Su sumiso servidor
especiales
Trump-Bolsonaro, Bolsonaro-Trump, son tristes personajes de la historia actual a los que hay recurrir constantemente, por ser fuente de desgracias, de todo lo peor que se les pueda ocurrir y, principalmente, por ser el presidencial brasileño la representación del ente más servil que tiene Estados Unidos. Nada de exageración, ¡es así!
No importa que Trump se burle por debajo de la mesa de las poses ridículas del servil brasileño, ni que diga públicamente que no permite la entrada de brasileños al país, porque pueden agravar aún más la epidemia del nuevo coronavirus, porque Bolsonaro no sólo responde a ello, sino que aplaude la campaña que su hijo realiza en estos momentos en territorio norteamericano, con el fin de que los ciudadanos de Brasil residentes allí vuelvan a votar por Trump, como lo hicieron en forma abrumadora (más del 80%) en los comicios presidenciales del 2016.
Así como Trtump acude a las fuerzas federales, supremacistas blancos y agentes especializados en la detención y desaparición de opositores para enfrentar las crecientes y múltiples manifestaciones antirracistas en decenas de ciudades norteamericanas, Bolsonaro toma nota y acude a grupos de fanáticos y elementos que le apoyaron en su victoria electoral para enfrentar las demostraciones en su contra en demanda de mejoras económicas y otras consecuencias de la pandemia.
En sí, ambas naciones están hasta estrechamente unidas y hasta compiten en cuál será la principal fuente de enfermedad, teniendo a Estados Unidos, seguido de Brasil, en la cúspide de la infección y muerte, que se ceba principalmente entre los desposeídos.
Hay que “admirar” la estoicidad bolsonarista de soportar dos contagios consecutivos de la enfermedad, sin que abandone su política de apertura y antiislacionista, favoreciendo la propagación del virus, superando incluso igual actitud que su maestro, quien se ha atrevido a decir que “no hay que hacer tantas pruebas, porque así aumenta el número de contagiados” (¿?), e irrespeta y disminuye el esfuerzo de los científicos norteamericanos que llaman al aislamiento, acusándoles de sabotear la economía nacional.
LO MÄS SERVIL
Quizás el brote más servil de la política bolsonarista estriba en el intento por todos los medios que sus amigos de las fuerzas armadas acepten que Estados Unidos utilice cualquier parte del territorio brasileño, con el visto bueno a la acción militar que convenga “a los intereses de la democracia”, todo un manejo diabólico para preparar e iniciar una invasión contra Venezuela, luego del reciente fiasco de mercenarios norteamericanos y colombianos en las costas de ese país.
Entregado a los intereses de los geófagos nacionales que controlan la agroindustria y las transnacionales con mayoritario capital estadounidenses que se han apoderado de los recursos minerales en tierras indígenas, nadie duda de cuál sería la reacción de Bolsonaro si la cuenca amazónica fuese declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, organismo del que Trump retiró a su país por encontrarle “un sesgo antiisraelí”, meses antes de mudar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, en una típica movida de ajedrecista pateador de tableros. Pero el Acuerdo de París, en rigor, no dice una sola palabra sobre la Amazonia.
Más posible parece, en el Brasil de Bolsonaro, que empiecen a circular fake news (noticias falsas) inspiradas en el llamado Plan Andinia, una teoría conspirativa que alertaba en la década de 1970 sobre un complot sionista para arrebatar la Patagonia a Chile y Argentina para crear allí otro Estado judío… Aunque para eso están los terratenientes brasileños, con sus topadoras y motosierras. Los mismos que después reforestan sembrando soja donde antes había un bosque con ceibas milenarias y convierten en fauna autóctona a vacas y cebúes.
HASTA CIERTO PUNTO
No sé si estas alturas el mandatario brasileño siga los pasos de su admirado Trump, pero el costo de salir del Acuerdo de París para Brasil sería que muchos empresarios afines al gobierno perdieran certificados de calidad necesarios para exportar sus productos.
Sin contar que sería indispensable —a diferencia de Estados Unidos, donde el tratado no pasó por el Capitolio— el aval de una amplia mayoría parlamentaria. Esto, si Bolsonaro no se decide a cerrar el Congreso antes, como dijo que haría hace varios años, siendo él un diputado, en una entrevista en que le preguntaron cuáles serían sus primeras medidas si lo eligieran presidente. “Daría un golpe ese mismo día”, respondió sin rodeos.
Recuerda Rebelión que al decir que la política ambiental de Brasil está “sofocando al país”, Bolsonaro se parece a ese personaje de Desperate Living (1977), la película de John Waters, que en medio de un ataque de histeria grita que odia la naturaleza, porque esos árboles inmundos le roban el oxígeno.
Mientras tanto, a la sombra de su maquiavélico plan de eliminar el Ministerio de Medio Ambiente para transferirlo al de Agricultura, Bolsonaro decidió que no destinará fondos públicos para financiar a grupos ambientalistas a los que el Estado les venía cediendo un porcentaje de las penalidades que pagaban depredadores de la Amazonia pescados in fraganti, simplemente porque su idea es terminar, como dice él, con la “industria de multas” que para él es el Instituto Brasileño de Medio Ambiente.
Para personas como Bolsonaro y su mentor Trump, que lo acepta, pero estoy seguro que lo desprecia, son buenas estas palabras del antropólogo Didier Fassin, cuando se refiere a los necios, los ignorantes, los descerebrados, los que no quieren ver, los que repiten como loros, y los negacionistas, esos que reaccionan contra la realidad y la verdad de manera sistemática, un cínico antes que un incrédulo, y si tergiversa hechos o divulga falsedades, no lo hace confundido.
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