La tragedia de Bangladesh ¿El menos peor?
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El capitalismo y su infinita búsqueda del beneficio por encima de cualquier cosa son la causa principal del hundimiento de una fábrica textil en Dacca, la capital de Bangladesh, que ocasionó la muerte a más de 1000 hombres y mujeres de extracción campesina la mayoría, una terrible tragedia que, sin embargo, algunos analistas occidentales califican como el mal menor de una nación donde esos mismos centros, aseguran, son probablemente lo mejor que le ha pasado a la nación sudasiática en décadas.
Pero este tipo de hechos es tan frecuente en el país como los derrumbes de minas en otros, y caen en el vacío las constantes demandas de eliminar las inhumanas condiciones laborales de la clase obrera en Bangladesh.
Bangladesh es uno de los países más pobres, más densamente poblado y menos desarrollado del mundo, a pesar del espejismo que ofrece el crecimiento del Producto Interno Bruto. La alta tasa de analfabetismo y la baja expectativa de vida le hacen ocupar el puesto 146 entre 173 países. Esto da una idea de las paupérrimas condiciones de la gran mayoría de los habitantes de este país.
Su población es de alrededor de 150 millones de habitantes, de los cuales hay unos 20 millones que conforman lo que se conoce como "población flotante", gente que ni siquiera posee un pequeño trozo de tierra para cultivar, por lo que se ven obligadas a trasladarse constantemente de un sitio a otro, buscando la manera de sobrevivir.
Son los más pobres entre los pobres, comen y duermen en las calles, viven de la mendicidad, y carecen de futuro alguno. De ahí que sean fáciles presas para los explotadores que se escudan en el poder para amasar fortunas en fábricas tan parecidas como la que se acaba de derrumbar o hundir en Dacca.
Ello recuerda la época de la Revolución Industrial en Inglaterra y las películas de Charles Chaplin en las que critica al sistema capitalista. En Bangladesh, recalco, no hay mucha diferencia: Los trabajadores que tratan de crear un sindicato no están protegidos antes de obtener el registro, por lo que son perseguidos, a veces de forma violenta o con la colaboración de la policía.
Los nombres de quienes solicitan el registro de los sindicatos suelen ser comunicados a los empleadores, que los transfieren o despiden rápidamente, especialmente en el sector textil.
Una estratagema habitual es despedirlos por falta grave, de modo que ya no puedan aspirar a un cargo sindical. De poco sirve presentar quejas ante el Tribunal Laboral, dada la corrupción reinante y la enorme acumulación de casos pendientes que, en ocasiones, datan de hace más de diez años.
Estos individuos, viviendo virtualmente en condiciones de esclavitud, han hecho posible el crecimiento económico -el abultamiento del PIB-, pero la aparición principalmente de millonarios locales y las gruesas ganancias de las empresas extranjeras.
Economistas occidentales afirman que Bangladesh no tiene otra alternativa, porque solo puede ofrecer dos cosas: mano de obra abundante y barata, y puertos comerciales para exportar al resto del mundo. “Como país no tiene nada más, aparte de enormes llanuras inundables. No tiene tecnología, no tiene capital para invertir en otros proyectos, no tiene una mano de obra educada ni dinero para crearla”, aseveran, para indicar después que puede ofrecer bienes a mejor precio que China, donde la mano de obra está empezando a escasear y los salarios están subiendo.
Esa presunta ingenuidad encierra el fatalismo del dejar hacer, considerar que la situación es insoluble y se debe escoger del mal, el menor o lo menos peor.
Pero hechos como este del reciente derrumbe de la fábrica textil, ha traído también un despertar de los trabajadores, muchos de los cuales han salido a las calles para expresar su indignación y pedir la intervención oficial, a fin de obligar a los magnates a ofrecer mejores salarios y condiciones laborales.
El gobierno, ante la avalancha de protesta, ya ha detenido a varios de los presuntos responsables, aunque se duda de que sean debidamente castigados, debido a la corrupción imperante.
Y es que los gobernantes del país han tolerado durante años las prácticas empresariales que vulneran activamente sus leyes, lo cual les hace cómplices de los explotadores.
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