La guagua: Oda al «maligno»

«El maligno», así definió Lezama Lima en una de sus crónicas habaneras a los ómnibus de la ciudad.
Inspira a escribir, sin dudas.

Imaginemos en esta misma Habana, la del siglo XXI, a Aristóteles mientras experimenta la aventura histórica de montarse en una guagua —no importa si a las siete de la mañana o a las tres de la tarde, todos los horarios parecen pico—, ¿cuánto no hubiera enriquecido el célebre griego sus concepciones respecto a la manera de narrar, al protagonista, la acción y las fuerzas opuestas a tal acción?

Fuerzas opuestas… a saber, el punto más interesante. Aun a riesgo de llover sobre mojado, es necesario mencionar la falta de piezas de repuesto, antagónicas siempre. Como aderezo tenemos planificación ineficaz de los horarios, indisciplinas laborales, recarga de los ómnibus y por ende, aumento de las probabilidades de rupturas, etcétera. Ingredientes todos para contar una buena historia sobre cómo llegar a tiempo.

Si Goethe hubiera convertido a Mefistófeles en uno de esos ómnibus que merodean la Colina Universitaria, Fausto, sin dudas, lo seguiría mucho más dispuesto.

¿Y qué fuera de James Joyce? El Ulises sería una obra maestra muchísimo más renombrada. Las peripecias diarias de miles de cubanos para llegar a su destino son comparables con el viaje a Ítaca… el mismo que una vez Konstantin Cavafis nos aconsejó rogáramos fuera largo.

Por su lado, las investigaciones sociales pudieran servirse de fenómenos como las colas para estudiar la interacción humana en circunstancias (¿de riesgo?) tan particulares. Se hace necesario explicar cómo, en la vorágine de ese no-lugar con ruedas, el espacio vital resulta una improbable teoría.

¿Acaso ha valorado usted la posibilidad de medir su vida no en primaveras o amigos, sino en tiempo en paradas de guaguas?

Inténtelo, antes de que lleguen las piezas de repuesto y las administraciones administren correctamente los recursos. Disfrute de ese «caracol nocturno en un rectángulo de agua» que resulta ser el transporte urbano.