Paquistán: votos y bombas

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Paquistán: votos y bombas
Fecha de publicación: 
22 Mayo 2013
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En Paquistán se acaban de efectuar elecciones en las que un gobierno civil entregará por primera vez el poder a un sucesor similar, pero que en vez de constituir alegría por eso de la manida e hipócrita frase de continuidad de la democracia, se yergue en preocupación para quienes tienen que asumir el mando, tanto para enmendar yerros de cinco años del anterior régimen, como por la asunción al frente de una nación que se encuentra virtualmente fuera de control.
                                                                             
Por eso la esperada victoria de la opositora Liga Musulmana de Paquistán, encabezada por Nawaz Shariff, es un voto de castigo al gobierno saliente, por lo cual los numeritos que acompañan a todo evento electoral importan poco, cuando la nación ha estado envuelta en este tiempo de campaña por una ola de atentados sin precedentes, incluso en una nación siempre marcada por la violencia.

Además, es difícil imaginar un ambiente de alegría por la celebración de comicios en las regiones fronterizas y del centro, constantemente atacadas por los drones norteamericanos, aviones sin piloto, pero con bastante mensaje de muerte.

Shariff no se pronunció nunca en contra de la insurgencia ni de sus acciones, asumiendo un espíritu mediador y desligándose de la política que llevó a cabo el presidente Asif Ali Zardari, quien intentó inútilmente en los últimos tiempos echar a un lado las presiones de Estados Unidos para que atacara a los talibanes y otros grupos integrantes de la oposición afgana que tienen amplias simpatías en la población local, principalmente en zonas fronterizas.

Asimismo, EE.UU. echó por la borda sus protestas contra los ataques de los drones, que en estos años han causado más de 3000 muertes civiles, cuestión menos publicitada que ese otro terrorismo, también deleznable, que practican las huestes fundamentalistas.

La actitud de Zardari formaba parte del intento oficial de limar asperezas con la cúpula militar y evitar que prosigan los continuados y sangrientos atentados suicidas, así como la repulsa popular por la controvertida invasión en la región tribal de la Provincia del Norte, calificada de farsa por el mando militar norteamericano, debido a sus nulos resultados.

Esta cuestión no es nueva y llama a la reflexión sobre el quehacer de la política imperialista norteamericana en el centro de Asia, que sembró y dejó en el caos a Iraq, arrasó sistemáticamente Afganistán -donde sí ayudó a florecer al narcotráfico de opio y heroína- y prosigue conspirando contra la institucionalidad en Paquistán.
                                                                                                                 
Muchos dichos de paz, pero más abundantes hechos de guerra acompañan el deshacer del principal Estado terrorista del mundo, responsable de que este se extienda anárquicamente, y aunque quisiera desearlo, no creo que estos comicios realizados entre votos y bombas puedan acabar con tantos años de inestabilidad política, conflictos interétnicos y religiosos, presiones de Estados Unidos y guerras fronterizas.
                                                                                           

Laberinto paquistaní

Paquistán se haya hoy en medio de un laberinto en el que imperan intereses ávidos del petróleo regional y los escollos a una respuesta oficial consecuente.

Las presiones a Islamabad no es algo nuevo: nacen desde su independencia en 1947, provenientes principalmente de Estados Unidos, molesto por la amistad de la vecina India con la ex Unión Soviética y su papel en el Movimiento de los Países No Alineados.

Así, la Agencia Central de Inteligencia empleó el territorio paquistaní para crear facciones opuestas a la presencia militar soviética en Afganistán.

 
Los ataques del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono sirvieron de pretexto al régimen de Bush para acusar a los talibanes y a su aliado Osama Bin Laden como instigadores del hecho, a fin de lanzar una agresión que ya había sido fraguada.

Presiones y amenazas sobre el anterior gobierno de Pervez Musharraf y este saliente de Zardari lo colocaron en apariencia a favor de los agresores, en tanto gran parte del pueblo fronterizo con Afganistán simpatizaba con los talibanes, debido fundamentalmente a cuestiones étnicas. De ahí que tienden a fracasar las invasiones a las zonas tribales que apoyan acciones rebeldes, incluida la destrucción de convoyes para las tropas ocupantes.
                                                                      

La acción de las fuerzas especiales norteamericanas que conllevó al asesinato de Osama Bin Laden dentro de Paquistán y sin informar previamente a Islamabad, fue otro detonante de la crisis entre los viejos aliados.
                                                                                

La prepotencia norteamericana se vio reflejada nuevamente en estos días, cuando hizo caso omiso del pedido oficial -en un intento de ganar simpatías del pueblo- de que retirase una importante base militar.
                                                                                                                          

Entre todo este andamiaje, sea quien sea el que gobierne en Paquistán, Estados Unidos no cesa de fortalecer su “cruzada antiterrorista en el Medio Oriente, y con presiones de todo tipo, principalmente económicas, fortaleció el centro militar conjunto de inteligencia con Paquistán en las afueras de Peshawar, y dio los primeros toques para establecer otro cerca de Quetta.
                        

El pretexto hecho público es el de monitorear las actividades de los talibanes paquistaníes, pero con el objetivo práctico de penetrar más fácilmente tanto en el ente gobernante -sea quien sea- como en su oposición política, tal como ha hecho durante años contra los pueblos. Veamos que posición asumirá Shariff.

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