Habana de los mil colores (+ FOTOS)

Habana de los mil colores (+ FOTOS)
Fecha de publicación: 
16 Noviembre 2013
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¿Qué se ama cuando se ama a una ciudad? ¿Se ama el espacio físico o las implicaciones espirituales? ¿Se ama la piedra sobre la tierra o se ama la carne que late? La ciudad es la metáfora perfecta de la familia, de la comunidad de angustias y alegrías; la ciudad es el conglomerado de sueños; la ciudad es el gran punto de encuentro.

La Habana, esta gran ciudad, celebra un nuevo aniversario. Millones de hombres y mujeres la han habitado durante su casi medio milenio de existencia. La gran mayoría de esos hombres y mujeres han pasado al olvido, sus itinerarios se han perdido en las brumas de los tiempos. Pero la ciudad donde nacieron, gozaron, amaron, sufrieron, caminaron, durmieron, enfermaron, murieron... sigue en pie. Es, hasta cierto punto, la garantía de la supervivencia. La única, si se quiere.

Se dice una y otra vez que la ciudad es más que sus edificios, calles, plazas y parques. La ciudad es su gente. Pero —decíamos— la gente muere y la ciudad permanece. Cada una de las historias que han acontecido en este ámbito bien pudieran conformar un libro, pero son demasiadas, no hay manera de contarlas. La ciudad, entonces, es el gran libro. El libro de piedra.

Cuando se ama (o cuando se odia) a una ciudad, se ama (o se odia) el todo. Hacerse una idea abarcadora puede ser una tarea ardua: tendemos siempre a fragmentar, a crear estancos. Pero la ciudad es el súmmum maravilloso, el lugar donde confluyen los caminos.

Esta Habana tan cantada, tan celebrada por poetas y trovadores, esta Habana evocada en los cuatro puntos cardinales, acogedora en las tardes suaves sobre el muro del malecón, vilependiada en las paradas de las guaguas a la hora pico, elegante y silenciosa en las madrugadas, bullanguera en los repartos populares (a cualquier hora), esta Habana de pregones y cláxones, de rumor de olas y calores sofocantes, de portales penumbrosos y puertas abiertas, esta Habana que recibe y golpea, esta Habana es, nadie lo duda, una de las ciudades más singulares del mundo. Para bien y para mal.

La Habana no cabe en las postales de turistas, ni en las crónicas, ni en las canciones... El espíritu de la ciudad está en todas partes, pero es inefable, inatrapable. La ciudad está viva, pero cuesta definir su latido. 

 

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