. Las generaciones de hoy piensan diferente a cuando yo participé en ese festival. Los muchachos de ahora tienen una estética musical mejor definida y si bien aún se están encontrando a sí mismos ya ellos tienen conformados los grupos y la línea de trabajo desde que están en la academia. Eso no pasaba así en mi época. El JoJazz me permite estar en contacto con ellos incluso después de concluido el festival.

 

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La colección de Colibrí, Joven Espíritu del Jazz Cubano ha visibilizado el trabajo de los noveles jazzistas. Tu grupo coincidentemente se llama Joven Jazz. ¿Qué es para ti el jazz joven, qué los distingue a ustedes de los jazzistas consagrados?

 

No defino joven jazz por la edad de los integrantes de un grupo. Lo de joven está dado por la evolución del género en esos artistas. En cada generación se ve con otra perspectiva porque constantemente se experimenta con diferentes corrientes.

 

Las generaciones anteriores desarrollaron mucho el Latin Jazz porque fusionaron el género con la rumba, el afro, los ritmos que nos identifican como cubanos. Los jazzistas de hoy no abandonan esa tendencia, pero mezclan más con la música clásica y rozan con el pop y el rock. Cambian los formatos de los grupos, los ciclos armónicos, proyección escénica y visión del jazz en general.

 

César López, saxofonista también, ha hecho mucho énfasis en el reconocimiento de la existencia de un jazz cubano. ¿Qué piensas tú?

 

El jazz cubano ha existido siempre. Nosotros nos distinguimos desde los formatos de los grupos hasta en la manera de hacer la música. Mario Bauzá llegó a Estados Unidos, donde estaban Charlie Parker y Dizzy Gillespie haciendo Bebop e introdujo los tambores en este ritmo, como también lo hizo Chano Pozo. Ellos transformaron un género norteamericano en latino, porque, al introducir los cueros hay un contacto directo con África, es otra manera de ver la música.

 

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El jazz que se desarrolló en Cuba ya tenía su sello. Por ejemplo, Irakere siempre tuvo los tambores batá, el timbal, o sea, que nuestra manera de hacer música estaba muy ligada a las raíces. En otros países y regiones tienen otra manera de hacer jazz que no es la cubana.

 

Hay patrones inalterables que caracterizan al jazz como género, pero los cubanos sí hemos trabajado en ciclos armónicos para lograr una sonoridad cubana. Tenemos nuestro lenguaje. Como mismo la gente identifica la música brasileña así también se identifica la cubana en el mundo y nuestro jazz.

 
¿Qué crees que une a los jóvenes jazzistas como partes de un movimiento?

 

Nos une la pasión por este género que lleva mucho estudio. Nos une el intercambio, siempre aprendemos del alguien que viene a tocar a nuestro grupo. Hoy día los integrantes de cada proyecto actúan y trabajan en diferentes bandas, no son estáticos. Los jóvenes tienen ya incorporado este hábito. Mientras tocamos con diferentes grupos exploramos y de esta forma encontramos el estilo propio. De esta interacción se nutre el movimiento del joven jazz. Cada grupo tiene su sello, suenan diferente.

 

¿Has logrado tú encontrar tu estilo con tu grupo, que te acompaña desde que pasaste por el JoJazz?

 

El grupo inicial del JoJazz tocaba mi música en un momento en que yo estaba buscándome como compositor. Llevaba el mismo nombre, Joven Jazz, pero no tenía que ver con el proyecto mío actual. Lo que yo lidero ahora es un All Stars de jóvenes jazzistas, y cada uno de los integrantes tiene su propio grupo.

 

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Algunos de ellos son David Falla, Jorge Luis Pacheco, Alejandro Falcón, Jorge Luis Chicoy, Yanet Valdés, Edgar Martínez, Yandy Martínez, William Roblejo, Alexander Abreu…

 

¿El hecho de que cada uno de ellos tenga su grupo no te afecta en tu trabajo organizativo?

 

No creo, porque ellos me conocen bien, saben lo que me interesa, dominan mi música y yo también actúo en las presentaciones de ellos.

 

Tu primer disco fue “En la espera” y estás a punto de sacar a la luz el segundo álbum, “Madre Tierra”, ¿qué tiene este último de novedoso?

 

Ambos tienen similitudes. En el primero yo quería mostrar la música que yo componía y al grupo que me acompañaba. Fue lo que me abrió las puertas internacionalmente y a partir de él realicé una gira por Estados Unidos y compartí con renombrados jazzistas como Wynton Marsalis y Arturo O’Farrill.

 

“Madre Tierra” es un intercambio con músicos que desarrollan diversos matices del jazz. Esto hace el disco más internacional. Trabajé las raíces afrocubanas con formatos más diversos: tengo una Big Band, un coro de niños, un cuarteto de cuerdas. Me atreví a hacer una versión de “Pequeña serenata diurna” de Silvio, de una rumba de Joaquín Betancourt, de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” de Fito Páez, en fin, que es un disco que suena diferente, y en él incluí nuevos instrumentos como el darbuka, de la India. Es algo bien experimental, esperamos que el público lo disfrute.

 

¿Por eso le llamaste “Madre Tierra”?

 

Precisamente el objetivo era lograr una sonoridad universal, que, desde Cuba pueda ser escuchada por todo el mundo, con la que cualquiera puede identificarse. A este álbum lo acompaña un DVD donde se hizo énfasis en la imagen y logramos cuatro ambientes: pop, live, blanco y negro y night club, para reflejar el espíritu del jazz como se siente en el mundo. Se trabajó la imagen desde el diseño gráfico hasta la puesta en escena, para dar una imagen más dinámica al género del jazz.

 

Además del disco sé que estás inmerso en impartir talleres en escuelas de arte. ¿Por qué ese interés?

 

Los muchachos de las escuelas, antes de pasar por el JoJazz, no tienen una orientación más allá de las bases del concurso. Esta fue una motivación para crear estos talleres que más bien guían a los estudiantes. Nosotros trabajamos con varios grupos de jóvenes del conservatorio Amadeo Roldán a partir del estudio de la historia del jazz, del trabajo de sus propias composiciones, de cómo proyectarse en el escenario y de la posibilidad de ser un artista, más que un intérprete.

 

El primer taller concluyó con un concierto en Bellas Artes que estuvo repleto de gente y aun más público quedó afuera. A partir de aquí algunos muchachos se insertaron en orquestas y hoy tocan en clubes cubanos de jazz, en fin. Es algo a lo que le daremos seguimiento, pensamos hacerlo en otras escuelas de arte en provincias como Camagüey, Santiago de Cuba, Holguín. El objetivo es que ellos intercambien con sus contemporáneos y con artistas más conocidos.

 

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¿Esta era una deuda que tenías de estudiante? Sé que en las escuelas de música hay una formación clásica y por lo general los artistas aprenden los géneros populares en la calle.

 

Grandes artistas cubanos como Bobby Carcassés, Orlando Valle “Maraca”, etc. intercambian con los estudiantes, pero no existe una cátedra de música popular en la escuela. Estos talleres son una forma de orientar el camino a los estudiantes, de darles herramientas, de demostrarles que es posible vivir dedicándose a la música y creo que ha dado resultado pues muchos de estos jóvenes ya tienen un camino definido.

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