Enrique Bueno: “Aferrado a la bandera del teatro” (+ FOTOS)
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Enrique Bueno saltó a la popularidad con el personaje de Leroy en la telenovela “La cara oculta de la luna”, pero su vida profesional, como la de casi todos los actores comenzó sobre las tablas, así que sería casi imposible separarlo de la bandera del teatro.
Para celebrar los 15 años de carrera Enrique estrenará en los próximos meses el monólogo “Vena de mar”, escrito por Adriana Quesada.
A propósito de este simbólico aniversario y para adentrarnos en su mundo, Cubasí conversó con Enrique.
¿Qué vamos a encontrar en tu monólogo, es la historia de tu vida?
No es la historia de mi vida. “Vena de mar” (una frase de Virgilio Piñera) es la historia de un actor de unos 50 años que está pasando por un momento difícil, que no logra cumplir las expectativas que él tenía de joven como actor. A pesar de eso sigue luchando por su profesión.
Me gusta la obra, de momento es muy dramática, de pronto tiene de comedia. Hay partes muy simpáticas y otras muy tristes.
¿Cómo se sienten 15 años de carrera como actor?
Vemos los 15 años como una fiesta que se celebra porque es la partida a la adultez y más o menos es eso lo que me está pasando ahora. Han sido duros estos años porque yo no soy actor de escuela, me presenté varias veces y no me aprobaron en el ISA lo cual me dificultaba ser un actor profesional.
Las primeras puertas me fueron abiertas en Teatro del Viento, en Camagüey, con un proyecto para actores que no tuvieran experiencias profesionales, con Freddy Núñez. Una vez allí debía aprender de todas las personas que me rodeaban, actores y directores. Me involucré en muchos cursos para superarme y el Festival de teatro de Camagüey me sirvió sobremanera.
Así comencé mi carrera en artes escénicas que, como dijo Chaplin, nunca se termina. Se aprende de los tropezones y también se guardo muchos momentos felices.
¿Cuáles son tus mejores recuerdos de esta etapa inicial?
Recuerdo la obra “Un Shakespeare para dos Ofelias”, de Adriana Quesada. Aún me fascina y no pierdo la esperanza de hacerla de nuevo. Fue muy feliz ese momento, como también lo fue cuando me eligieron para el protagónico de Tavito en “Morir del cuento” y celebrar con esta obra los 80 años de Estorino. Imagínate, hacer teatro con grandes figuras que yo admiraba desde Camagüey: como Adria Santana, Pancho García…y además, esta obra era un clásico del teatro cubano.
Hacer mi primer personaje en TV en “La cara oculta de la luna” fue difícil, en todas las escenas estaba muy tenso, siempre pensaba que lo hacía mal, pero el resultado que tuvo la novela y mi historia sí fue un momento muy feliz.
El personaje de Leroy fue creciendo cada vez. La novela no tuvo la rutina habitual de producción que existe en Cuba. Aquí se escribía, se ensayaba y se filmaba al mismo tiempo. Yo empecé a hacer de Leroy sin saber qué pasaba con él al final.
Ese personaje te marcó…
Sí, definitivamente. Te repito, haber grabado la novela fue estresante, lo feliz fue ver la repercusión. Han pasado como 10 años y todavía la gente en la calle me llama Leroy.
Entrar a Vital Teatro y hacer la última obra de Amado del Pino, “Cuatro menos” fue otro momento inolvidable. En esta obra hice un personaje de los que me gustan a mí, de caracterización, un gay de 50 años.
¿Qué necesitas para que un personaje te cautive de ese modo?
Creo que me motiva que sean personajes diferentes. Yo siempre he apostado por la versatilidad, eso nos ayuda a ser mejores actores.
Es difícil lograrlo siempre, pero no imposible, porque los directores y el público nos encasillan en determinado tipo de papeles, entonces para salirnos de ese estereotipo hay que hacerlo muy, pero muy bien para convencer.
Creo que en estos 15 años he logrado, hasta cierto punto, ser un actor versátil. He pasado por varios géneros y he encarnado personajes de caracterización, aunque también me ha tocado hacer de galán, que no lo rechazo; siempre que haya un buen guión me atrae.
En TV he tenido la dicha y la desgracia de hacer bastantes protagónicos, que en mi opinión son los que peor escritos están. Creo que eso es un mal de la Televisión Cubana, donde pasa mucho que los secundarios se van por encima de los principales en el guión.
“La cara oculta de la luna” es un ejemplo que siempre pongo de buena dramaturgia, eran un montón de personajes y todos estaban bien ubicados. Gigantes de la actuación como Enrique Molina y Blanca Rosa Blanco eran secundarios en mi historia y no se iban por encima del protagónico que era Leroy porque todo estaba balanceado.
¿Te gustaría escribir para ti o te quedas con la actuación?
No me siento preparado para escribir, ese es otro oficio. Por suerte tengo buenos escritores como Palomino, que está al frente de Vital Teatro y a Adriana Quesada.
¿Qué queda del jovencito provinciano que llegó hace años a La Habana para convertirse en actor y cuánto has cambiado?
Se mantienen muchas cosas pero también se cambia, claro. La visión hacia mi profesión cambia. Yo llegué a La Habana aferrado a la bandera del teatro (este es un texto del personaje de Pedro, que interpreté en la telenovela “Aquí estamos”) y mi pasión no ha disminuido, pero veo las cosas diferentes.
He ganado en experiencia y los trastazos me han enseñado. El teatro es una novia a la que hay que saber querer porque se pasa mucho trabajo. Hay momentos en que siento que me desenamoro, entonces me aparto y luego vuelvo a entrar. Cada vez que me acerco es una reafirmación de mi vocación.
Con la televisión me pasa lo mismo y me digo “esto es lo último que voy a hacer”, pero continúo. En los medios hay carencias materiales, pero lo peor es la mediocridad, la falta de profesionalidad y las malas ganas de las personas que no aman nuestro trabajo y estorban la creación.
Para mí el artista es un ser especial, no somos mejores ni peores, sino especiales. Cuando sufrimos varias decepciones de este tipo sentimos un lastre en nuestra carrera. Lo que yo hago es una especie de terapia: me salgo y me reinserto. Aquí en Vital Teatro no tengo quejas, para mí esta es mi otra familia. Aquí nos desintoxicamos. Hacemos lo que nos gusta: teatro.
El personaje de Pedro era un actor que venía de provincia también. Se parece a tu vida. ¿Cuánto había de ti en Pedro?
El guión de “Aquí estamos” era mi vida. Me sorprendió porque los que hicieron la novela no sabían esos detalles de mí, fue pura coincidencia. Increíble. El guajirito de Camagüey aferrado a la bandera del teatro, que llegó a comerse La Habana, aunque Pedro reconoce luego que La Habana se lo comió a él.
Creo que a todos lo que venimos de provincia nos come algo esta ciudad. A mí, a Enrique Bueno, no me pasó lo que a Pedro o a su amigo, pero de forma general la trama inicial de la novela era un retrato mío, incluso en el cuadro amoroso; luego con el desarrollo de la historia, algunas cosas cambiaron.
Y de forma general, ¿cuánto dejas que fluya de ti en cada personaje y cuánto mantienes al margen?
Me gustan los personajes de caracterización para ser otro en escena. Yo, Enrique Bueno, no me siento atractivo como personaje. En la televisión hay personajes que pueden parecerse a uno. Uno de los abc de los actores, cuando estamos trabajando, es “qué haría yo en esa situación”, para intentar interpretarlo mejor, para comprender al personaje.
Yo prefiero no verlo así. Yo no pienso en qué haría yo sino en qué haría ese personaje en su situación. Prefiero no hacer papeles que tengan que ver conmigo, mientras más diferentes sean de mí, más disfruto. Me gusta estar detrás de un personaje diferente, salir a la calle a buscarle un referente. En el proceso de construcción del personaje siempre me apropio de algo de ellos, quedan algunas de sus cosas en mí: vivencias, mañas, amigos…
Lo rico de mi profesión es eso: poder desdoblarse, acercarme a eso que no soy… es mágico.
Cuando estas preparando un obra, ¿piensas alguna vez en el público, en cómo recibirá tu personaje?
Eso no es lo que debe pasar porque lo importante es concentrarnos en lo que estamos haciendo. Eso más bien viene después. Lo más difícil realmente son los segundos antes de entrar en escena o empezar a grabar, siempre estamos expuestos a un ridículo.
¿Y cómo se acaba ese miedo? El tiempo que tienes para superarlo es de apenas unos segundos…
Eso lo hemos comentado mucho entre los actores. Una vez que arrancas con los parlamentos, todo pasa, ya estamos dentro de ese mundo.
Los mayores miedos de los actores son sueños recurrentes en nosotros: llegar tarde a una función y que se nos olvide un texto en escena. Puedes preguntarle a cualquiera. Esto es lo peor que podría pasarle a un actor.
¿Y cuál sería la mayor felicidad?
El aplauso sincero de la gente. Para eso trabajamos. No me puedo quejar del público, siempre he tenido el agradecimiento de ellos.
¿Qué no puede faltarle nunca a un actor para asegurar eso?
El actor tiene que ser una persona muy observadora, humana. Yo digo que nosotros somos los sicólogos en la práctica. No se puede interpretar un personaje si no somos capaces de comprender sus actitudes, aunque sean malos. Nuestra visión no puede ser en blanco y negro. Tenemos que tener matices, no prejuicios, para defender siempre nuestro personaje.
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Alejandro Cordero
barbi
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