Bolivia: Identidad indígena
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El nombramiento de una indígena por Bolivia como embajadora en Ecuador es un paso más hacia la consolidación de la justicia que el gobierno revolucionario de la nación sudamericana hace a la comunidad originaria, tan vapuleada desde hace siglos por los primeros colonizadores y después de regímenes sometidos al dictado del imperialismo norteamericano.
El hecho es un pequeño, pero importante capítulo de la tarea que están llevando a cabo gobiernos progresistas de la región para dejar atrás la miseria, ese caldo de cultivo para lo peor –asesinatos, desapariciones, narcotráfico, mercenarismo, etc.-, así como los tiempos en que el Imperio consideraba a América Latina su “patio trasero”.
Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina y Nicaragua son muestras de varios matices de lo que suscribimos.
América Latina siempre ocupó un lugar especial en la estructura del imperialismo norteamericano, al ser su primer territorio de expansión y considerarlo una posesión innegociable.
Aunque el golpismo clásico resurgió en Honduras y el parlamentario en Paraguay, como una contraofensiva reaccionaria para recuperar terreno, gobiernos progresistas elegidos democráticamente, siguieron en mayor o menor medida el ejemplo que Cuba ya había ofrecido desde 1959, para combatir las consecuencias a mediano y largo plazo reformas neoliberales que aumentaban la desigualdad socioeconómica de nuestras sociedades, fortalecían el poder de negociación de un puñado de actores colectivos privilegiados, y socavaban las bases populares, mediante la promoción de la desmovilización, la despolitización y a menudo el sometimiento.
Todo contribuía al debilitamiento suicida de la capacidad del Estado para combatir el impacto perjudicial de las políticas económicas.
Pero el caso de Bolivia es singular. Recuerdo como el 10 de marzo de 1952, el mismo día en que aconteció el golpe de Estado de Fulgencio Batista en Cuba, las antiguas masas desposeídas tomaron el poder en Bolivia, y el indio, su componente mayoritario, comenzó a abandonar su antigua condición de extrema pobreza.
Pero no fue hasta ahora, con el gobierno de Evo Morales, que comenzó a cortarse las raíces del sistema neocolonial, en el que predominaba el egoísmo y se violaban los derechos humanos.
Y es que Morales Evo Morales no ganó en Bolivia con un programa neoliberal, sino con un discurso desde la raíz del alma indígena, enarbolando también la Asamblea Constituyente como arma de cambio.
El objetivo fundamental es que las riquezas sirvan a la mayoría del pueblo y que las privatizaciones corruptas hechas desde 1985 hasta el 2006 tenían que ser revertidas para redistribuir las riquezas.
El gobierno de Evo Morales se traduce en miles de bolivianos atendidos de la vista por la Operación Milagro, nuevos hospitales y una campaña de alfabetización que en menos de 30 meses acabó con la ignorancia absoluta en el Altiplano.
Evo, un indio, electo y reelecto por una mayoría indígena sobre una minoría pudiente, dio el verdadero poder a todo el pueblo, logró el apoyo de todos los integrantes de la Unión de Repúblicas Suramericanas (UNASUR) y fustigado a las naciones que no quieren cumplir o no forman parte de los acuerdos para evitar el deterioro medioambiental.
De Bolivia, su Presidente y pueblo habrá mucho que hablar y escribir. Tanto de logros como de dificultades. Pero, principalmente, de cómo el indígena ha logrado su identidad.
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